Fernando_Sanchez

Fernando Sáchez al quite

Álvaro Pastor Torres.- En el toreo, como en el ejército y la iglesia, el escalafón es sagrado. A la hora de tentar en el campo, aunque le pese a Molina, a los frailes de Regina y al apoderado tieso, el novillero de postín siempre va detrás del matador de magra suerte y escaso recorrido que tan bien sabe hacer esas faenas camperas. Y a igualdad de grado, decide la antigüedad. Viene a cuento esta digresión militar y de reglamento porque esta mañana, en la plaza de la Gavidia se le han vuelto a rendir honores al capitán Luis Daóiz, héroe sevillano en el dos de mayo madrileño que dejó su vida en el parque de Monteleón y al que sus paisanos levantaron una colosal escultura, obra del genio inclasificable de Antonio Susillo, que ha pasado al imaginario colectivo de la ciudad más por el tamaño superlativo de sus botas que por el ademán decidido del mártir antigabacho.

Y viene a cuento todo esto porque no se sabe si en un desfile deben lucir más las estrellas del capitán o el galón de los brigadas, y al final no queda claro si una cuadrilla va con Javier Castaño o Javier Castaño va con una cuadrilla, que es un contradiós y un desdoro al oro de los golpes y los machos del traje de luces. Siempre hubo cuadrillas de lujo con nombres que se han escrito con letras doradas: Julio Pérez Vito, Chaves Flores, Almensilla, Tito de San Bernardo o Luis González. Pero iban con figuras de la talla de Ordoñez, Puerta, Litri o Camino. Y si en la tarde pintaban bastos, ya se andaban ellos con sumo cuidado de llamar la atención lo menos posible.

Porque si después de la magnífica brega de Marcos Galán, la buena montura de Tito Sandoval –con el inestimable apoyo de la siempre bien domada cuadra de Peña- y los pares –más efectistas que profundos- de Adalid y Sánchez, su matador hubiera formado 2 líos 2, pues se habría entendido el montaje previo, pero lejos de ocurrir eso, el torero leonés ha dejado escapar 2 toros 2 -el lote más potable-, con unas faenas farragosas, espesas, deshilachadas y muchas veces enganchadas.

Paco Ureña venía precedido por un runrún entre el taurineo ambiente que alababa sus maneras y sus formas. Y a fe que cuando el río suena, agua lleva. Desde un ceñidísimo quite por gaoneras hasta el final anduvo siempre en torero, sin alharacas ni concesiones graciosas; serio y formal. Torero más de aficionado que de público en general. Lástima que siendo de Lorca no se acuerde de Caravaca por aquello de que el torero que matando no hace la cruz, se lo lleva el diablo. La izquierda es la que mata. Y la que pica.

El camero Esaú tiró de sus orígenes y se vistió de desparpajo y oro para meter en la franela a su primer manso de libro, como buena parte del encierro. La solanera le aplaudió mucho y hasta le dio una oreja muy protestada en los altos de 8, esa reserva espiritual de plaza que si no existiera habría que inventarla. En el último se puso más formal y la cosa no fue igual. Y es que en esto del toro, de capitán a brigada se pasa con una sola mirada.

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