Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: Cuatro de El Vergel, magníficos de estampa, encastados y de juego variado. Salvo al tercero, todos los otros fueron aplaudidos de salida y ovacionados en el arrastre.
Novilleros: Rodrigo Hernández, pinchazo, estocada entera y palmas en el tercio.
Antonio Galindo, entera un poco caída a toro parado y salió al tercio a saludar.
Jorge Didier, cuatro pinchazos y varios descabellos, aviso y discretas palmas.
Christian Verdín, gran estocada y cortó la única oreja del festejo.

Sábado 11 de septiembre del 2010
Novena novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo.

Ninguno de los cuatro ejemplares que trajo desde Nuevo León don Octaviano García llegaba a pesar los cuatrocientos kilos. No obstante, tenían un trapío y una arrogancia para dar y prestar. Y además embistieron con clase. Uno de ellos, el segundo, humilló tanto, que al clavar los pitones en la arena y dar la vuelta de campana casi se parte el espinazo, y por eso no se fue sin las orejas.

Cuando en una tarde de toros hay gallardía en el ganado y en los toreros, la Fiesta goza de buena salud. No nos cansaremos de repetirlo, sólo en Guadalajara y en Arroyo se lidian novilladas de verdad.

El primer novillo era un tío con toda la barba y tan paliabierto que daba miedo. A Rodrigo Hernández le quedó grande el astado que fue claro, tuvo clase y embistió con codicia. El de El Vergel era para una faena al estilo del Faraón de Camas, un trasteo de veinte pases perfectos y a matarlo. No obstante, el novillero capitalino dudó en demasía y sólo dio buenos muletazos sueltos. Lo mejor de la lidia a este primer ejemplar fue el puyazo grandioso que le recetó César Morales.

A continuación vimos al debutante Antonio Galindo, un muchacho tlaxcalteca que tiene todo para ser torero. El novillo jaro o melocotón era un dije, y Galindo se fajó con él en las verónicas y el quite por chicuelinas y tafalleras. No podemos dejar de mencionar la vara cumbre de Curro Campos, otro picador de polendas.

Toño inició la faena de muleta con un escalofriante pase cambiado por la espalda, sin inmutarse ni arquear el cuerpo, y con las zapatillas bien atornilladas en la arena. Lástima que el torito se inutilizó después de dar una maroma. Galindo lo intentó todo y hasta fue cogido por arrimarse, pero el novillo ya no podía ni con su alma.
La estocada fue a ley y exponiendo. Confiamos en que los señores Arroyo le darán otra oportunidad al joven de Huamantla, vale la pena por su quietud, su oficio y sus buenas maneras.

El tercero de la tarde era un bicho agalgado que cuando alargaba la gaita sobrepasaba con creces los burladeros, y pedía a gritos que alguien le enseñara a humillar. Jorge Didier, el novillero hidrocálido, lo maleducó en un atrabancado quite por algo semejante a las saltilleras, haciendo que el de negro derrotara con alegría.
La cosa no se compuso con la muleta. La faena de Didier tuvo valor, gritos y una inconsciencia envidiable, pero en el toreo el hacer las cosas a la trágala no garantiza nada. Sobre todo cuando el cornúpeta no para de embestir. Como sabiamente acotó don Jorge Servín de la Mora, entendido como pocos: “entre dos que se mueven tanto y con tantas ganas, para ganar la pelea se necesita que alguien se quede quieto”. Y nos consta que ninguno de los protagonistas le hizo caso. Didier mató como pudo y nos quedamos con las ganas de ver qué tenia adentro el novillo, pues motor y alegría no le faltaban.

Cerraba el cartel otro debutante, Christian Verdín, de Guadalajara, quien se justificó con creces y a la postre fue el único que se hizo acreedor a un trofeo. Toreó con sabor a la verónica y con la muleta tuvo momentos de temple verdadero. Las tandas de derechazos suaves y largos y un natural que todavía no concluye pusieron a la gente al rojo vivo. La estocada fue de libro, haciendo la cruz y dejando el acero en todo lo alto. La oreja fue pedida por unanimidad y paseada por el muchacho jalisciense entre aplausos merecidísimos.

Christian, que traía en la espuerta únicamente dos novilladas, desmintió a todos los coletas que se quejan de la falta de rodaje y ponen como excusa para sus petardos el estar poco placeados.

Quizá la siguiente reflexión a manera de pregunta no sea muy pertinente, pero alguien debe hacerla. Si lo de El Vergel es puro Parladé, ¿cómo ha logrado Juan Pedro Domecq envilecer tanto la casta de esos toros allá en España? Porque aquí vimos sangre brava de verdad y estamos hablando de la misma procedencia. ¿Será que el ganadero mexicano, el señor García Rodríguez, es mejor aficionado y tiene más pundonor que el criador español de tan elegante apellido?

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