Horrible corrida de Juan Pedro Domecq y ni una vuelta al ruedo en la corrida de toros de esta tarde en el Puerto de Santa María. Sólo Talavante se justificó con el menos malo de la tarde, el tercero.

Seis toros de Juan Pedro Domecq, justos de presencia y de pésimo juego, sobre todo por su absoluta falta de casta y fuerzas. El primero se echó sobre el ruedo. Casi todos acabaron parados. Se dejó más el tercero, noble.

Juan José Padilla: estocada corta y descabello (saludos) y estocada honda (saludos).
El Juli: estocada (saludos) y estocada trasera y descabello (saludos).
Alejandro Talavante: cuatro pinchazos y estocada contraria (saludos) y atravesada y cuatro descabellos (silencio).

El Puerto de Santa María, 8 de agosto. Media plaza. El público abroncó a la presidenta de la corrida del viernes cuando paseaba por el callejón.

Carlos Crivell.- El Puerto

La corrida fue un timo en materia ganadera. Sólo de esta forma se puede calificar un encierro gordo, parado y muerto a las primeras de cambio. Fue una corrida de Juan Pedro como tantas otras que ha lidiado este ganadero. Si la materia prima falla, todo lo demás no tiene importancia. El público, resignado, aguantó la suelta de reses que desde su salida dejaban entrever su falta de vitalidad. Y aguantó con santa y sorprendente paciencia. Se confirma que el espectador de las corridas de toros es santo.

Se lidiaron dos toros que los veterinarios habían rechazado porque consideraban que los pitones eran escasos. El presidente los rescató y los metió en el festejo. Los citados toros eran muy cornicortos. El pitón izquierdo del cuarto era una mala obra del artista de turno.

El que abrió plaza se tumbó en la faena de Padilla, sustituto del convaleciente Cayetano. El animal no podía con su esqueleto. El jerezano lo recibió con una larga cambiada y puso tres pares de banderillas vistosos. Muleta en mano, cualquier intento de toreo fue imposible. Se desplomó el toro y a otra cosa.

Tampoco fue bueno el cuarto, cuyo pitón izquierdo era un poema. Padilla, tras las banderillas, comenzó su labor con siete muletazos de rodillas muy apretados. Ahí se acabó su faena. El toro metió la cara sin fuelle y Padilla dio muletazos con voluntad y escasa calidad. Para un torero poderoso, curtido en reses de mayor agresividad, este tipo de ganado no es el más adecuado.

¿Para qué toreros son adecuados estos animales carentes de calidad? Tampoco para El Juli. Con el segundo, un burraco con aspecto de buey, no pudo enjaretar dos pases seguidos. El animal besó el albero varias veces y el madrleño acabó aburrido.

Se movió más el quinto, aunque esos movimientos eran de animal bruto, como si embistiera un bulto negro. El Juli tiró de casta y valor en una faena con tandas por ambos pitones no siempre limpias, afanosas y con oficio. La tarde se deslizaba por el mayor de los aburrimientos. Esa faena de El Juli era un pequeño oasis en un desastre. Fue por ello que algunos pidieron la oreja, pero la tarde no tenia arreglo y, como es lógico, no hubo trofeo.

El tercero fue menos mulo que sus hermanos. Para que esto ocurriera, el animal pasó por el tercio de varas de forma simbólica. Talavante hizo una faena templada a ese toro noble, casi toda por la izquierda, con una inmensa muleta y jugando mucho con los vuelos. Su labor tuvo quietud y ligazón. Toda esa faena la desperdició con un concierto de pinchazos.

Las hechuras del sexto eran de un buey de carretas. El pitón derecho era la mínima expresión de lo que debe ser la cuerna de un toro en El Puerto. El presidente debería estar satisfecho de su decisión al admitir a un animal tan descornado. Embistió, – ¿era aquello una embestida de res brava? – , con medio recorrido y la cara alta. Talavante dio pases, muchos pases, pero no me acuerdo de ninguno.

La única demostración enérgica del público fue para abroncar a la señora presidenta del viernes, la que negó la segunda oreja a Morante y la vuelta a un toro bravo. Así fue la corrida.

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