ClaraClara López Baena.– En estos tiempos de austeridad que vivimos, tanto dentro como fuera del mundo del toro, existe la necesidad de recordar y reafirmar cuán importancia tiene nuestra Fiesta Nacional. Dejando a un lado el interés económico que supone para nuestro país, y no por ello menos primordial, por la cantidad de puestos de trabajo en diferentes sectores que promueve; ahora, en estos momentos difíciles es cuando debemos de alimentar nuestra fe taurina, buscar en las raices de nuestra historia el arraigo de este arte y la verdadera simbología que representa para España.

Cuando en la península Ibérica aún ni había nacido Spal ni frontera lusa,cuando grandes manadas de bóvidos habitaban la meseta, los valles y las tierras del Norte, ya los primeros seres humanos pintaron en la cueva de Altamira, entre escenas de cazas, la cabeza del genésico de nuestro toro bravo. Miles de años después, sobre el siglo VI antes de Cristo, nuestros ancestros los iberos, fueron los que nos dejaron el legado, posiblemente, de la primera lidia del hombre con el toro: la estela de la Piedra de Clunia, que representaba a un hombre armado de una pica corta y un escudo que se enfrentaba a un toro; por el tipo de armas que había en la representación es evidente que no se refería a una cacería, pues ese tipo de armas eran usadas en la lucha. Este es el primer motivo que nos debe de llevar a la reflexión: cuando en Iberia no había fronteras y estaba habitada por diferentes colonias y pueblos, cuando las religiones que practicaban eran politeístas y no tenían ninguna lengua en común, ya el hombre ibérico había comenzado su particular ritual de la lidia con el toro.

Algunos pobladores celtas lo consagraron y comenzaron a rendirle culto, e incluso tomaron su nombre como su identificación, como por ejemplo “la tribu Taurisci”, se consideraban como el pueblo del toro. Muy venerado pues simbolizaba: la fuerza, la obstinación, la fertilidad y la virilidad. Igual relevancia suponía para los tartessos. También fue la figura del toro una deidad para el pueblo de los vettones, que nos lo dejaron en escultura para la posteridad : Los Toros de Guisando. Un hecho muy curioso fue la estrategia bélica que usaron nuestros antepasados ante la inevitable invasión del Imperio Romano, soltaban sobre ellos varios hatos vacunos
con el fin de distraer a las legiones y atacarlos por sorpresa.

Por la gran adoración y vínculo especial que se creó entre el hombre y el toro en la península, y por el agradable habitat existente en nuestras tierras, mientras en Europa comenzaba su extinción, en España se aseguraba su perdurabilidad. Curiosamente hoy en día siguen ramoneando estos animales en semilibertad en los mismos lugares que hace miles de años, pues las dehesas donde se crian y cuidan, se sitúan sobre los pastos andaluces, la meseta castellana y la tierras del Norte que habitaron los padres de su cadena filogenética. Aunque hoy relacionemos el redondel o el coso con los antiguos circos romanos, señalar que fueron anteriormente nuestros pueblos celtibéricos los que construyeron unos templos circulares para celebrar sacrificios de reses bravas en honor a sus dioses.

Situándonos en la Edad Media, podríamos establecer sincronológicamente el nacimiento de nuestra lengua con el nacimiento de este grandioso arte. Pues quedan las huellas literarias legendarias con visos de veracidad, que fue posiblemente Don Rodrigo Díaz de Vivar el primer español en “alancear al toro bravo”: “ Viva el Cid que es toreador, mayor de aquesta ciudad. Salir a hombros el Cid Campeador triunfante”.

No obstante, aún repudiando la religión cristiana, hubo en los árabes evidentes intenciones de emular a los caballeros cristianos, fueron muchos los diestros musulmanes que torearon en la plaza de Bibrambla de Granada, en la época de Boabdil, pues lo consideraban un acto de valor y destreza e inteligencia y sapiencia.
Y no sólo son reconocidas las hazañas taurinas en nuestros mitos épicos como Don Quijote. Carlos V toreó y mató a un toro de una lanzada por el nacimiento de su hijo Felipe II; como también toreó el conquistador Francisco Pizarro o el famoso comandante de la batalla de las Navas de Tolosa, Don Diego Pérez de Haro.

Ahora, siglos después…¿Vamos a cuestionar el toreo?. Un arte que ha sobrevivido a todas las invasiones y civilizaciones de la península, un arte que se ha mantenido superior a las diferentes religiones y políticas establecidas a lo largo de la historia, un arte que es más español que nuestra propia lengua. Cuestionemos mejor la decadencia de la idiosincracia, pocos principios y pérdidas de valores que tenemos los españoles.

Y como bien dijo Federico García Lorca: “ El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por escritores y artistas debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado […]. Creo que los toros es la fiesta más culta de todo el mundo”.