Corrida en El Puerto deslucida por toros de tres ganaderías, del mimso encaste, y de pobre juego por falta de raza. Destacó el pellizco de Morante, así como el valor de Perera. Morante cortó la única oreja de un festejo de casi tres horas de duración.
Plaza de toros de El Puerto de Santa María. Dos tercios de plaza. Dos toros de Victoriano del Río (1º y 2º); dos de Zalduendo (2º y 3º), y dos de Juan Pedro Domecq (4º y 5º). En general, terciados y de juego variado. Manejable el primero de Victoriano del Río y descastado el sexto del mismo hierro; los de Zalduendo, nobles y justos de raza. Nobles y apagados los de Juan Pedro. Saludaron en banderillas Joselito Gutiérrez y Guillermo Barbero.
Finito de Córdoba, negro y azabache, estocada caída (saludos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada caída (silencio).
Morante de la Puebla, negro y seda blanca, dos pinchazos, media y dos descabellos (saludos tras dos avisos). En el quinto, media estocada (una oreja).
Miguel Ángel Perera, azul marino y oro, dos pinchazos y estocada (saludos tras aviso). En el sexto, pinchazo y estocada (saludos).
Carlos Crivell.- El Puerto de Santa María
Foto: Twitter @puertacarmona
Se lidiaron toros de tres ganaderías, los que estaban previstos para el mano a mano de Morante con Manzanares. Reconvertido el cartel en una terna, los toros fueron sorteados. La corrida no fue buena. Dentro de la variedad del encaste Domecq, el comportamiento fue parecido. Ayunos de casta, con pocas fuerzas, les salvó alguna nobleza, aunque no en todos. A la vista del cartel, se podría decir que todo quedó en manos de Morante y Perera. Finito era la sorpresa. Torea ya tan poco el de Córdoba…
Perera puso la tarde en ebullición en el tercero. Dentro de un desarrollo desesperante por la lentitud del festejo, el tercero, de Zalduendo, fue reservón y justo de raza. Perera se lució en un quite brillante por gaoneras, resuelto finalmente con una saltillera en un alarde de valor e inteligencia. El toro requería un torero firme, que lo esperara y lo templara. Ese torero fue Perera. Fue una labor sorda, incluso la música se quedó muda, pero que llegó a todos los aficionados por el sitio que pisó el extremeño y la serenidad para resolver la papeleta. Fue una faena que se quedó sin premio por el uso deficiente del estoque. A Perera este año se le van los triunfos por la espada, antes tan certera.
Con el que cerró la corrida, más de las diez de la noche, Perera volvió parar los pulsos en otro quite muy ceñido, ahora por tafalleras, caleserinas, alguna gaonera y un farol. No cabe más quietud. El Puerto vibró. El de Victoriano del Río, justo de raza y mirón, volvió a encontrarse con un torero con el celo del triunfo. Lo desengañó en tandas diestras, pero el animal quería irse. Perera lo sometió, no pudo ligar, pero allí quedó su coraje torero. El manso de Victoriano no merecía tanto esfuerzo.
La lidia del segundo fue interminable. Morante había enjaretado varias verónicas magistrales, pero la media fue algo sobrenatural. El de Zalduendo, sin fijeza, complicó la lidia por sus idas y venidas. Muleta en mano, Morante anduvo con parsimonia, unos tanteos aquí, otros más allá, de forma que hasta que no habían pasado siete minutos no lo vio claro el de La Puebla. Tandas con buen gusto por la derecha. Estaba toreando al natural cuando sonó el primer aviso. Como si lloviera. Morante siguió a lo suyo: torear. La tanda de naturales fue profunda y ligada, todo rematada por uno de la firma. Con prisas se tiró a matar para fallar varias veces, sonó el segundo aviso y le perdonaron el tercero, hasta que acertó con el verduguillo. Catarsis propia de Morante en la plaza, un ruedo que le conoce en su máxima dimensión de artista.
Pero aún quedaba el quinto de Juan Pedro. Toro ideal para este torero. Comenzó en las tablas por alto y remató con una trincherilla. Sobre la derecha dibujó muletazos bellísimos, faltos de continuidad, aislados, pero llenos de cadencia. El toro resistió muy poco. Ya con la izquierda, los pases surgieron aún más desunidos. Morante le puso estética y compostura. Todavía quedaba la firma de dos derechazos ligados a un molinete arrebatado. Y, por encima de todo, torería a raudales en los desplantes. La Real plaza es muy de Morante. La oreja se celebró con palmas por bulerías.
Finito se esforzó con el primero. La imagen del torero cordobés no es buena. Se le nota una gran desconfianza. Ese primero, de Victoriano, era noble. Tardó en percatarse y pudo robar algunos pases sin ajuste y la figura contraída. El cuarto se acabó en un puyazo en la paletilla por donde sangró de forma llamativa. Acabó parado, lo mismo que Finito.