Tarde completa de un inspirado Morante que cortó cuatro orejas y un rabo y dio una dimensión grande de torero. El Cid, voluntarioso y tenaz, fue un torero de menor entidad ante la genialidad del sevillano de La Puebla.

Núñez del Cuvillo / Morante y El Cid

Ganadería: seis toros de Núñez del Cuvillo, justos de presencia, nobles, de poca raza y de juego variado. Destacaron el segundo y el tercero.

Morante de la Puebla: una oreja, una oreja y dos orejas y rabo.
El Cid: saludos, una oreja tras aviso y una oreja.

Plaza de écija, 13 de septiembre de 2008. Media plaza. Saludó en banderillas Alcalareño. Morante y El Cid salieron a hombros.

Carlos Crivell.- écija

El mano a mano inesperado de los dos mejores toreros sevillanos del momento apenas congregó media plaza en el coso astigitano. Decían que la culpa la tuvo la televisión. Da igual, esta corrida era para verla en directo. La realidad final del festejo fue muy expresiva. Morante de la Puebla escribió una página de gloria con su mejor toreo, el que mezcla la genialidad con la hondura, la improvisación con la frescura, el toreo más genuino de la escuela sevillana con un valor descarado; Morante ofreció un recital de entrega y clase. Es un torero regenerado, ambicioso, fresco de ideas, sonriente y tan profundo como siempre.

Mató tres toros de Cuvillo y a los tres los cuajó según sus condiciones. La faena al primero, toro con nobleza y poca raza, tuvo sus momentos más intensos al natural, aunque los derechazos del final tuvieron enjundia.

La faena más redonda fue la de su segundo toro, noble y flojo, al que toreó de manera maravillosa en todos los tercios. Bien con el capote y sencillamente inmenso con la muleta. Surgieron de la muleta de Morante muletazos floridos, de hondura especial, con un sabor añejo y una realidad deslumbrante. Tal vez lo mejor fue la lentitud de cada uno de los muletazos, pero fue un toreo lento lleno de sentimiento. No cabe mayor plasticidad. Fue el mejor Morante de siempre, pero ahora con una decisión y un valor que le confiere un hálito torero especial. Lo mató mal y el palco se negó a darle la segunda oreja en un gesto riguroso.

Lo mejor estaba por llegar. Recibió al sexto con una larga cambiada. Se produjo un pequeño barullo al caer Lili durante la lidia. Morante lo resolvió al tomar los palos. Los dos primeros pares fueron cumbres. Morante es, posiblemente, el banderillero más puro del momento. El tercero fue deslucido, pero en un gesto de rabia cogió dos nuevos palitroques para ponerlos de forma sensacional por los adentros. La plaza se vino abajo por tanta raza torera y tanta categoría en la interpretación de una suerte algo degradada por atletas sin torería.

Se llevó al toro a los terrenos de sol. Allí se mostró entregado, firme y valiente para conseguir una faena de pincelas geniales, pero con el dato fundamental de la capacidad para lograr someter a un animal de fuerzas justas y la casta bajo mínimos. Cada gesto fue un monumento al buen gusto, como algunos ayudados a media altura de una torería excepcional. Todo el gesto fue un canto al toreo clásico y añejo de otros tiempos. Lo mató de una estocada sin puntilla y ahora, como premio a una tarde tan completa, recibió incluso el rabo.

El Cid estuvo voluntarioso toda la tarde con el lote menos bueno. Se tapó sin poder lucirse con el muy flojo astado que mató en primer lugar. Salió enrabietado con el cuarto tras la gran faena de Morante y cuajó tandas de pases de trazo largo y temple milimétrico. Fue su mejor faena, que había comenzado con lances a la verónica de perfecta ejecución. Se quedó en una oreja ante una estocada bastante tendida.

El sexto fue otro astado flojo y de poca casta. Muy motivado por el triunfo de su rival, El Cid exprimió al toro en una labor que fue tomando vuelo por el sitio que pisó y su encomiable voluntad de triunfo. Así pudo irse a hombros con el héroe de la tarde, un genio que anda suelto y se llama Morante de la Puebla.

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