Luis Carlos Peris.- Estaba la tarde para él tras haber colocado el no hay billetes en la taquilla. El viento había hecho mutis para alejarse del Foro y Las Ventas había renunciado a su papel habitual de circo romano para esperarlo con un silencio casi reverencial. Se cerraba el San Isidro más largo desde que lo creó don Livinio y Madrid esperaba al torero en quien tenemos puestas todas nuestras complacencias. La tarde iba adecuada a las expectativas, Pablo Aguado estaba muy por encima del toro de Domecq con su innata naturalidad sobrevolando la tarde venteña cuando llegó la hora de la verdad. Se fue tras la espada y el toro lo cogió en esa suerte a cara o cruz para que todos los que vemos a este torero como un mesías tan laico como necesario sintiéramos el pitón dentro de nuestra carne. Y, luego, cuando salió el sexto y comprobamos cómo metía la cara, la cornada nos dolió todavía más.

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