Puerta del Príncipe menor para Diego Ventura en el festejo que cerró la temporada en Sevilla. Cortó tres orejas con suma facilidad y la generosidad del palco, mientras que Leonardo se hundía en una tarde mediocre y con el rejón de muerte en pésimo estado.

Benítez Cubero / Diego Ventura y Leonardo Hernández

Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. 12 de octubre de 2010. Corrida a beneficio de la Cruz Roja. Casi tres cuartos de plaza. Tres toros de Benítez Cubero y tres, cuarto, quinto y sexto, de Pallarés, bien presentados, nobles y sosos. Más colaboradores, el cuarto y el quinto. Diego Ventura salió por la Puerta del Príncipe.

Diego Ventura, chaquetilla marrón, rejón de muerte trasero (una oreja). En el tercero, dos rejones (saludos). En el quinto, rejón de muerte certero (dos orejas).
Leonardo Hernández, chaquetilla gris, dos rejones de muerte (palmas). En el cuarto, tres rejones (saludos). En el sexto, cuatro rejones (palmas).

Carlos Crivell.- Sevilla

Foto: Álvaro Pastor

La de rejones que remató la temporada en Sevilla no alcanzó la cota que podía esperarse de este tipo de festejos. Es un espectáculo muy seguro en cuanto a triunfos y diversión. El festejo del cierre sólo se animó en los toros cuarto y quinto, pero aún así quedó muy lejos de las corridas matinales de la Feria, que son una auténtica cima del toreo a caballo. La misma entrada, unos dos tercios de plaza, fue menor de lo que podría esperarse. En ese sentido, una corrida de rejones parecía más apropiada desde el punto de vista empresarial, pero ha habido en otras épocas festejos de la Cruz Roja con la plaza hasta la bandera y carteles de tronío. Eran, sin ninguna duda, otros tiempos. 

El triunfo correspondió a Diego Ventura, nuevamente a hombros por la Puerta del Príncipe, aunque sabe el caballero de La Puebla que no ha sido de sus mejores tardes en la Maestranza. La Puerta del Príncipe se abrió por la gentileza de la señora presidenta al concederle las dos orejas del quinto. Fue una salida menor e intrascendente, que ocupa un lugar en la estadística pero no en la memoria del aficionado al toreo a caballo.

El festejo se animó algo en los toros cuarto y quinto. La corrida de Cubero salió con poco celo, no siguió a las cabalgaduras y así fue difícil entusiasmar a los tendidos. Diego Ventura abrió el festejo con una labor decorosa sin gran brillantez, que en las cortas del Califa y un rejón de muerte certero encontró una oreja débil y pedida de forma minoritaria.

Mejoró en el tercero con la presencia de dos pesos pesados: Revuelo y Distinto. El toro no acabó de seguir a los equinos y la faena fue buena pero sin grandiosidad. Necesitó dos rejones de muerte, el segundo con truco al remachar desde el caballo su primer intento fallido. Es una artimaña que se puede permitir en una plaza de pueblo, pero no en la Maestranza, aunque el público no sea capaz de apreciar esos detalles.

El quinto fue el toro de mejor comportamiento. Ventura estuvo muy bien con Nazarí, a pesar de las numerosas veces que el astado alcanzó al caballo. Necesitaba animar el cotarro y sacó a Morante para que le diera el bocado al toro. Es un arma lícita, pero tampoco debe abusar de ese ardid que no es rejoneo de verdad. Es puro tremendismo. Lo mismo que los balanceos de Ginés, tan aclamados pero que no dejan de constituir unos alardes de doma alejados del buen toreo a caballo. La presidenta le permitió que colocara diez banderillas entre largas y cortas, algo totalmente antirreglamentario. Luego, con Leonardo se apresuró a sacar el pañuelo para matar en el momento oportuno. El palco debe ser justo y hacer cumplir el Reglamento. Mala tarde de la señora presidenta. Las dos orejas fueron un exceso, porque además abrió la Puerta del Príncipe después de una tarde correcta, pero jamás merecedora de un premio tan excelso. Así es como se degrada esa Puerta.

Leonardo estuvo bien en el cuarto, espeso en el segundo, cumplidor en el flojo sexto y fallón con los rejones de muerte. El primero de su lote fue reservón y su faena se llenó de pasadas en falso. Pésimo en la hora de la muerte. Lo mejor lo hizo en el cuarto, cuando brilló con Quieto y Xarope –Leonardo debería anunciar los nombres de sus caballos -, en una faena intensa que culminó con las cortas al violín. Su tarde estaba negada con el rejón definitivo y ahí perdió trofeos. El sexto estaba inválido. Leonardo lo intentó con voluntad, clavó alguna banderilla acertada y volvió a dar un mitin final al matarlo. No sólo perdió el duelo con Ventura, sino que para Leonardo fue una mala tarde porque ha dejado la impresión de rejoneador de tipo medio que evidentemente no va en concordancia con los triunfos que ha logrado en la Maestranza y en otras plazas.

La temporada sevillana se cerró con esta corrida de rejones. Ha sido un espectáculo normal sin alcanzar una brillantez excesiva, muy a tono con lo sucedido en la plaza durante este curso. A margen del análisis que será preciso realizar, tras una Feria más que aceptable, el año entró en el declive de las novilladas sin relieve, las tremendas cornadas que mancharon el año en rojo, para acabar con el desastre de San Miguel. Sólo queda la esperanza de que se haya aprendido de lo ocurrido en este otoño taurino sevillano. 

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