Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: Cuatro de Marco Garfias, el primero desarrolló sentido y los otros tres fueron nobles con un punto de bravura. Todos fueron ovacionados en el arrastre.
Novilleros: César Ibelles, pinchazo y entera un pelín caída: saludó en el tercio.
Carlos Rodríguez, pinchazo hondo y entera que hizo rodar al de Garfias sin puntilla: oreja.
Xavier Gallardo, dos pinchazos y casi tres cuartos de estoque para despachar a su novillo: salió al tercio.
José Mari, pinchazo, aviso y entera habilidosa yéndose de la suerte: ovación en el tercio.

Sábado 28 de agosto del 2010
Séptima novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo

Este sábado, cuando se cumplían sesenta y tres años de la muerte del cuarto Califa de Córdoba, Carlos Rodríguez tenía una deuda consigo mismo y con el público de Arroyo. Y como caballero y torero la pagó con creces realizando una de las faenas más elegantes y templadas que se han visto en años en el feudo de los señores Arroyo.

Le tocó en suerte un astado que resultó bravucón, que no bravo, pero que cuando metía la cabeza y repetía era un portento. Fue el clásico novillo que hubiera puesto en evidencia a muchos otros coletas, pues pedía quietud, aguante, y toreo largo y poderoso.

El novillero potosino dio una lección de actitud y decisión. Con el capotillo pegó lances a la verónica extraordinarios; dos de ellos por el pitón derecho y una media pusieron la plaza boca arriba. El secreto mágico de acompañar con todo el cuerpo el lance o el muletazo, siempre ha marcado la diferencia entre el ole y el ¡Olé!
Quitó por acompasadas chicuelinas modernas y remató con una casi media larga cordobesa que no dejaron que se enfriara el ambiente. Carlos comenzó la faena de muleta con muletazos ayudados a media altura en los medios, todos elegantes y largos. Las tandas de derechazos tuvieron tres características meritorísimas: el novillo nunca le enganchó la muleta, jamás pegó un medio pase, y siempre le salió adelante al de Garfias. Caeremos sin remedio en el tópico, pero hay que decir que hubo derechazos que duraron minutos, que la muleta se arrastraba lentamente por la arena, y que la muñeca flexible y mandona de Carlos remataba todos los muletazos atrás de la cadera. Señalaremos que el bicho no tenía un pase por el pitón izquierdo, y que al intentar pegar un natural el muchacho potosino fue trompicado.

Los derechazos volvieron a meter al toro en vereda y el aficionado rugía de emoción. Sin embargo, el momento inexorable de la suerte suprema se hacía inminente, y ahí es donde Rodríguez nunca había estado a la altura de sus trasteos. El novillo se le pasó un poco de faena y fue complicado lograr que igualara, quizá eso provocó un pinchazo en lo alto. Afortunadamente, al segundo envite Carlos se volcó sobre el morrillo como un león y tumbó al cornúpeta. Lo de menos es si sólo le dieron una oreja por no matar a la primera, lo relevante fue la luminosidad del toreo puro.

La otra cara de la moneda, el toreo de oficio y mucha firmeza, corrió a cargo del primer espada, César Ibelles. Después de una cogida aparatosa al rematar el Quite de Oro, César demostró que sabe lidiar y que tiene el valor bien puesto. La faena de muleta fue de aguante serio y mucha limpieza, destacándose el novillero capitalino en tandas de derechazos largos y ceñidos. La inexplicable frialdad del respetable hizo que la labor de Ibelles sólo fuese premiada con una salida al tercio, cuando merecía por lo menos la vuelta al ruedo.

El tercero de la tarde fue un novillo con mucho trapío, de esos que suelen echarnos en la Plaza México cuando vienen Ponce o Castella. Xavier Gallardo, quien había cortado una oreja aquí la semana pasada, se salvó de un cate fuerte cuando el de Marco Garfias se lo llevó como el proverbial ferrocarril al intentar el primer lance. Quizá el torillo se venció en el viaje, quizá el hidalguense le adelantó mucho la suerte, la cosa es que Xavier voló un buen rato y fue a estrellarse contra la pared del coso. No obstante, el bicho era noble a más no poder y embistió con clase hasta el cansancio. Desgraciadamente, Gallardo estuvo soporífero y no aprovechó a su enemigo.
José Mari, el tlaxcalteca que cerró el festejo, sorteó a un novillo fijo y sin malas ideas, y estuvo voluntarioso aunque un tanto eléctrico. El de Garfias se apagó pronto y la labor de José Mari, entonada por momentos, fue diluyéndose sin remedio. ¡Otra vez será!

En suma, otro festejo interesante con una faena memorable, regalo de Carlos Rodríguez.
Apunte final: Si usted sigue estas crónicas, podría pensar que en Arroyo todo es felicidad y que el aficionado ha encontrado un paraíso taurino. Sí, casi, pero hay un lado oscuro. En esta y todas las novilladas de la Antonio Velázquez, los que descomponen el pasodoble son los mariachis, los cuales ensordecen al público con singular alegría. Ignoro por qué tenemos que aguantar miles de decibeles que nos martiriza los tímpanos en cada faena. Debe ser que el juez y los dueños del lugar son melómanos de cepa y filarmónicos un poco sordos.

A %d blogueros les gusta esto: