Carlos Crivell.- En la tercera de Almería hubo dos faenas grades.De la suavidad de la primera de Ponce a un toro dulce, a la del tercero de Perera a un toro más exigente.Ahí estuvo la corrida. Quien no estuvo fue Manzanares.
Plaza de toros de Almería, viernes 28 de agosto de 2015. 3ª de Feria. Dos toros de Garcigrande, 1º y 6º; uno de Domingo Hernández, 2º, y tres de Núñez del Cuvillo, 3º, 4º y 5º. En general, bien presentados y de juego variado. Muy noble el 1º de Garcigrande, de nombre ‘Emocionado’, premiado con la vuelta al ruedo. Descastado, el 2ª; justo de raza y mansito, el 3º; lesionado, el 4º; sin fuerzas, el 5º; noble y justo de casta, el 6º. Saludaron en banderillas Joselito Gutiérrez, Guillermo Barbero y Curro Javier. Ponce y Perera salieron a hombros.
Enrique Ponce, de carmelita y oro, estocada caída (dos orejas tras aviso). En el cuarto, pinchazo y estocada (saludos tras aviso).
José María Manzanares, de negro y azabache, media y siete descabellos (silencio tras aviso). En el quinto, estocada (palmas).
Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro, estocada (dos orejas). En el sexto, media estocada (una oreja tras aviso).
La corrida comenzó con una música suave, como un adagio musical, sin estridencias, con una faena de mar calmada. Enrique Ponce, torero predilecto de esta plaza, se encontró con la embestida plácida y suave del toro ‘Emocionado’, que le permitió torear a placer. Si todos los días se enfrentara a este tipo de reses tan boyantes, de tanta fijeza y del recorrido justo para permitir el suave desplazamiento hacia las afueras, Enrique Ponce podría estar en los ruedos de forma permanente.
El toro, poco picado como toda la corrida, planteó problemas en banderillas, de forma que la cuadrilla colocó los palos a trote de rejoneo. En la muleta de Ponce acabaron las dudas. El toro era una delicia para torear a gusto. Y Ponce, que sabe, lo toreó en una fanea pletórica de limpieza, buen gusto y sentido de la estética. Las primeras tandas fueron menos intensas con el toro muy por fuera y embarcando por el pico. Ya por entonces se había desmayado en los derechazos, señal clara de que el de Garcigrande era toro para el alboroto.
Y llegó el clamor en una faena que fue ganando apreturas, se hizo hermosa en los naturales y en los cambios de mano, para acabar con las llamadas ‘poncinas’, los muletazos rodilla en tierra que tanto prodiga el valenciano. El toro seguía con el motor encendido sin tregua, respondiendo a todos los cites de Ponce, siempre con una nobleza que rayaba en la embestida del carretón. Alguno dijo aquello de ¡no lo mates!, pero el mismo torero se percató que la nobleza no podía ser el único argumento para el perdón. Lo mató y paseó dos orejas, algo nada fácil en el toro de apertura, al tiempo que ‘Emocionado’ era premiado con la vuelta.
Había sido una brisa en la calurosa tarde almeriense. Estaba en puertas el huracán. Antes, Manzanares lidió uno de Domingo Hernández de una vulgaridad aplastante. Todo fue vulgar, el cabeceo del toro y la aparente apatía del alicantino. La prueba de ello fue el desatino de siete descabellos. No se puede usar el verduguillo desde una distancia sideral.
El huracán llegó en el tercero, toro de Cuvillo de hechuras perfectas, desconcertante en todo, pero que pasó por el caballo sin que el piquero le hiciera sangre. La divisa había servido de puya. En el quite de Perera, cuando iba al centro se dio media vuelta. Cosas de los toros. Cuado fue, y Perera lo medía por gaoneras, se echó a los lomos al torero. Momentos de emoción que siguieron con un torero engallado, ya en pie, y que seguía su quite como si tal cosa.
Ahí comenzó el recital de firmeza y valentía del extremeño. Pero no solo de valor, también de temple para llevar al toro prendido en la muleta y quietud para ligar en una loseta. El toro se apagó y Perera se dejó acariciar los hilos dorados de su terno con los pitones del toro. La plaza era un hervidero. La estocada, en todo lo alto. El huracán había arrasado en la plaza de Almeria.
La merienda apaciguó los ánimos. El cuarto de Cuvillo se lesionó una mano y la faena de Ponce fue simplemente de trámite. El animalito no podía moverse y solo quedó matarlo.
Manzanares se había quitado la chaquetilla en la merienda. Mucho calor en la plaza y, quizás, muchos problemas para respirar. El quinto fue un animalito sin fuerzas que se fue derrumbando en cada pase del torero. Solo la estocada, perfilándose a gran distancia, salvó su tarde desvaída.
Y salió el sexto y otra vez salió a por todas Perera. El de Garcigrande, justo de raza y mansito, se dejó en una faena que comenzó en el centro, y allí murió, con los pases por la espalda, para seguir con naturales de calidad, largos, de mucho mando, que no tuvo más remedio que aceptar el burel. La tarde se había decantado ya por Miguel Ángel, que se mostró en plenitud de sitio y valor. La muleta fue un imán poderoso que fijó sin solución de continuidad a un toro que sin ese buen tratamiento no hubiera embestido. Por el coso de la Avenida de Vilches pasó ayer un huracán torero.