José Luis López, autor del libro El Toro y su entorno, aborda en el apartado de hoy el embarque de una corrida de toros, otras de las tareas más emotivas del campo bravo

CAPITULO 14 (G) EL EMBARQUE DE UNA CORRIDA

Aquel becerro que parió su madre, tan celosamente escondido en las partes más alejadas de la finca, para librarlo de los depredadores y curiosos que pululan por ella, ya no precisa de tantos cuidados. Ya hace tiempo que se busca solo, su sustento y se defiende con éxito de los posibles enemigos. Se ha hecho respetar entre sus compañeros de manada, a base de demostrar su fuerza y su bravura, y se ha ganado el derecho de defender su vida en una plaza de toros, ante un jurado de expectantes aficionados, que asistirán a la celebración pública de la corrida.

Han cumplido tres o cuatro años y se han convertido en novillos o toros fuertes, armónicos y con una encornadura acorde con el encaste al que pertenecen. En resumen, están en disposición de ser lidiados con todos los honores que merece un toro bravo, en cualquier coso importante del orbe taurino.

El empresario actual comienza a montar sus corridas con bastante antelación, y tiene que contar, antes que con los toreros, con la parte fundamental del espectáculo: con el toro. Para ello se desplaza él mismo o la persona que tiene destinada para esos menesteres y que se le denomina veedor, a las fincas que son de su interés, para entrevistarse con el ganadero o representante de la ganadería y conocer sobre el terreno las posibles reses que podrían lidiarse en sus plazas. Si se llega a un acuerdo se reseñan los números de los toros o novillos, para más tarde proceder a su apartado. Dependiendo de la importancia de las plazas donde vallan a lidiarse, se apartan varios ejemplares más de los necesarios, para cubrir las hipotéticas bajas que podrían producirse por peleas entre ellos o cualquier otro incidente.

Una vez que la corrida esta apartada, permanecerá en un cercado aislada del resto de la camada, y allí estará hasta el día que se embarque en los camiones que han de transportarla a la localidad del festejo.

El transporte del ganado de lidia, ha ido íntimamente ligado a la evolución de la infraestructura viaria española (esta contaba a principios del siglo XIX, con apenas cuatro mil kilómetros de carreteras) y se ha efectuado de muchas maneras distintas.

Primero el traslado se efectuaba por caminos, andando y amparados por cabestros y caballistas. Mas tarde, sobre 1.860 cuando el ferrocarril comenzó a extenderse por la península Ibérica, el transporte solía ser en cajones de gran tamaño, con puertas de bisagra, en los que se introducían las reses, desde unos corralillos públicos que se construían para tal fin, en las cercanías de las estaciones de ferrocarriles, que se llamaban encerraderos.

Con el tiempo, los cajones o jaulas, fabricados de madera y reforzados con hierros, fueron estrechándose y las puertas de bisagra fueron sustituidas por trampillas, que facilitaban el embarque y manejo de las reses. Las compañías ferroviarias disponían de vagones especiales para transportar los cajones que llegaban a los muelles de carga, desde los embarcaderos, sobre ruedas y tirados por bueyes o mulas.

Este sistema de transporte continúo utilizándose hasta los años cercanos a la mitad del siglo XX, en que se fue generalizando la construcción de embarcaderos en las propias fincas y el traslado de los toros por carretera se fue imponiendo. Primero embarcando las reses en los cajones y estos por medio de un dispositivo eran cargados en los camiones. Poco a poco se van mejorando las condiciones de los vehículos y en los años 80, se comienzan a fabricar camiones para el transporte exclusivo de ganado bravo, lo que hace más cómodo y seguro el embarque, traslado y desembarque de los toros de lidia.

Hoy, los cajones, solo se utilizan para el traslado en barco o avión a lugares en que no se puede efectuar el transporte a través de las vías terrestres.

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