Carlos Crivell.- El año taurino acaba con la feria colombiana de Cali, que ahora es un pálido reflejo de lo que fue en tiempos pasados. No tiene nada que ver lo de ahora con lo que fue esa feria hace treinta años. Para colmo, para que todos pudiéramos ver en directo el deterioro de la plaza y la afición, nos la han ofrecida por el canal One Toros, así que nos tuvimos que tragar el indulto de un novillo de ínfima presencia, en manos de un Talavante muy alejado del torero que fue en sus mejores tiempos. No se trata de enjuiciar lo sucedido en el ruedo caleño, si son felices con este tipo de festejos, allá ellos, pero se vuelve a poner sobre la mesa la cuestión de los indultos, una práctica que ha adquirido un nivel desaforado en plazas españolas y que necesitaría una regulación. El caso del toro de Victorino indultado en Algeciras y que el ganadero sacrificó de inmediato es un simple ejemplo de que los indultos en su mayoría sólo son un ardid publicitario para el lidiador y el ganadero. Una parte de los presidentes de plazas españolas (esa es otra, los presidentes están divididos) lo ha denunciado. Es de lo poco en lo que llevan razón. El camino hacia una fiesta amable, muchas veces incluso con la intención de rebajar la presencia de sangre, favorece que los indultos florezcan como las margaritas en primavera. En Cali no iban a ser menos y han indultado a un choto sin presencia para escarnio del toreo.

A %d blogueros les gusta esto: