alvaro_pastor2Álvaro Pastor Torres.– En lo más alto del retablo mayor de la iglesia del Señor San Jorge, junto al hospital de la Santa Caridad -cuyo impulso definitivo vino de la mano de ese santo sin halo oficial que fue don Miguel Mañara Vicentelo de Leca-, entre volutas y hojarascas barrocas diseñadas por el genio de Bernardo Simón de Pineda, y llevadas a buen término en madera por el taller del gran Pedro Roldán, hay pintadas tres cartelas en caracteres hebráicos en las que se puede leer «creo», «amo» y «espero», tres virtudes aplicables al matador de toros Pepe Moral.

Porque hay que tener mucha ídem para perseverar un mes y otro mes, un año y otro año, esperando la oportunidad para salir del ostracismo taurino. Para ello hay que creer mucho en uno mismo, en esas noches interminables donde la soledad es tu única compañera y aparecen fantasmales las dudas, las terribles dudas de si todo esto vale la pena y conduce a algún sitio.

Hay que amar mucho esa profesión que tan pocas satisfacciones te ha dado para no desfallecer cuando pasa una temporada y otra temporada más en blanco, sin vestirte de luces ni ver un pitón. Y hay que saber esperar el momento en el que el tren pasa rápido por tu estación, y pillarlo, para lo que hay que estar en el momento justo y en el sitio adecuado (léase el día del Corpus con un sobrero del Conde de la Maza, esa casa ganadera donde siempre tuvo una vaca para mantener la esperanza, para sentirse vivo, para oír un olé desde la grada de la placita de tientas de «Arenales».

Ayer la cosa quedó en proyecto. Una estocada tendida de esas que tienen poca muerte diluyó una oreja que tenía cortada Pepe Moral tras un trasteo reposado y de buen corte. Lástima que ayer no estuviera en su burladero su casi homónimo Pepe Morán, fotógrafo de los buenos con alma de artista y corazón de oro, para haber plasmado esos juegos de luces y sombras que se dan cita cada tarde sobre la arena de la plaza de toros con el redondel más imperfectamente prefecto del orbe.

Lo demás, de frutería. Y me explico. Mi amiga Lola, esporádica -para mi desgracia- vecina de localidad, señora de los pies a la cabeza, curtida en mil batallas de la vida y siempre superviviente, dio en la clave de esta decrépita corrida del lunes de la prueba del alumbrado con mucho ladrillo a la vista: esto es como las manzanas, las hay de todos los precios, y las más baratas son siempre las menos sabrosas y las que suelen tener más gusanitos. Ganadería en horas bajas; presentación al límite que se salvó por los pelos, nunca mejor dicho; unos tercios de banderillas entre piruetas gimnásticas y concurso de recortes, y un Fandiño nadando, o mejor chapoteando e intentando salvar la ropa para los miuras. Pero en verdad las manzanas no valían ni para los lienzos de las Postrimerías de la Santa Caridad.

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