Concha y Sierra, una aventura maravillosa
La familia García-Palacios conserva este encaste puro vazqueño y espera recuperarlo totalmente para la fiesta.
Algunos nombres ocupan un lugar privilegiado en la historia del toreo. Entre tantos, el de los toros de Concha y Sierra forman parte de la propia leyenda de la fiesta. Esta leyenda tiene su fundamento en la procedencia pura vazqueña de sus reses y en una trayectoria acrisolada, que alcanzó su máximo esplendor en los comienzos del siglo XX y que se extendió hasta la muerte de doña Concepción de la Concha y Sierra en 1966. A partir de esa fecha la ganadería entró en un tiempo de declive del que hoy intentan sacarla sus actuales propietarios, la familia García-Palacios.
El patriarca de la familia, José Luis García-Palacios, en compañía de sus hijos, José Luis y Guillermo, han emprendido la dura y, al mismo tiempo, hermosa tarea de recuperar la para la fiesta uno de los encastes más clásicos de la cabaña brava. El hijo mayor, José Luis, se encarga con mayor atención de todo lo que concierne a la ganadería de Concha y Sierra.
“Mi abuelo y un hermano suyo –comienza José Luis-, que eran castellanos en la provincia de Huelva desde principios del siglo XX, compraron sobre los años cincuenta una finca y la ganadería que allí pastaba, que era del Marqués de Villamarta. Aunque luego la vendieron, ahí ya le entró a mi padre la afición al toro bravo. Cuando las cosas fueron propicias, mi padre compró una ganadería a Ramón Sánchez Ibargüen, aunque nunca llegó a tenerla, porque de forma casual se planteó la posibilidad, a finales de 1993, de adquirir la de Concha y Sierra, que estaba en manos del Litri. Como es normal, lo que habíamos comprado a Sánchez Ibargüen lo vendimos en poco tiempo. Para nosotros era algo impensable poseer un hierro tan prestigioso y a ello debíamos volcar todos nuestros esfuerzos”.
De tal forma que en 1994 la familia García-Palacios se lleva a sus fincas en San Bartolomé de la Torre los productos de Concha y Sierra, una ganadería con una hoja de servicios muy brillantes pero en horas muy bajas. “Teníamos muy claro que mi padre había adquirido una ganadería para sus hijos, porque el trabajo necesario para poner de nuevo la ganadería en circulación era cuestión de muchos años”. Se llevaron las vacas, las reses nacidas bajo en guarismo en curso y los sementales, “pero le dejamos a Miguel los toros, porque, como le dijimos, no queríamos aprovecha los éxitos ni ser perjudicados por los errores de otros. Es decir, queríamos comenzar de cero”.
A partir de ese momento, el trabajo se basa en los libros de la ganadería. El primer año, como recuerda García-Palacios, “fue para dejar sólo lo que debía formar parte de nuestro futuro, de forma que de las 240 vacas que compramos nos quedamos en 115 vacas. Fue una labor basada en revisar las líneas predominantes, le dimos mucha importancia a la morfología y buscamos lo más puro de Concha y Sierra. Sabíamos que en 1980, Miguel Litri había cruzado la ganadería con un semental del Conde de la Corte, pues eliminamos todo lo que tenía algo de ese cruce. Teníamos Concha y Sierra y queríamos ese encaste. Es cierto que alguna vaca se retentó posteriormente, pero fueron casos aislados”.
En toda aventura de difícil solución hay que tener suerte, “y nosotros la tuvimos al buscar las familias procedentes de sementales señeros de la divisa. Entre los sementales venían dos sementales muy nuevos, uno de ellos el llamado Chivito, que comenzó a dar productos muy buenos en cuanto a calidad y nobleza en muy altos porcentajes. Este Chivito, que murió hace un año, es la base actual de la ganadería, porque todos los sementales actuales, excepto uno, son hijos suyos. Pero es que buscando en los libros, este Chivito tenía unos antecedentes buenísimos. Así que estamos contentos porque creemos que tenemos una buena base de de aquellos toros de pelos tan variados y que tanta fama dieron a Concha y Sierra”.
De las muchas características de este ganado, la de la variedad de los pelos es muy conocida. De Chivito, toro burraco, han salido reses de capa salinera, sardos, colaros y, naturalmente, burracos. Pero nos interesa el comportamiento. ¿Cómo era el toro vazqueño de Concha y Sierra? “Era un toro de una pelea brava en el caballo y con nobleza en la muleta, aunque con no demasiada calidad. Lo que pasa es que la propia evolución del toreo ha obligado a los ganaderos a seleccionar un tipo de animal que tiene unas características distintas a las de hace cincuenta años. El toro actual de Concha y Sierra no es igual al de antes, pero así le ocurre a casi todas las ganaderías. Conservan estos toros su pelea de bravo en el caballo y algo de nobleza. Y, lógicamente, ha mejorado algo la calidad de la embestida, pero aún queda mucho camino por recorrer”.
Dice José Luis García-Palacios que diez años no son nada en la crianza del toro. Partieron de cero y siguen buscando el toro de Concha y Sierra que se adapte a los comienzos del siglo XXI sin perder las virtudes fundamentales que le dieron fama. Es una labor de ganadero romántico que llega s ser muy dura. “Este año hemos vuelto a realizar un cribado muy importante en las vacas. Tenemos una alta consanguinidad que nos obliga a limpiar las vacas que no dan la talla. Hemos vuelto a quedarnos en 110 vacas. Es un número que limita mucho el número de reses a cinco corridas en el mejor de los casos”.
El toro futuro de Concha y Sierra, con una meta que se puede cifrar en unos diez años por delante, debe ser un toro que sea de una lidia emocionante. Lo aclara José Luis en sus palabras: “Queremos que el nombre de esta divisa vuelva al lugar que tuvo antaño. Entiendo que no se puede etiquetar de ganadería dura, al menos así lo veo en los tentaderos y tampoco lo era antes porque la han matado todas las figuras como un toro de triunfo. El toro se cría para que se desarrolle un arte, por tanto, sin desmerecer de las llamadas duras, nuestros toros deben ofrecer una lidia espectacular y emotiva, siempre lejos del toro bobalicón, que puede dejarse dar pases pero que no ofrece ningún interés. Se crea un arte dominando a un animal que embiste con codicia”.
Es una tarea de paciencia, “con una velocidad distinta a otras ganaderías, porque no sólo se trata de recuperar y colocar en su sitio a un encaste que no tiene igual en el mundo, sino que además es un trabajo que exige cierta precaución. Es muy fácil venderlo mañana y que el problema lo afronte otro. No es nuestra meta, porque, por fortuna, ya estamos observando que hay frutos que nos dan fuerzas para seguir adelante”.
“Es un trabajo de laboratorio muy lento”, recalca García-Palacios; llega más lejos, “porque es posible que mi hermano y yo veamos el final de esta historia, pero el aficionado que nos inculcó el amor al toro y a su crianza, que es mi padre, será mucho más complicado que pueda presenciarlo, de ahí que en 1999 nos decidiéramos a comprar otro tipo de encaste más contrastado y “aceptado”, como el de Juan Pedro Domecq y Marqués de Domecq, que le permitirá a mi padre disfrutar de su pasión ganadera. De ahí surgió Toros de Albarreal, que es nuestro oro hierro y del que se encarga con mayor detenimiento mi hermano Guillermo”.
Y así, la familia García-Palacios dirige estas dos ganaderías por separado. Las decisiones son conjuntas, aunque al final la toma de postura es de quien la entiende, “y yo tengo Concha y Sierra en la cabeza y mi hermano tiene más la de Albarreal. Son dos líneas que exigen una precisión muy notable y el conocimiento muy alto de cada encaste para saber qué es lo que debemos seleccionar en una u otra ganadería”.
No se permite el cansancio ni el aburrimiento en la aventura maravillosa de Concha y Sierra. “Fallaría nuestra afición si nos aburrimos”, matiza García-Palacios. El toro de lidia es un animal de capacidad sobresaliente, el que buscan todos al margen de sus procedencias. “Es cierto, en definitiva se busca un toro que pelee hasta el final en todos los tercios y que sea la base, por su calidad, para crear la belleza maravillosa del toreo. Creo que todos los ganaderos buscamos el toro bravo y que al final no importa el hierro”.
Las fincas de Concha y Sierra
Los toros de procedencia Domecq que se lidian como Toros de Albarreal están en la localidad de Zufre en la finca Juan Esteban. Los toros de Concha y Sierra están en el término de San Bartolomé de la Torre. “Los machos están en El Campillo y las hembras en la Dehesa Boyal. Los tentaderos se hacen en El Campillo, aunque los de Albarreal se hace ahora en Juan Esteban”.
Las fincas El Campillo y Dehesa Boyal fueron compradas en 1926 por el padre de José Luis García-Palacios, por tanto el abuelo de nuestro ganadero. Es una finca muy completa con naranjos, zonas de regadío y de caza, con encinares y alcornocales, siendo esta zona en la que pasta el ganado bravo, aunque también se cría el cerdo ibérico. El caserío, muy reformado, es la imagen clásica de los cortijos de Huelva, acogedor y sin ninguna ostentación.
Las vacas de Concha y Sierra están en la finca Dehesa Boyal, que es una finca que tiene un nombre y un origen muy especial. Después de la desamortización de Mendizábal, las propiedades nuevas de los municipios se les ofrecen a los agricultores para que pudieran llevar los bueyes y de ahí el nombre. Las fincas El Campillo y Dehesa Boyal, donde pasta actualmente el ganado de Concha y Sierra, rodea al pueblo de onubense de San Bartolomé de la Torre, aunque la primera tiene una parte en Gibraleón.