José Luis Garrido Bustamante.- Siento lo que voy a decir. Y, es más, probablemente es muy poco oportuno escribirlo hoy cuando todavía resuena el eco caliente de un triunfo taurino de puerta grande. El toreo a caballo está perdiendo emoción. Y cuando esto sucede en un espectáculo que se concibe como de alto riesgo para el que lo ejecuta, mala cosa. Si desaparece el miedo de los tendidos… si los que se acomodan en las localidades de la plaza no sienten el repeluco de la tragedia posible… y los que saben un poco, aunque solo sea una mijita de eso que es el toreo profesional, a pie o a caballo, no se ven obligados a estudiar si el que está delante de la fiera sabe o no sabe resolver los problemas que ésta le pueda plantear… apaga y vámonos.

Añado algo muy serio: Creo que estamos haciendo un flaco favor a la Fiesta Brava y servimos como trofeos en bandeja de plata argumentos a sus detractores que ahora están tan de moda cuando permitimos que salgan por los chiqueros esos animalitos con los cuernos recortados, que es un poco más que despuntados , y las fuerzas justitas para correr detrás de una cuadra de caballos que se van relevando hasta que su jinete convierte al pobre bichito en un acerico inclemente de rejones, banderillas, banderillas cortas, arponcillos, rosas… etc.etc.

Que el rejoneo ha llegado a alcanzar hoy cotas jamás soñadas, es indudable. Y que la doma se ha perfeccionado… y que se consigue que los equinos toreen… y bailen en espectaculares corbetas… que driblen al toro y hasta que lo muerdan… pero ¿qué quieren ustedes que les diga?… Yo no me emociono. Yo me sigo acordando de Angel Peralta cuando a lomos de “Ingenioso” no había animal bravo que se le resistiera y lo mismo servía para clavar banderiíllas a dos manos que para ceñirse hasta dejar la rosa en el morrillo e igual caracoleaba que se balanceaba en la misma cara del toro.

Por eso opino—y es lo último desagradable que voy a afirmar en estas líneas— que por la misma Puerta del Principe por la que sale un matador que se ha jugado la vida ante dos toros en puntas con trapío y bravura cortando por lo menos tres orejas, no debe salir un domador de caballos por muy brillante y espectacular que haya sido su actuación.

 

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