Gastón Ramírez Cuevas.-  Novillos: Cuatro de Boquilla del Carmen. Bien presentados con excepción del primero. Encastados en bravo, nobles. El tercero fue superior y le dieron arrastre lento.

Novilleros: Juan Camilo Alzate, multitud de pinchazos y golpes de descabello hasta dejar una entera contraria, dos avisos y silencio. Tomás Cerqueira, bajonazo y generosa ovación en los medios. Adrián Padilla, pinchazos y golpes de verduguillo variados, un aviso y silencio. Carlos Peñaloza, estocada entera y vuelta al ruedo por su cuenta.

Sábado 24 de julio del 2010. Segunda novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo. Se le tributó un minuto de aplausos a la memoria de Román Pedronni, joven aficionado práctico fallecido en la madrugada del viernes.

A veces la Fiesta entra gustosa en el terreno de los tópicos. Se topa uno de manos a boca con frases de cajón, verdades de perogrullo y dichos mil veces repetidos. Sí, pero el país del lugar común es el más real de todos. De esta manera, ayer en Arroyo deambulaba por los glaciales, lluviosos y bien poblados tendidos el fantasma del mítico Pepe Moros, aquel personaje inventado por don José de la Loma, quien decía: “Cuando hay toros no hay toreros, cuando hay toreros no hay toros.” Salvo el muchacho colombiano que ofició como primer espada, y que se justificó con creces ante un novillo con guasa, aunque estuvo fatal con los aceros, los otros tres novilleros acusaron una preocupante falta de torería, personalidad, hambre y oficio.

Alzate se topó con un bicho que desarrolló sentido desde los primeros lances. Lo recibió con una templada media larga de rodillas y quitó por inteligentes y toreras tafalleras, tragando y aguantando, sobre todo por el pitón derecho, el menos potable del torillo.

Inició la faena de muleta con incomprensibles pero encomiables derechazos de rodillas, donde el toro lo atropelló y zarandeó por vez primera. El trasteo fue de riñones y recursos. Siempre con la muleta retrasada, como mandan los cánones para torear a un animal avisado y de media embestida, Alzate tuvo muy buenos momentos, pero el público estaba más frió que una convención de pingüinos. Si algo podría reprochársele al colombiano es que toreó rapidillo, mas eso no justifica la poca entrega del respetable. Las joselillinas previas al primer pinchazo fueron de cortar la respiración.

Tristemente, el toro se le hizo de hueso, y los golpes de descabello, tirados con decisión pero desde muy alto, estuvieron a punto de hacer que el de Boquilla del Carmen se le fuera vivo. En estas arduas y poco atinadas labores el animal se lo llevó por delante en varias ocasiones llegando al extremo de dejar al coleta casi noqueado y muy maltrecho; un novillo con más fuerza, y menos gacho y apretado de cuerna lo hubiera calado. La imagen del novillero ensangrentado y con el terno hecho trizas, rengueando y volviendo una y otra vez a la cara del toro era como una página de las revistas antiguas, pero ni eso conmovió a los pétreos espectadores. Y hasta aquí lo digno de relatar.

Tomás Cerqueira torea con elegancia y temple, pero entre él y el toro cabe la mítica estampida de bisontes. El toro fue bueno, se dejó con creces y tuvo mucho gas, pero lo único memorable del francés fueron sus chicuelinas, preciosas y con la mano arriba, como (toda comparación guardada) las hacía el maestro Manolo Vázquez. Con la muleta no emocionó a nadie, ya que el toreo de expulsión no gusta ni aquí ni en el Celeste Imperio.

Mató de un certero bajonazo, y la gente, que parecía haber salido de su sopor, le aplaudió de manera inexplicable. No podemos cerrar este capítulo sin apuntar que Christian Sánchez, uno de los mejores banderilleros del universo conocido, puso un segundo par de antología y, para variar, saludó en el tercio.

Faltaba aun lo más triste de la novillada, el ver cómo el pobre Adrián Padilla desperdiciaba al malhadado novillo de la ilusión, que diría Leonardo Páez. El cornúpeto -como acostumbraban escribir los viejos revisteros- tuvo raza, bravura, nobleza, aguante, y las cualidades que usted guste y mande. Era una maravilla ver cómo se pegaba solito largos, eternos muletazos. Lástima que le tocó en suerte a un novillero muy basto y de pocas luces. Lo dicho, se consumó la más trágica de las posibilidades del toreo: la del toro colosal que se va sin haber sido aprovechado. Podemos consolarnos pensando que, según las leyes del karma, ese ejemplar de Boquilla del Carmen había sido un criminal en su otra vida y aquí las pagó todas juntas. Por lo menos el buen banderillero Diego Martínez le hizo fiestas con los palos y se desmonteró.

Cerró plaza otro novillo con las orejas prendidas con alfileres, por aquello de seguir nadando en las procelosas aguas del lugar común. Lo toreó Carlos Peñaloza, quien no mostró el más mínimo progreso desde la temporada pasada. Alguien le debe decir al espigadísimo y simpático novillero que en la Fiesta no todo son posturitas, pasitos sin ton ni son, sonrisas efectistas y pedirle melodías campiranas a la banda de mariachis. En la lidia de este novillo lo mejor fue el puyazo de Curro Campos, quien enceló al toro lanzándole el castoreño para después picar en todo lo alto y aguantar con mucha clase. Esos Campos son excelsos picadores de toros, buenos jinetes y toreros de la cabeza a los pies.

A ver si el sábado entrante no tenemos que acordarnos de Don Modesto y del siempre acertado Pepe Moros.