Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: el primero fue de De Haro, débil y manso. El segundo, un pregonao, lo mandó el ganadero Jorge de Haro. El tercero procedía de Autrique y fue un manso con mucho peligro. El cuarto llevaba el hierro de Huichapan, fue bravo y permitía el lucimiento. Se le concedió el arrastre lento con mucho tino. El quinto provenía de El Vergel, dobló en mitad de la faena demostrando su pujanza y raza. El de San Martín que cerró plaza, fue un becerrote manso y avisado.
Novilleros: Salvador Barberán, aviso y saludó en el tercio. César Ibelles, ovación en el tercio después de jugarse la vida como los buenos. Antonio Galindo, silencio. Adrián Padilla, dos vueltas al ruedo por su cuenta y riesgo. Óscar Amador, estocada y al tercio. Christian Verdín, aviso y silencio.

Sábado 30 de octubre del 2010
Décimo sexta novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo. Concurso de ganaderías, festejo de triunfadores

El postrer festejo de la temporada de Arroyo fue un fracaso en toda forma. El que esto escribe acostumbra alabar la labor de Pepe Arroyo en cuanto a la selección del ganado y la seriedad de los festejos, pero ayer el señor empresario, con la ayuda de todos los ganaderos, menos don Adolfo Lugo, se complació en vernos la cara de primos y en pisotear las ilusiones de los toreros.

Hacía mucho tiempo que no veía yo un desfile de variopinta mansedumbre tan completo. Insisto, el cuarto de la tarde, el de Huichapan fue un novillo con trapío y raza que, previsiblemente fue a parar a manos del menos torero de todos los integrantes del cartel: Adrián Padilla. Pero los otros cinco bichos no sirvieron para nada.
Vamos a describir lo acontecido.

Antes de que se abriera la puerta de chiqueros, los hijos del querido matador de toros Víctor Huerta dieron una vuelta la ruedo en memoria de su padre, recientemente fallecido. Y quizá al terminar ese sentido y merecido homenaje póstumo debíamos haber abandonado el coso.

A Salvador Barberán le correspondió un ensabanado que blandeó y manseó de lo lindo. El espigado muchacho de Algeciras porfió y la gente reconoció su labor sacándolo al tercio.

César Ibelles dio una cátedra de valor y oficio frente a un novillo que hablaba latín y otras lenguas muertas. El cornúpeta de Jorge de Haro hizo todo lo posible por coger al diestro capitalino, desentendiéndose de los engaños y buscando pegar la cornada. Sin embargo, César estuvo arrojado y torero, doblándose por bajo, castigando y muleteando de pitón a pitón a la vieja usanza.

Antonio Galindo sorteó a un manso taimado de Autrique, mismo que no tenía un pase. Fue un animal al que ni El Guerra le hubiera podido hacer faena.
Y como era de esperarse, al novillero menos indicado, Adrián Padilla, le tocó en suerte el mejor toro de la tarde. Lo más sobresaliente de la lidia de este cuarto fue el segundo puyazo de César Morales, algo memorable por la torería, el temple y la elegancia. Durante la faena de muleta, Padilla estuvo siempre fuera de cacho, dudando y desaprovechando las embestidas del pupilo de don Adolfo Lugo Verduzco. Siempre es así, al toro bueno el destino le hace bailar con el más tullido.

Óscar Amador venía a refrendar su categoría de triunfador absoluto de la temporada. Con el capotillo nos regaló buenas verónicas, una media y un quite por saltilleras. Después, el torillo de El Vergel comenzó a morirse con gran celeridad, llegando a doblar en los inicios de la faena muleteril: ¡Olé la casta!

Christian Verdín se las vio con un becerrito del ganadero Pepe Chafick, a quien la Fiesta en México debe gran parte de su envilecimiento y decadencia. No sé si me explique… Quedaron para el recuerdo unos pases con la zocata, pero el festejo ya había zozobrado.

Se acabó el serial novilleril en Arroyo y salimos tristes de la plaza, preguntándonos si es inevitable que las cosas pierdan color y seriedad en esta tan vapuleado mundo del toro.

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