Carlos Crivell.– Ha fallecido en Sevilla Jaime de Pablo Romero y de la Cámara, marqués de Tablantes, ganadero de reses bravas, que fue el último miembro de su familia que dirigió la ganadería de Pablo Romero. Jaime fue un romántico empedernido. En el año 1986, cuando el declive de la divisa era notable, lo dejó todo para adquirir toda la propiedad. Dejó su puesto de directivo en una entidad bancaria sevillana y gastó todos sus ahorros para tratar de reflotar la mítica y legendaria ganadería de los toros más guapos del campo bravo.
Fue una historia tan hermosa como desgraciada. La lucha de Jaime apenas encontró eco en el toreo, salvo en un grupo de aficionados franceses que crearon una Fundación de Amigos de los toros de Pablo Romero. Esa lucha acabó en 1997 cuando se vio obligado a tirar la toalla y vender el ganado, hierro y divisa a la sociedad Partido de Resina, que en la actualidad sigue en la misma tarea de Jaime para que la divisa vuelva al gozar del esplendor de antaño.
Su historia es, por tanto, la de un personaje único, sensible y luchador, que empeñó todos sus bienes para salvar el ganado que sus antecedentes familiares habían criado desde el año 1985, cuando Felipe de Pablo Romero adquirió la vacada de Carlos Conradi, de procedencia Jijón y Cabrera. En 1906 pasó a don Felipe de Pablo-Romero y Llorente y en 1943, tras su fallecimiento, a sus hijos. A partir de 1944 se anunció a nombre de don José Luis y Herederos de don Felipe de Pablo-Romero pero en 1956 se formó una sociedad familiar de la que se nombró gerente a don José Luis de Pablo-Romero, pasando a anunciarse Hijos de Pablo Romero. En 1975 le sucedió su hijo don Felipe, y por fallecimiento de éste, en 1979, pasó la gerencia a su hermano don José Luis. Fue en 1986 cuando Jaime se hizo cargo de la ganadería en exclusividad.
Jaime se resistió a acabar con esta tradición familiar. Su sangre ganadera y el amor al toro que crearon sus antepasados, le llevaron a cometer la «locura» de comprar toda la ganadería y la finca «Partido de Resina». Era como empezar de cero.
Abandonó su cómodo puesto de ejecutivo con 46 años y solo trabajó para darle de nuevo esplendor a una divisa en el momento más delicado de su historia. Fue muy valiente y un aficionado cabal, de los que ya quedan muy pocos en la Fiesta. Muy exigente, con las ideas muy claras sobre lo que es la bravura del toro de lidia, cuando vendió la ganadería la sociedad Partido de Resina nunca ocultó su amargura porque no había conseguido su sueño. Eran otros tiempos. El toro era más noble que fiero, las figuras ya no se ponían delante de sus reses, aunque es cierto que la ganadería se encontraba en momentos de muy baja casta. Aun así, Jaime vivió momentos épicos, como la lidia del toro Chivito en Pamplona, manso pero muy fiero, que ofreció un espectáculo inolvidable en un tercio de varas en el que recibió ocho puyazos e hirió de gravedad al picador Victoriano Cáneva. Su matador fue Luis Francisco Esplá.
Su credo ganadero era muy claro. En 1995 declaró que “mi ganadería no tiene demanda. El toro actual es un manso que colabora”.
Tras la venta, lo dejó todo y vivió de sus recuerdos, aunque fiel a sus principios. Sufrió el dolor de verse obligado a tener que vender la ganadería de su familia en 1997, algo que también le dejó alguna cicatriz. Paseó su desencanto por Sevilla sin perder de vista la actualidad. No rehuyó nunca la tertulia ni la entrevista. En alguna ocasión su nombre salió como candidato al palco presidencial de Sevilla. En mi opinión, no creo que lo hubiera aceptado. Por fortuna, una sobrina suya, Macarena, ha sido nombrada presidenta de la Real Maestranza y en la próxima temporada subirá al palco.
Al final de su camino, con 80 años recién cumplidos, tuvo que luchar contra una enfermedad renal crónica y el tormento del riñón artificial, pero en nuestros encuentros por el barrio nunca perdió la sonrisa ante tanta adversidad. Se ha muerto el último ganadero romántico de la Fiesta.