El día 30 de octubre de 1961 falleció en un sanatorio madrileño Cayetano Ordóñez ‘Niño de la Palma’, que fue el germen de la dinastía de toreros entre los que destacó el grandioso Antonio Ordóñez.
El 4 de enero de 1904 vino al mundo el Niño de la Palma, el que fuera hermano de los también toreros Manuel, Rafael y Alfonso, y padre de Cayetano, Juan, el gran Antonio, Alfonso y José, todos ellos dedicados, como el padre y los tíos, a enfrentarse al toro vestidos de seda y oro. Del protagonista de esta semana aún se recuerda aquella célebre frase del crítico Corrochano: «Es de Ronda y se llama Cayetano…».
Su apodo proviene de la zapatería que regentaba su padre en Ronda y que atendía por La Palma, donde transcurrió gran parte de la infancia de Cayetano. Tras mudarse su familia a La Línea de la Concepción cuando apenas contaba 13 años de edad, comenzó sus primeros escarceos taurinos por cerrados y tentaderos.
Después de arrojarse como espontáneo al ruedo de Ceuta a finales de la segunda década del pasado siglo, viste por primera vez el traje de luces el 5 de octubre de 1918 formando parte de la cuadrilla de un enano en un festejo cómico. Tres años después triunfa como sobresaliente en una novillada en esa misma plaza y en 1922 hace su presentación en la península actuando el 30 de abril en Algeciras.
Tras debutar con picadores al año siguiente, cosecha distintos éxitos consagrándose como figura de la novillería en 1924. En una tarde de ese año en el coso del Baratillo Corrochano le dedica su famosa frase y ya nadie duda de que pronto será figura del toreo. Toma la alternativa en Sevilla el 11 de junio de 1925, de manos del reaparecido Juan Belmonte y con Pepe Algabeño de compañero de cartel. Los toros a lidiar fueron de Félix Suárez y el triunfo de aquel día sobrepasó la expectación generada.
Confirmó aquel doctorado el inmediato 16 de julio en Madrid, en corrida a beneficio de la Asociación de la Prensa, toreando junto a Luis Freg, Villalta y El Litri, la otra gran novedad de la época y con quien sostuvo competencia directa hasta que el pobre Manolito cayó muerto en Málaga pocos años después. Los toros de aquel día fueron de Vicente Martínez y Esteban Hernández, hierro este último al que pertenecía el toro de su triunfo de aquella memorable jornada.
Tras liderar un par de años el toreo de su época en ruedos de España y América, se retira fugazmente en 1928 para volver a los ruedos al año siguiente y comenzar a alternar temporadas buenas con otras más grises, aunque siempre terminando entre los primeros de su escalafón.
Baja el número de actuaciones en la década de los treinta, aunque logra triunfos puntuales que le devuelven el crédito del que gozó en sus primeros años como matador y, tras las interrupciones lógicas derivadas de la Guerra Civil española, siguió toreando después, incluso como banderillero -sin pertenecer fijo a ninguna cuadrilla-, retirándose definitivamente del toreo en 1950.
Falleció el 30 de octubre de 1961 en el sanatorio Sear, en la carretera de Madrid a Colmenar Viejo.