Luis Carlos Peris.- Cuando ha transcurrido medio siglo permanece indeleble en el arcano del viejo aficionado la Feria de 1967. Una Feria que va del debut de Francisco Rivera Paquirri a la apoteósica reaparición de Antonio Ordóñez, de la gloria y tragedia del incomparable Juan García Mondeño el domingo de preferia a la última lección que el grandísimo Rafael Ortega dictó en el albero del Baratillo. Igualmente, en esa inolvidable Feria se produjo la anécdota de un paseíllo con sólo dos toreros porque el tercero, nada menos que Manuel Benítez El Cordobés, llegó tarde, También fue la última Feria de Miguel Báez Litri, que combinó triunfo y enfermería, o cómo Curro Romero triunfó en sus tres tardes, la última con salida por la Puerta del Príncipe la última vez que Franco estuvo en la plaza de toros de Sevilla.

Espigando en los carteles hemos elegido ocho para comenzar con el que se celebró el sábado de preferia, 15 de abril de 1967, con un toro de Cobaleda para Álvaro Domecq Romero y seis de doña María Pallarés de Benítez Cubero para Diego Puerta, Manuel Cano El Pireo y Francisco Rivera Paquirri. Fue una tarde de cielos bajos con amenaza de lluvia, casi lleno en la plaza y con don Tomás León en la presidencia.

La tarde empezó de cara gracias a la buena faena que Álvaro Domecq cuajó, cortando una oreja que prometía grandes cosas, pero lo cierto es que los toros procedentes de Los Ojuelos no propiciaron el éxito de los de luces, Y era una tarde de expectación, ya que debutaba en la Feria de Sevilla un torero con mucho predicamento. Paquirri había salido por la Puerta del Príncipe la tarde de su debut como novillero en mayo del año anterior y había revalidado su cartel con un formidable éxito en la Feria de San Miguel. Se había entretenido en cortarle tres orejas a su lote alternando con Jaime Ostos y El Cordobés.

Ultrajado se llamaba el primer toro de Paquirri en la Feria de Sevilla. De pelo negro zaino y con 486 kilos de peso fue recibido de la forma que sería habitual en las comparecencias de Paco en la Maestranza, con una larga cambiada a portagayola que ponía los tendidos a revienta calderas desde el primer momento. De morado y oro, verónicas y el peculiar galleo por chicuelinas para poner el toro en el caballo. Pasó a uno de sus números más fuertes, el del segundo tercio con las banderillas. El último par lo ejecuta al quiebro y en la mismísima boca de riego. En medio de un clamor, el joven torero coge la muleta y a base de porfiar le gana la batalla a un toro que se queda bajo los engaños. Una estocada a toro arrancado acaba con la muerte del animal y don Tomás le concede una oreja. Como dato anecdótico hay que recordar que a Paco le tiraron en la vuelta al ruedo un hermoso gallo, algo que sucedía con frecuencia en aquella época.

Diego Puerta había querido en su primero y bien que se lo agradeció un público que tenía en el del Cerro a uno de sus toreros preferidos. Desde aquella tarde del 60 con el miura Escobero, Diego ocupaba sitio preferente en el corazón de Sevilla, por eso le acompañó el afecto cuando se quitó de encima al nada colaborador toro de Pallarés. Tampoco El Pireo pudo hacer grandes cosas con el lote que, como a Diego Puerta, le cupo en desgracia en este sábado de preferia.

En el que cierra plaza, Paco repite éxito cortándole la oreja a un toro que tampoco ayudó al triunfo, un negro bragao que salió abanto y que llegó muy descompuesto a la muleta. A base de una inteligencia que se apoyaba en un valor a carta cabal, Paquirri le arrancó materialmente la oreja tras un estoconazo inapelable. Otra oreja para el esportón del debutante y salida en hombros por al puerta de cuadrillas.

El triunfo del joven torero de Zahara fue como la premonición de una gran Feria y, sobre todo, de lo que iba a significar Paquirri en la plaza de toros de Sevilla. Desde su debut hasta aquel viernes de Feria del 84 junto a Antoñete y Emilio Muñoz, Francisco Rivera fue piedra angular de los carteles de Sevilla durante los diecisiete años que permaneció de luces entre nosotros. Sólo faltó a su cita con Sevilla en las temporadas de 1969 y 1971, pero a partir de esos desencuentros entre Diodoro Canorea y Camará la figura del que fuese considerado como el Gallito de la época ya fue pilar indiscutible para la confección de los carteles de Sevilla.

Treintaitrés corridas de toros, dos novilladas y un festival toreó Francisco Rivera en una plaza que lo acogió como uno de los suyos desde la primera hora. Su vinculación a la ciudad se consolidó cuando matrimonió con Carmen Ordóñez y su suegro, Antonio Ordóñez, lo llevó a ser hermano de la Esperanza de Triana. Mientras pudo -«desde que el toro de Osborne me destrozó la safena, no soporto estar a pie firme mucho tiempo», me confesaba años después- vistió la túnica morada del Señor de las Tres Caídas y cuando Avispado, en aquella malhadada tarde del 26 de septiembre del 84 en Pozoblanco, acabó con su vida, Sevilla entera se echó a la calle para llevarlo en volandas al lugar donde reposan sus restos. Pero ésa es otra historia muy diferente a ésta.

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