Alvaro Pastor2011Álvaro Pastor Torres.- En mi más tierna y primaria juventud, cuando Romero salía por lo general a diez broncas por Feria a pesar de las matas de romero que traía el incondicional de la boina superlativa, yo estaba abonado en el tendido 11, justo delante del pintor Juan Romero –clarividente en lo taurino, como sus coloristas pinturas-, y detrás de don Miguel, maestro pastelero de Fuentes de Andalucía que en los herrajes del vomitorio hablaba poco pero cuando lo hacía sentenciaba sin apelación; de ambos aprendí mucho. El domingo de feria, al reclamo de los Miura, cuando la sabia y curtida afición de los pueblos, ya del Aljarafe ya de la Campiña, venía a la plaza, era el día que también aparecían en sus fragonetas los turroneros. A la salida de los toros la calle Adriano se llenaba de pregones que anunciaban lotes de turrón a precios irrisorios. Del duro y del blando. Pero eso ya se perdió. La globalización arrasa con todo.

Ayer hubo Victorinos de Jijona, o sea, blandos, y de Alicante, durillos como una torta imperial pero sin llegar a comerse a nadie. Si le quitamos el nombre, la capa cárdena y la aureola que aviva desconfianza, la nobleza prevaleció con mucho sobre esas antiguas alimañas tobilleras que engrandecieron la leyenda del antiguo hierro de Albaserrada, y pusieron en circulación y en dinero al ganadero de Galapagar. Pegado al suelo y rajadito el primero; sin terminar de definirse el veleto segundo, como el turrón de natanueces que ni es chicha ni limoná; flojito, y quizás por ello con la cara arriba, el tercero; nobilísmo pero con las fuerzas justas el cuarto, una tableta de guirlache puro; duro y encastado el quinto, con mucho que torear y ovacionado con largueza por toda la plaza en el arrastre, una res con sabor, como el turrón a la piedra, con su toque de limón y canela, y de más a menos el sexto que casi quedó inédito en el trasteo por la falta de decisión de su matador.

A Manuel Jesús El Cid se le fue su enésima feria entre dudas, monopases, tiralíneas, cogidas indisimuladas de aire, baile de zapatillas y cites fuera de cacho. El de Salteras ni está ni se le espera. Hace unos cuantos trienios le hubiera formado un lío con la zurda a su segundo, pero el tiempo pasa inexorablemente. El crédito lo tiene ya bajo mínimos. A Ferrera la oreja –que se pidió con los pañuelos que había repartido Fandiño a la entrada- le supo a poco, como a todos nosotros, porque el toro era de escándalo grande. Tardó en cogerle el aire y mató regular. Fandiño, espeso y hasta desbordado por la salida violenta del sexto, que hizo emplearse a Ferrera, director de lidia, para desfacer el entuerto en el que se había metido el diestro vizcaíno.

Termina la feria y las publicitadas figuras del mañana no han aparecido. La tragedia del presente se masca. Que San Pedro Regalado, patrón del gremio, cuya fiesta se celebra mañana, nos pille confesados el día que esto se hunda, como le pasó al Titanic. Y al vaporcito de El Puerto, que nos pilla más cerca.

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