Gastón Ramírez Cuevas.- El festejo de matadores banderilleros se saldó con tres vueltas al ruedo, una cornada al Fandi y dos broncas homéricas a la presidenta Anabel Moreno.

El que abrió plaza fue un toro con mucho que lidiarle. El torero de Jerez invitó a Escribano a poner banderillas. El mejor par fue el tercero, uno al sesgo de Padilla. Con la muleta, el pirata consentido de la afición demostró gran parte de su oficio, algo de su poder y toda su bastedad. El pegapasismo y el torear a la gente fueron los temas centrales del trasteo. Padilla se dio la vuelta al ruedo un poco por su cuenta.

El segundo fue un toro que iba y venía, que pasaba sumiso por aquí y por allá, sin mucha clase, pero bastante empeño. El Fandi invitó a sus alternantes a cubrir el segundo tercio. Ahí lo más memorable fue la estampa antigua de Padilla sentado en el estribo, observando con mucha torería el desempeño de sus colegas. Luego, Fandila protagonizó una faena ramplona de verdad y el toro se le fue por completo.

Vino el primero de Manuel Escribano, un bicho débil que llegó a la muleta quedado y calamocheando. Como declaración inicial de principios, Manolo se fue a porta gayola y pegó una gran media larga cambiada en la que aguantó lo indecible.

En otro tercio de rehiletes compartido, el par serio fue el tercero, el de Escribano, un espeluznante quiebro en tablas. Después tuvimos un duelo entre la quietud y el temple del torero y la brusquedad y el peligro del morlaco, en el que la ganadora fue la debilidad del astado.

Vino el segundo del lote de Padilla, un toro un poco soso pero con el que se podía triunfar. El otrora “Panaderito de Jerez” se fue a porta gayola para iniciar una serie de cuatro medias largas de hinojos. Eso sí que fue una demostración de valor muy grande. Esta vez los palos fueron puestos sólo por Padilla y El Fandi, quien puso un muy buen par de la moviola.

La faena fue igual que la del primer toro, sólo que aun más chabacana, con mucho tremendismo, rodillazos y sujeciones a las costillas. El público de aluvión estaba al borde del paroxismo, y cuando Padilla mató con facilidad, la petición de oreja fue excepcional. Pero madame Anabel, quien debe creerse algo así como la mejor y más grande representante del puritanismo en el biombo decidió que Padilla no merecía trofeo alguno. El respetable la abucheó con un entusiasmo que bien haría en emplear para protestar las mansadas que se traga (con las excepciones de rigor) tarde tras tarde.

En el quinto íbamos a ser testigos de un portento. Para empezar, El Fandi veroniqueó con mucha elegancia a un toro que desde ese momento apuntó clase, fuerza y bravura.
Después de un buen tercio de banderillas que cubrió él solo, el espada granadino se fue a poner de rodillas en los medios para iniciar la faena de muleta. Estaba tan mal colocado que el toro lo arrolló y le pegó una cornada (menos grave) en el muslo derecho.

Ahí vino una transmutación inesperada y genial, pues El Fandi volvió a la cara del toro dispuesto a hacer el toreo reposado y de verdad. El toro pedía pelea y Fandi le plantó cara con temple y mucha valentía, ajustándose en los muletazos y completando los pases. Personalmente, yo nunca había visto a David tan torero, pegando naturales con sello, derechazos importantes y rematando para adentro. La gente estaba loca, y cuando Fandila recibió al toro y lo mató, poco le importó al cónclave que la espada no hubiera caído en todo lo alto, así que la petición fue estruendosa; sobre todo, considerando que Mrs. Moreno Muela ya le había negado una oreja a Padilla.

La dictadora del palco presidencial, Frau Anabel, volvió a hacer su numerito y no atendió ni a los pañuelos, ni a los silbidos y vociferaciones de prácticamente toda la plaza. Así que El Fandi, con su cornada y en medio del reconocimiento popular sólo dio una clamorosa vuelta al anillo.

Vendría el que cerraba la función. Escribano se fue otra vez a porta gayola y volvió a estar cumbre, esperando hasta el último instante antes de iniciar el cambio. Lástima que ese toro no era como el anterior, ni como el primero, ni como el segundo, ni tampoco como el cuarto.

Después de un tercer par de jaras, un fenomenal quiebro al violín en tablas, el torero de Gerena intentó templar mucho con la sarga. Y lo logró por momentos antes de que el toro sin clase ni fondo dejase de embestir. Hubo también un natural colosal y larguísimo, el pase más memorable de toda la corrida, pero eso fue todo.

Al aficionado, que es un idealista bastante cínico, le divierte ver cómo las corridas de toros siguen siendo lo más democrático y civilizado que hay en el mundo. ¿En qué otro sitio puede haber tanta polémica subida de tono y al mismo tiempo tanta tolerancia? Hoy lo constatamos: la presidenta hizo su santa voluntad, el público le dijo a la autoridad hasta de lo que se iba a morir, los toreros afectados saludaron a Anabel respetuosamente, y al final del festejo salimos todos tan amigos como siempre. Eso, que yo sepa, no pasa en los campos de futbol.

A %d blogueros les gusta esto: