Rafael Cerro, de la Escuela de Badajoz,  fue el triunfador de la tercera novillada de promoción de la Real Maestranza. El extremeño sorprendió con un toreo de corte agitanado, mucho compás y cadencia exquisita. 

Villamarta / Rodríguez, Ruiz, Gutiérrez, Fernández Ramos, Menacho y Cerro

Seis erales de Villamarta, bien presentados y de juego desigual. Fueron mejores el segundo y el sexto. Encastado, el quinto. Manso, el cuarto. El resto, manejables aunque con poca casta. Más de media plaza.

Verónica Rodríguez (San Fernando): silencio tras aviso.
Carlos Ruiz (Chiclana): vuelta al ruedo.
Kevin Gutiérrez (Bollullos de la Mitación): saludos tras dos avisos.
Fernández Ramos (El Puerto de Santa María): silencio.
Iván Menacho (Castilblanco de los Arroyos): vuelta al ruedo tras aviso.
Rafael Cerro (Badajoz): una oreja.

Carlos Crivell.- Sevilla

La grata sorpresa de la tercera novillada de promoción llegó en el novillo que cerró la noche ya metidos en el viernes. La luz se había marchado al final de la lidia del quinto. La Maestranza se vistió de color tiniebla con las sombras deambulando sobre el albero. Se hizo la luz y apareció el toreo eterno. Fue una demostración de toreo bueno con la firma de un chaval de apenas diecisiete años, de nombre Rafael Cerro, nacido en la provincia de Cáceres y formado en Badajoz. Otra estrella venido de tierras extremeñas, ahora el granero torero de España. 

El sexto de Villamarta, burraco de capa, metió bien la cara en los capotes. Rafael Cerro apuntó un toreo caro en los lances a la verónica, llenas de ritmo y cadencia. En el tendido se dijo: “Si así torea con el capote, hay que esperarlo con la muleta”. Cerro no defraudó. El novillo fue bueno. La faena fue un prodigio de buen gusto, lentitud y armonía. Toreo a compás, rematando siempre por debajo de la pala del pitón, sin desplazar las embestidas, bajando la mano hasta los sótanos de la Maestranza. De tanto bajar la mano y dejarla muerte hubo algún desarme. No fue importante, la plaza estaba enloquecida con un toreo tan profundo, llenos de los aromas de los toreros de arte grande con algunas gotas de gitanería. No importó que la espada se fuera a los bajos. O sí, porque era faena de dos orejas y sólo pudo pasear un trofeo.

Del resto de la nocturna, destacar el oficio de Carlos Ruiz, un chiclanero con soltura y buenas maneras que se manejó con eral algo endeble pero de buenas prestaciones. Ruiz pudo cortar una oreja, pero el palco estuvo muy exigente.

También fue encomiable la labor del portuense Fernández Gómez, que asentó las zapatillas en la plaza sevillana para torear con reposo en una labor que finalizó algo embarullada.

Kevin Gutiérrez, de Bollullos de la Mitación, dejó la huella de su estilo, aunque la mansedumbre de su enemigo le obligó a una faena de más ganas que otra cosa. Se superó ante la adversidad, le echó arrestos y salvó su compromiso.

Menos brillante anduvo Verónica Rodríguez con el que abrió plaza, novillo con poca fijeza pero manejable, con el que anduvo sin excesivo reposo, alguna desconfianza y muy intermitente. Sólo se anotó algunos muletazos sueltos. Mal con la espada.

Respaldado por muchos paisanos de Castilblanco, el joven Iván Menacho demostró dos cosas. De un lado, que está aún un poco tierno para estos compromisos. De otro, que tiene personalidad y valor. El eral que sorteó fue grande y encastado. Iván no le perdió la cara y se fajó en una labor con poco dominio. Se masticaba la voltereta, que llegó en su momento, porque Iván es un chaval con buenas claves pero muy poco experto. Su labor rememoraba el dulce encanto de la inocencia. Aún así, después de matar bastante mal, se pegó una vuelta al ruedo a media luz, detalle que le puso algo de sordina a la dignidad y torería que siempre debe prevalecer en un torero.

A %d blogueros les gusta esto: