Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: Cuatro de Juan Huerta, desiguales en cuanto a presentación y mansedumbre.
Novilleros: Rodrigo Hernández, mató de media desprendida, entera contraria que atravesó al novillo y otra media que bastó: palmas.
Salvador Barberán, estocada entera un poco trasera: vuelta con fuerte petición de oreja.
Antonio Galindo, chalecazo y entera en todo lo alto: vuelta al ruedo.
Adrián Padilla, tres pinchazos y tres cuartos: palmas.

Sábado 16 de octubre del 2010
Décimo cuarta novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo

El antepenúltimo festejo de la temporada de Arroyo fue una decepción enorme por los execrables novillos que salieron al ruedo. Para decir las cosas lisa y llanamente: el ganadero Juan Huerta arruinó la tarde. Si la placita de Arroyo se caracteriza por la minuciosa y acertada selección del ganado, me resulta más extraño aun hayan tenido tan mal tino al comprarle ese compendio de mansedumbre anunciada al ganadero. Tampoco piense usted que la apariencia salvó de la quema al encierro, el primero era un bichito escuálido y los otros tres unos animales grandullones y bastos.

¿Qué podía hacerse ante la falta de casta y el peligro de la mansada? Pues estar digno y procurar lucirse con la media docena de embestidas que regateaban los novillos.

Rodrigo Hernández fue el menos afortunado de la cuarteta de novilleros. El primero de Juan Huerta fue una cosa espantosa: manso, chiquillo, berreón, huidizo y peligroso. El veterano novillero capitalino porfió sin fortuna, persiguiendo a la sabandijita por todo el redondel. La voluntad le redituó el reconocimiento del respetable, que por cierto estaba compuesto en su mayoría por villamelones gritones. La pregunta obligada era ¿y si los demás novillos se le parecen a éste? Y sí, se le parecieron en cuanto a la falta de raza y el mal juego, pero no en cuanto a hechuras, pues la tercia restante tenía kilos pero nada de trapío.

El segundo espada, Salvador Barberán estuvo aseado y elegante, aprovechando las primeras embestidas del novillote. Se lució con el capote y en las series de derechazos, pero el galafate se tornó reservón y difícil. Mató decorosamente y la gente pidió una oreja a todas luces excesiva. El juez de plaza, Gilberto Ruiz Torres, aguantó insultos y soeces referencias a su señora madre, pero no sacó el pañuelo, cosa que se agradece, y todo quedó en una vuelta al ruedo muy celebrada.

Antonio Galindo no tuvo más fortuna que sus alternantes en el sorteo y tuvo que echar mano de su inteligencia torera y de su valor espartano para plantarle cara a un novillo muy peligroso por ambos pitones. Empezó la faena de muleta por el lado derecho, logrando estirarse con la clase que le caracteriza en un par de tandas en los medios. Sorpresivamente se puso a torear con la mano zurda en las tablas, y pegó unos naturales de antología. Digo sorpresivamente pues nadie pensaba que el toro tuviera un pase por ese perfil.

El empaque, el trazo largo y el aguante emocionaron al cónclave. Es un gusto ver torear con tanta decisión y tanta elegancia, sobre todo cuando hay peligro. El bicho se lo echó al lomo en un pase de pecho, como buen manso, aprovechando la quietud del novillero tlaxcalteca. Luego, Toño pasó las de Caín para lograr que el de Juan Huerta medio igualara y tuvo la mala pata de pegarle un chalecazo al primer envite. Finalmente se volcó sobre el morrillo y tumbó al rumiante para dar la segunda vuelta al ruedo del festejo. Un día veremos a Galindo frente a un novillo con raza y alegría y entonces pondrá a la plaza de cabeza. Ojalá sea dentro de dos semanas, en el cerrojazo de la temporada.

Adrián Padilla, un novillero muy del gusto de la empresa, tuvo que vérselas con un animal igual de manso que su hermanos, pero más bobo, pues se dejó torear un poquito. El inicio de faena tuvo momentos de temple y torería, todo basado en derechazos. Luego el animal se aburrió y el coleta leonés no pudo volver a emocionar a sus partidarios. Mató mal, encogiendo el brazo, sin dar el pecho y pinchando alegremente, cosa que evitó la aparición de pañuelos y provocó que la gente abandonara presurosa la Antonio Velázquez presa de la decepción.