Gastón Ramírez Cuevas.- Novena novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo.

Novillos: Cuatro de Huichapan, bien presentados y de juego variado; el primero fue aplaudido al retirarlo el tiro de percherones y al cuarto le dieron arrastre lento. El primero y el cuarto eran de triunfo, el segundo y el tercero pedían el carné. Conrado regaló uno de Caparica, bizco y carifosco, pero de buen estilo, fue ovacionado en el arrastre.
Novilleros: Miguel Alejandro, mató de entera en buen sitio para cortar una oreja.
Luis Conrado, en el de la lidia ordinaria, tres pinchazos y entera bajita; silencio. En el de regalo mató de pinchazo y estoconazo para cortar una oreja.
Carlos Rodríguez, chalecazo y silencio.
Adrián Padilla, siete pinchazos y dos golpes de descabello, vuelta.

Sábado 19 de septiembre del 2009

Esta vez Miguel Alejandro se justificó con creces. Toreó largo al natural e instrumentó molinetes, dosantinas, pases por alto y manoletinas con tino y buen trazo. Se tiró a matar como debe ser y cortó finalmente una benévola oreja. Su novillo fue extraordinario por el pitón izquierdo, con recorrido y alegría pese al castigo en varas. En esta, su enésima comparecencia en la temporada de Arroyo, el muchacho de la tierra de Gaona (León de los Aldamas) se vio a gusto y con transmisión.
A continuación vino el novillero puntero Luis Conrado. Le tocó en suerte una prenda: el novillo era grande, feo, cariavacado, manso y con peligro, además de paliabierto y cornalón. Aquí Luis estuvo muy torero, con oficio, serenidad y entrega. De hecho, sufrió una voltereta al intentar un pase natural pues el toro andaba de cacería.
Conrado se jugó la barriga con alegría y trató de matar con verdad, pero hay que estar conscientes de que el bicho tenía un peligro evidente, no sordo, y que esperaba paciente el momento de herir.

José Luis Castillo Conrado no se iba a ir de vacío, por lo tanto regaló un quinto astado. El novillo de Caparica fue bastante potable, sobre todo por el lado derecho. Luis iba decidido a todo. Así, recibió al morito con media larga cambiada de rodillas y dos cambios de hinojos al estilo del Califa de León. Veroniqueó con gusto y limpieza y luego quitó por chicuelitas y tafalleras.

Con el trapo rojo mandó con gusto al derechazo y emocionó al cotarro. Desgraciadamente, fue nuevamente volteado al intentar un pase con la zurda. El revolcón fue espeluznante. Remató la faena con excelentes pases de costadillo y de pecho. A la hora de ir por uvas, decidió tirarse sin muleta, pero la cosa salió mal y sufrió otra paliza. En el segundo viaje dio el pecho e hizo rodar al toro sin puntilla. El estupor de los parroquianos se tradujo en una desigual petición de oreja que el juez concedió con buen tino. Uno se pregunta si Luis puede seguir en esta línea de temeridad y arrojo. Por lo pronto, está muy lastimado, magullado y zarandeado –tiene escayolada la mano derecha-.

Al tercer espada, Carlos Rodríguez hay que admirarle la serenidad y la torería. El de Huichapan se frenaba, calamocheaba y decía ¡a ver de qué cuero salen más correas! El novillero potosino le echó técnica al asunto y a base de aguante logró estirarse en buenos naturales aislados. Pese a su poco rodaje, Carlos estuvo más que digno hasta que entró a matar, ahí volvió a evidenciar lo que casi todos los novilleros que han desfilado por Arroyo: no sabe estoquear decentemente.
Resulta a veces incomprensible esta Fiesta moderna donde la suerte suprema es un trance patético para toro y torero. Ojalá su maestro Calesero ponga pronto remedio al asunto, pues torero habemus.

Adrián Padilla dio una muestra fehaciente de buen gusto al torear tanto con el capotillo como con la franela. En el quite por gaoneras logró dos lances memorables. Inició el trasteo doblándose con elegancia y luego toreó largo y templado al natural. Hubo un trincherazo que valió el boleto, con ciertas reminiscencias tlaxcaltecas, algo que nos recordó al maestro Pana. Para no variar se puso pesadísmo con la toledana. Lástima, pues las orejas se cortan con la espada. En Arroyo sólo queda un festejo, el de triunfadores, y no hay un muchacho -salvo Óscar Amador- que pueda presumir de haber cortado dos orejas a un burel. El balance ganadero es excelente, pero se han ido muchos novillos con las orejas impávidas. Hay novilleros con hambre y personalidad, pero falta que se entreguen al matar. Recordemos que desde que existe el toreo, si no se mata como Pedro Romero o como el Negro Frascuelo, todo pierde color.

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