Álvaro R. del Moral.- La reciente feria de Fallas ha enseñado el estado de forma del senado de la torería pero también ha marcado el tirón taquillero de los que tendrían que tirar del carro en otra campaña que ha vuelto a nacer coja
Ganas de guerra y tibieza en la taquilla. La feria de Fallas ha enseñado el imprevisto renacimiento de Castella y, sobre todo, ha mostrado las ganas de batallar de El Juli y Perera, que sacaron los dientes en el intenso festejo del día de San José. Pero, ojo, con lluvia o con viento, no lograron -ni de lejos- rozar los tres cuartos del aforo del coso de la calle Játiva, que sí había gozado un par de días antes con los prodigios de un Morante raptado por la inspiración. El público valenciano también comprobó el ilusionante momento de algunos novilleros -Varea, Ginés Marín- que necesitan cancha y oportunidades. Pero hay que seguir consultando los mapas del frente: la definitiva prueba del algodón de los capitanes de la tropa llegará en las orillas del Mediterráneo. La república independiente del Sábado Santo -léase Morante, Juli, Perera y Talavante- está obligada a poner la Malagueta hasta la bandera para dar o quitar algunas razones. Y el empeño, visto lo visto, no parece demasiado fácil.
Demasiados años en primera línea. Llegados a este punto merece la pena preguntarse cual es la definitiva razón de este hándicap taquillero. Podríamos enumerar unas cuantas pero hay una que se impone sobre todas las demás: el inevitable desgaste de varios lustros en la primera línea de frente y la preocupante falta de un relevo atractivo, solvente y real empañan la ilusión del pagano a la hora de rascarse la carterita. Pero el caso es que… ¿A quién le interesa ese tapón? ¿quién ha propiciado la ausencia de aire fresco? También podríamos hablar largo y tendido del asunto. Algún día lo haremos. El ciclo valenciano también enseñó las ruinas de un Soro al que no dejamos de alabar su afán de superación. Pero esa historia de esfuerzos no puede convertirse en el esperpento que todo el mundo pudo comprobar por la pantalla. Y allí tragó hasta el apuntador. ¿O no?
Algunas cositas más. Podemos finalizar este repaso apresurado del ciclo valenciano hablando de esa pedrada que nunca debió ser lanzada. La tolerancia de las manifestaciones antitaurinas en el día, la hora y el lugar de las corridas causará tarde o temprano una desgracia irreparable. Pronto lo volveremos a ver en Sevilla. Pero lo curioso del asunto es que la policía reprende al aficionado si se le ocurre replicar a la violencia ¿verbal? de este personal recrecido. La lluvia de insultos -y a partir de ahora también de piedras- hay que llevarla con santa paciencia. Por cierto, volvemos después de Semana Santa. De los carteles de Madrid es mejor ni hablar. Que les pregunten a esos toreros jóvenes que se han quedado sin confirmar, que les pregunten.
Publicado el 24 de marzo de 2015 en la edición impresa de El Correo de Andalucía.
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