Álvaro Pastor Torres.- En la inauguración de la temporada en El Puerto apareció el viento y los de Juan Pedro como enemigos,pero el sexto cambió el panorama y la corrida pudo finalizar con buenas noticias.
Plaza Real de El Puerto de Santa María. Domingo 2 de agosto de 2015. Primera corrida del abono veraniego. Más de tres cuartos de entrada en tarde soleada y ventosa
Seis toros de Juan Pedro Domecq de diversas hechuras y poca fuerza (1º tullido y rajado, 2º flojo, 3º anovillado y descastado, 4º terciado y noble, 5º muy parado y 6º noble con recorrido)
Enrique Ponce, de turquesa y oro. Estocada baja (saludos). Estocada (dos orejas)
Morante de la Puebla, de verde hoja y oro. Estocada un punto trasera y tendida (ligera división de opiniones). Metisaca en los sótanos y estocada (división de opiniones)
José M. Manzanares, de negro y azabache. Metisaca y estocada atravesada (saludos). Estocada (dos orejas)
Auguraban los más viejos y sabios del lugar, en base a sus observaciones sobre los nidos de algunos insectos, un verano muy caluroso y con mucho viento de Levante. En lo primero habían acertado plenamente, pero en lo segundo habían errado con estrépito, al pasar julio entero entre un fresco poniente y a veces un viento del sur. Hasta ayer mismo, en que apareció con saña el tan temido viento del este, el levante, al que tierra dentro llaman solano y que tanto perturba por estos lares a hombres y animales.
Eolo no quiso perderse el inicio de la breve temporada taurina portuense y condicinó en parte el festejo, pero no tanto como los flojos toros de Juan Pedro.
Muy buena entrada y gran ambiente en tarde de sol, algunas moscas y unos cuantos moscones -y mosconas- saludando a diestro y siniestro.
Durante el prefacio de la función el polifacético Joaquín Albaicín leyó un manifiesto a favor de la Fiesta. Encomiable acción, lástima que las palabras se las lleve el viento. Aquí hacen falta ya hechos. Y muchos.
La cosa no empezó bien con la abúlica y renqueante salida del castaño gachito que rompió plaza. Ponce tardó en hacerse con él a base de mimo en terrenos de la solanera. Tras el monopuyazo quitó por delantales. Inició la faena por bajo en la zona del albero donde reposaban los papelillos delatores que lanzan los mozos de espada. Poco pudo hacer con un animalito muerto en vida que pedía una horita corta con media lengua fuera. Lo despenó pronto y sin apreturas.
En el cuarto, brindado a Paco Ojeda, Ponce tiró de su probada experincia y repertorio ante un toro muy flojo. Se gustó con la derecha y toreó al ralentí un burel al que pocos sacarían faena. Trasteo largo y eminentemente diestro con largas pausas de refresco. Sobresalió un cambio de manos de cartel. Entusiasmó al hasta entonces adormilado respetable que pidió con fuerza los dos apéndices.
De Morante se recordará su toreó de capa. Con esa vista de lince que le caracteriza para ver pronto los toros, entendió de salida al castaño segundo y en un metro cuadrado se sucedieron casi media docena de verónicas, con quietud y dulzura de yema de San Leandro, jugando los brazos con armonía indescriptible. Sobando mucho la franela Morante pudo sacar algún redondo con gusto junto a la primera raya, pero el burel comenzó como dicen ahora a soltar la cabeza de pura flojedad.
Casi se repitió la secuencia en el quinto, si bien el toreó de capote de Morante se desarrolló en tres actos: un recibo a la verónica al precioso burraco, unos lances lentos y con apreturas de verdad; unos delantales particularísimos y ceñidos para llevarlo al caballo y un quite por chicuelinas. Poco más se vio.
Manzanares pasó inédito el primer tercio del tercero que embestía con brusquedad. El toro respondía por el nombre de Castigado y a fe que era cierto. Faena muy estética, como es marca de la casa, con tandas cortas y sin muchas apreturas bajo los sones de ‘El cielo andaluz’.
Si siempre hubo un quite del perdón, Juan Pedro se caracteriza por el toro del perdón que suele salir al final y palía un poco el petardo anterior. Ése fue el último, un cornúpeta noble y con mucho recorrido con el que lució toda la cuadrilla y, claro está, el jefe de filas con una faena preciosista y de puro orfebre que caló pronto y bien en los tendidos que tras una estocada recibiendo pidieron y obtuvieron de la señora presidenta las dos orejas. Al final dos toreros en hombros a pesar del levante y de Juan Pedro.