Antonio Lorca.- La crisis es un tsunami que lo arrasa todo; ayer, en la Maestranza, se llevó por delante parte de la identidad del toreo a caballo. Se cortaron cinco orejas, Diego Ventura salió triunfante por la Puerta del Príncipe, y el toricantano Andrés Romero, muy arropado por sus paisanos onubenses, consiguió un triunfo soñado. Pero perdió, otra vez, el toreo.
Y perdió porque, primero, no fue una tarde redonda de rejoneo. Hubo, claro está, momentos brillantes, pero no se produjo el milagro de una faena envolvente, espectacular y grandiosa. Interesaron más, mucho más, los números circenses que el toreo clásico. Ya no importa clavar al estribo y al verdadero encuentro con el toro; no es importante que las banderillas o arpones queden en lo alto o en los costillares, o que el rejón de muerte esté arriba o en los bajos, qué más da… Importan más, mucho más, las piruetas, las cabriolas, el baile del equino, el caballo que se arrodilla y se acuesta a todo lo largo en el albero, el otro que muerde al toro. Y mientras el caballero alardea de ello, el público parece entrar en éxtasis; y el problema final es que el presidente acepta el juego y saca el pañuelo blanco con una preocupante frivolidad.
Ayer, el propio Ventura, que debiera dar ejemplo de seriedad por el lugar de privilegio que ocupa, no tuvo empacho en dar la vuelta al ruedo con su hijo de pocos meses en brazos, primero, y a hombros, después. Claro que no es pecado pasear a los niños, pero hay que hacerlo en el parque y no en el ruedo de la Real Maestranza. En fin, que al caballero le dio por ahí y todos tan contentos.
Motivos tenía Ventura para estar feliz porque, una vez más, y ya van nueve, abrió la deseada Puerta del Príncipe. No es un descubrimiento que este caballero ha llegado a un punto culminante de su carrera. En compañía de una cuadra espectacular, desborda seguridad, técnica, dominio y templanza. Efectivamente, templa maravillosamente y ayer lo hizo a lomos de Chalana en su primero, y, sobre todo, de Nazarí, en el quinto, un caballo que torea y se divierte con su oponente. Estuvo el rejoneador a la altura acostumbrada, pero falló en un quiebro en el quinto, mató de un rejón caído al primero, y quedó la sensación de que el premio de las dos orejas era excesivo. Claro es que sacó a Morante —un caballo con tal nombre— que se dedica a morder a los toros, y enloquece a los tendidos; y antes había estrenado en Sevilla a Mandela —sea usted Premio Nobel y presidente de Sudáfrica para esto-, que es de color negro —qué casualidad— y baila que es un primor. Total, que el presidente miró para otro lado y permitió que pasara el tsunami de la crisis.
Tomó la alternativa Andrés Romero, un ciclón a caballo, que llegó dispuesto a todo; tanto se confió que el primer toro corneó a su caballo Perseo en el anca derecha y le infirió una cornada de 20 centímetros que no afecta a órganos vitales. Es todo corazón este rejoneador, se la juega en la cara del toro y atropella la razón en beneficio de la espectacularidad. No ahorra piruetas, carreras y quiebros y llega al público —en este caso, a sus paisanos, que lo acompañaron en tropel— con facilidad. La muerte del sexto toro fue rápida y paseó felicísimo las dos orejas.
Más sobrio, discreto y poco afortunado a la hora de matar estuvo Cartagena y pasó desapercibido.