Salió el que, probablemente, sea el mejor toro de la feria. La verdad es que ya era hora, después de tantas malas tardes, de sufrimiento interior y penosa desesperación. Salió Niñito, colorao de capa, y de 545 kilos de peso, y desde que pisó el albero cantó que podría ser un toro diferente. Embistió con largura y codicia al capote de David Mora, que lo veroniqueó con elegancia y templanza en lo que supuso un fogonazo de buen gusto. No atesoraba Niñito mucha fuerza, como toda la corrida, y lo mimaron en el caballo, pero acudió de largo y con alegría en el segundo encuentro con el piquero. Galopó y persiguió en banderillas, y su matador brindó a la concurrencia porque tenía claro que le había tocado un premio gordo.
Y así fue. Niñito embestía con todo su cuerpo, fija la mirada en el engaño, humillando en cada acometida, incansable en su recorrido; y todo ello, con excepcional nobleza y una dulzura exquisita. Un verdadero recreo para los desconsolados aficionados, que ya merecían una alegría como solo puede proporcionar un toro de tan suprema calidad. Cuando Mora lo consideró oportuno, se perfiló y lo mató, pero la plaza entera estaba convencida de que la decisión de Niñito era seguir embistiendo un par de horas más. Y se lo llevaron al desolladero entre la emocionada ovación del respetable. ¿Era toro de vuelta al ruedo? Pues, sí; con los parámetros modernos, sin duda. Bien hecho, guapo, sin descaro ni exageraciones más que en el arte que encerraba en su interior. No fue un toro que deslumbrara por su fiereza, sino que enamoraba con su gracia. En suma, el toro artista del siglo XXI, que recordó al indultado Arrojado en esta misma plaza.
¿Y el torero? Bien, bonito, bien… Pero sin arrebato, sin conmoción, sin esa vibración que se siente y se nota en las faenas verdaderamente grandes. Mora acompañó lo mejor que pudo la grandeza del toro, y dibujó momentos de enorme brillantez. Elegante fue el comienzo, abrochado con un trincherazo de cartel; largos redondos y naturales, algo retorcida la figura, , y la impresión en todo momento de que Niñito era el triunfador de la pelea. No mató bien y paseó una merecida oreja. No pudo reverdecer laureles en el sexto, al que hizo una faena interminable, plagada de medios pases insulsos, despegados y birriosos. El toro no era el mismo, y tampoco Mora parecía el de antes.
Volvía a Sevilla Miguel Abellán tras un retiro voluntario. Y se le notó el descanso. Parece que quiso, pero no pudo. Ha perdido alegría, y fueron cortas su entrega y disposición ante el dificultoso primero, y no estuvo a la altura, ni mucho menos, del noble cuarto.
Y Escribano repitió el guion de tardes pasadas: largas cambiadas en los medios, banderillas con más voluntad que lucimiento, y un loable y desmedido afán por torear bien. Primorosas fueron unas verónicas a su primero, y destacó por su templanza y torería ante un toro descastado, con el que aburrió en su afán por encontrar una estructura imposible. Lo intentó de nuevo ante el parado quinto, pero al toro le faltó la viveza que le sobraba a Escribano.