Fin de año en Sevilla con una oreja de verdad para Rubén Pinar en una demostración de inteligencia y temple. Fue cogido de forma espectacular por el tercero y la gente pidió dos orejas. Bolívar y Cotés tuvieron pocas opciones con los descastados toros de San Miguel
Toros de San Miguel, desiguales de presencia, muy descastados y de pobre juego. Se taparon por los pitones primero, quinto y sexto. Nobles sin fuerzas casi todos. El mejor, el tercero. Luis Bolívar: tres pinchazos (silencio) y estocada tendida (silencio). Salvador Cortés: tres pinchazos (silencio) y pinchazo y media estocada (silencio). Rubén Pinar: estocada (una oreja y dos vueltas) y dos pinchazos y tendida (saludos).
Plaza de la Real Maestranza. Corrida de la Cruz Roja. Un cuarto de plaza. Destacó Juan José Domínguez en la brega del segundo.
Carlos Crivell.- Sevilla
La temporada finalizó con una corrida que fue el reflejo fiel de la realidad taurina de Sevilla. Muy poco público, benevolencia extrema en los tendidos y malos toros.
Todo sucedió según un guión escrito de antemano. La corrida de San Miguel se tapó por los exhuberantes pitones de algunos astados, como el primero. A su lado, toros de menos trapío, como el cuarto. Ese detalle de una presentación desigual no tiene importancia al lado de la descarada falta de raza de un lote de toros que sólo tuvo la virtud de la nobleza ocasional, pero que si no está acompañada de la acometividad y la movilidad es la mínima expresión del toro bravo. Este comportamiento de San Miguel era previsible.
Junto a esta corrida sin vida, una plaza cada vez menos seria, al menos en esos conceptos que siempre adornaron a la Real Maestranza. Así puede considerarse a una banda de música sin freno que ayer remató una temporada calamitosa. La Maestranza siempre fue modélica por la forma de amenizar las faena la banda de Tejera.
Y finalmente, el público, tan escaso como generoso. Impresionado por la cogida de Rubén Pinar al matar al tercero, pidió dos orejas para el joven espada, que había estado bien pero sin llegar a la rotundidad que siempre se han exigido en esta Maestranza para cortar dos trofeos. La presidenta volvió a estar en su sitio y dejó el premio en una oreja, muy merecida, pero que en el caso de conceder las dos hubiera depreciado la plaza aún más de lo que está actualmente. En la petición desaforada de orejas hay actitudes propias de plaza pueblerina, que muchas veces tienen como protagonistas incluso a profesionales que conocen bien las exigencias del coso.
Al margen de estas consideraciones, es necesario proclamar que Rubén Pinar firmó en su presentación como matador de toros en Sevilla una buena tarde de toros, naturalmente con algunos matices.
El joven torero de Albacete estuvo decidido, entregado y templado toda la tarde. Es su gran virtud: sabe templar muy bien a los toros. El tercero, noble con las fuerzas justas, encontró en su muleta una guía perfecta para seguir el camino. Comenzó por alto en el tercio. Fuera de las rayas, tres tandas con la derecha muy limpias, algo despegadas y muy templadas. Con la izquierda, con el toro embistiendo al paso, Pinar atemperó su muleta al ritmo del animal. Acabó con circulares algo embarullados y logró encandilar a la plaza. Se tiró a matar por derecho y resultó prendido de forma dramática por la chaquetilla. No pasó nada de milagro. La gente, impresionada, quería doble premio, pero dos orejas, al margen de la emoción de la voltereta, deben ser la consecuencia de una faena más completa.
Con el sexto refrendó su buena tarde. El toro, flojo y descastado, sólo tenía algo de bondad, aunque llevó la cara por las nubes. Su faena fue la de un torero muy listo, capaz de sacar pases donde no los había en una demostración de habilidad suprema. La espada le quitó otra oreja. Pinar ha dejado muy alto su pabellón en Sevilla.
Sus compañeros de cartel se llevaron reses imposibles. El colombiano Bolívar comprobó que su cornalón primero estaba hueco. Se echó al comienzo de la faena. El cuarto embestía sin entrega y con la cara por las nubes. Sus ganas no le sirvieron para nada. Un quite por chicuelinas al sexto fue lo mejor de su tarde sevillana.
Tampoco Salvador Cortés logró nada positivo con su lote. Al segundo logró enjaretarle algunos muletazos estimables, aunque el de San Miguel no quería embestir. Tal vez equivocó su planteamiento inicial al comenzar la faena citando de largo. El toro tardó un mundo en arrancarse. La música tocó a destiempo y la faena se evaporó, como el mismo animalito.
Con el quinto, de cornamenta exagerada, hechuras horribles y calidad mínima, Salvador estuvo muy voluntarioso. Insistió mucho para robar pases que, dada la mínima calidad del astado, no podían ser buenos.
La tarde se saldó con la noticia positiva de la llegada de un torero muy joven y muy listo. Se llama Rubén Pinar, no es un exquisito cuando torea, pero está sobrado de oficio y valor, como desmostró al entregarse al matar al tercero. Se llevó una oreja de verdad.