En la 3ª de la Feria de Almería se lidió un encierro muy desigual de Parladé, destacando el excelente cuarto, premiado con la vuelta, al que Ponce le cortó dos orejas en una faena por debajo del toro. Morante, enorme con capote y muleta en el segundo, firmó el mejor toreo de la tarde.

Plaza de Almería, 3ª de Feria. Tres cuartos de plaza. Seis toros de Parladé, correctos de presentación, nobles y de juego desigual. Extraordinario, el cuarto, premiado con la vuelta al ruedo. Flojos, primero y tercero. Noble, el segundo. El quinto, con genio.
Enrique Ponce, celeste y oro, bajonazo (palmas). En el cuarto, pinchazo y estocada muy trasera y baja (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.
Morante de la Puebla, verde y oro, estocada caída (una oreja). En el quinto, pinchazo y estocada (palmas).
Sebastián Castella, lila y oro, estocada (saludos). En el sexto, estocada trasera y caída (una oreja).

Carlos Crivell.- Almería

Almería volvió a parecerse a lo que siempre fue en la fiesta. En esta ocasión la merienda hizo estragos en el personal y obsequió a Enrique Ponce con las dos orejas más baratas que se recuerdan. Pero es un insulto al toreo no comenzar por la verdadera noticia de la corrida. Morante toreó de verdad. Y con eso está dicho todo. Morante estuvo inspirado, valiente y pleno de torería. Esa fue la gran realidad de un festejo con matices triunfalistas. Quién le explica a este público lo que sucedió sobre el ruedo. Pero es misión del crítico contar su opinión, aunque muchas veces se aleje de lo que expresan las masas. En esta ocasión la merienda, en lugar de alejar al público del ruedo, lo que hizo fue darle un plus de alegría, que rayó en la algarabía, para premiar con dos orejas una faena carente de verdadera calidad.

Morante se lució a la verónica con el segundo. Lance a lance salió al centro del ruedo para rematar con dos medias enormes. Fue el torero del capote prodigioso, muñecas sueltas, cintura flexible, mentón hundido y figura de matador clásico. Luego llegaron las chicuelinas, una sinfonía de gracia sevillana. El toro fue simplemente noble, se quedó cortito, pero le sirvió a Morante para realizar una faena de trazos geniales. El de La Puebla es el espada del toreo en curva, nada de líneas. Es decir, que en cada muletazo somete al astado más que en diez en línea recta. Se pasó al toro muy cerca, cargó la suerte y todo pareció fluido, fácil, pero era el resultado de la torería. En las postrimerías, encadenó uno de la firma, un kikirikí, una trincherilla y el de pecho, que fueron un compendio de toreo caro. La estocada cayó bajita. La oreja cayó en sus manos.

Al quinto, toro que sacó algo de genio, no le hizo nada de mérito. No le debió gustar el toro. Algunos intentos aislados y a otra cosa. El toro se quedó inédito.
A Ponce le quieren en Almería como en pocos sitios. El que abrió plaza era un animal imposible. Es como si lo hubieran anestesiado en los corrales. El animal entraba andando, como muerto en vida. No había nada que hacer.

El cuarto apenas se picó en una entrada. El toro fue extraordinario por calidad y casta. Ponce hizo una faena efectista y muy alejada de la clase del toro. El animal le enganchó casi siempre la muleta al final de los pases, producto de su raza, aunque en ocasiones el espada logró enjaretar algunas tandas más reunidas y limpias, siempre muy rápidas, casi vertiginosas, que fueron recibidas con enorme estrépito en la plaza. Hasta un desarme sufrió el torero, que apenas toreó con la izquierda. Cesó la música, Ponce pidió con gestos exagerados que siguiera el pasodoble, realizó las poncinas, en fin, una mezcolanza sin orden ni concierto. Tras un pinchazo y una estocada trasera y baja le dieron dos orejas. Las mulillas pusieron mucho de su parte, como ocurre siempre en esta plaza cuando hay peticiones de orejas, con un tiempo desmesurado para arrastrar al toro, mientras Mariano de la Viña levantaba el brazo para que en el tendido siguieran pidiendo las orejas. De vergüenza. Y el palco, también como acostumbra, es decir, horroroso.

Castella se enfrentó primero a un toro sin fuerzas. Fue un toro noble que se derrumbó sobre el albero en diversos momentos de la faena. Castella toreó de forma abusiva sobre la derecha, algunas veces con más temple, otras con enganchones, aunque siempre desplazó al toro de forma violenta. Fue poco vistoso el desarme, que coincidió con una nueva caída del toro. Toro en el suelo; muleta al lado. La fiesta en declive.

El sexto se dejó, lo que en la jerga quiere decir que fue noble, tenía pocas fuerzas y cada menos recorrido. Castella comenzó con los pases por la espalda, muy vibrantes, para seguir con una labor de pases por ambos pitones de nuevo con toques fuertes. Cuando el animal estaba casi muerto de pegó su clásico arrimón, que tiene siempre efectos especiales en la masa. La gente, que es de una bondad extrema, le premió con la oreja, para que se fuera contento, según el comentario de un vecino. Pues todos contentos.

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