020Gastón Ramírez Cuevas.– Hay tardes en que el ganado y la autoridad ponen a prueba la paciencia, la cordura y la educación del público taurino. Esta fue una de ellas. Si bien Pepe Moral cortó una oreja, esto no refleja en nada lo aburrido de una corrida de toros que duró casi tres horas.

Hoy hubo más gente en los tendidos que las dos tardes anteriores, pero no se llenó ni media plaza. Y eso que toreaban tres andaluces, uno de Salteras, otro de Gerena y uno más de Los Palacios.

El Cid estuvo elegante y decidido mientras pudo, pues el primero de Montalvo llegó a la muleta hecho un guiñapo. Lo único que se puede destacar de la lidia del que abrió plaza fueron las verónicas que en sendos quites interpretaron Manuel Jesús Cid y Daniel Luque.

En el trasteo muleteril el veterano diestro gritó y se esforzó, pero sin lograr nada. Algunos del tendido -que ya desde un principio barruntaban el calvario por venir- vociferaban: “¡Con ese bicho me tomo yo un café!” “¡Ese se cae hasta si lo torean por alto!”

Mucho peor se pondría la cosa con el cuarto bis, mismo que no fue más fuerte, bravo o noble que el devuelto a chiqueros por su innegable raquitismo. Con ese manso anovillado, durante los dos primeros tercios El Cid y su cuadrilla se entretuvieron en protagonizar un bonito herradero, una infumable capea.

El final de este cuarto episodio fue algo insoportable, con el espada en turno desgañitándose y puebleando a más y mejor, logrando así escapar de las garras de la elegancia y la torería. Ese Cid zaragatero provocó airadas protestas. Un inconforme le espetó: “Manuel, ¿a quién quieres engañar? ¡Hombre, ya basta!”

Lo único de la aciaga corrida que quizá pudo quedar en la memoria del aficionado fue protagonizado por Daniel Luque cuando recibió de capa al segundo de la tarde. Sin dejarse amedrentar por las broncas embestidas del morlaco, Luque dominó al de Montalvo con poderosas y elegantes verónicas no dejándose comer el terreno. Hubo un lance por el pitón izquierdo que fue de cartel por la clase y la plasticidad.

Después de los quites, en los cuales rivalizaron Pepe Moral y Luque por verónicas y chicuelinas respectivamente, el cornúpeta se desinfló como un globo caduco. El diestro de Gerena tomó las cosas con demasiada parsimonia y no logró nada relevante.

En su segundo “enemigo”, un toro inútil, manso y débil, Luque nos regaló un espectáculo más aburrido que el contemplar una pecera vacía. Las pausas en su faena de muleta fueron geológicas debido a su inagotable lentitud y tardanza. ¿Para qué tanto cuento sabiendo que el remedo de toro bravo no servía para nada? ¡Vaya usted a saber!

Pepe Moral, uno de los grandes triunfadores del año pasado, sorteó un lote infumable, muy acorde con los de sus alternantes. El tercero bis fue –para variar- un compendio de debilidad. Pepe estuvo bien, pero aquello aunque tenía mérito careció de objeto.

El que cerró plaza fue protestado con enjundia por los pocos asistentes que no roncaban plácidamente, pero la autoridad prefirió dejar en el ruedo a un toro tendía a perder las manos y caer de bruces sobre el albero. El muchacho andaluz lo sobó con temple, componiendo la figura y logrando que el respetable saliera de su sopor y le coreara los pases con alegría. Realmente el toro transmitía poco, pero a esas alturas del festejo la gente estaba dispuesta a agradecer cualquier cosa que tuviera un gramo de toreo bueno. La estocada fue muy efectiva (en tablas y a toro parado) y la petición fue mayoritaria, de tal modo que el biombo soltó la orejita. Es curioso constatar que se le pueden cortar apéndices a toros que no son tales.

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