Carlos Crivell.- Huelva fue una fiesta del toreo con fundamento. No es necesario recordar que la plaza de La Merced es alegre y amiga de los triunfos, en esta misma corrida hubo algunos excesos derivados de un ambiente proclive a la diversión por encima de otros aspectos, pero fue una corrida clamorosa en algunos momentos, sobre todo en los episodios vividos en el segundo, cuarto y quinto toros de la tarde. Lo menos clamoroso fue que solo se llenó en tres cuartos la plaza, cuando el cartel mereció mucho mejor entrada. Será la crisis.

En esta temporada de tantos fracasos que está viviendo la ganadería de Juan Pedro Domecq, en Huelva salió una corrida más con muchas de las características que la adornan ahora: bondad, poca raza y fuerzas muy justas. Pero la corrida tenía una sorpresa ganadera, que salió pronto del bombo. El segundo de la tarde, Manzanillo, número 177, castaño de 475 kilos, fue un toro excepcional, que se mereció el indulto que la plaza solicitó y que fue justamente atendido por el palco.

El tal Manzanillo, toro bonito, recogido de cuerna, bajo de agujas, estrecho de sienes, fue una máquina de embestir con categoría desde su salida hasta que Daniel Luque lo dejó en la puerta de toriles. Vaya por delante que, como todos los toros que se lidian en plazas de segunda y tercera, tomó una sola vara, aunque lo hizo con clase. Es decir, tuvo el mismo tratamiento en la suerte de varas que los que se lidian en todas las plazas. El mismo que los que se corrieron en esta corrida de Huelva.

Decíamos que fue una máquina de embestir. Fue un toro bravísimo, por movilidad, prontitud, fijeza, recorrido y humillación. El toro perfecto. A este animal de tanta categoría lo indultó Daniel Luque que estuvo a la altura de unas embestidas de tanta calidad. No hay indulto sin un gran torero delante. Luque, que atraviesa un momento dulce, ya apuntó lo que sería la lidia del toro en el saludo con el capote. Casi veinte verónicas, las medias y varias largas por alto ante una plaza que no daba crédito ante la calidad de los lances, manos bajas, compás, ritmo y buen gusto, del torero de Gerena. Fue el aperitivo de la enorme faena que realizó Luque a un toro siempre dispuesto a embestir, al que cuajó por los dos pitones en tandas limpias, sentidas y toreras, bien rematadas por alto o con trincherillas sublimes. No hizo falta que la plaza se pusiera pesada pidiendo el indulto, ni tampoco que Luque prolongara la faena para conseguir el perdón de la vida. El palco sacó el pañuelo naranja con prontitud para evitar esas escenas ridículas de un torero forzando un indulto y un presidente resistiéndose su concesión. Indulto justificado sobra la marcha. Manzanillo será de los toros del año. Y llevaba el hierro de Juan Pedro Domecq, curiosa paradoja porque se trata de una ganadería denostada por la afición más exigente.

El capítulo cumbre de la corrida llegó muy pronto. Luque invitó a Juan Pedro a dar la vuelta al ruedo y muchos se preguntaban si no era algo precipitado, porque en los chiqueros aún quedaban cuatro toros. Esos cuatro toros ya fueron diferentes, ni buenos ni malos, pero muy lejos de atesorar las cualidades de ese Manzanillo.

La corrida había comenzado con un toro noble sin fuerzas, con el que Morante nos ofreció dos genialidades. De un lado, se fue al centro a brindar al cielo. Seguro que en su mente estaban José Luis Pereda y Litri. Pero en su comienzo de faena dio un paso más en forma de homenaje al gran torero de Huelva, cuando citó de largo con la izquierda en el litrazo. Me parece que en la plaza no se captó este homenaje a la figura del gran torero onubense. La faena fue un conjunto de pinceladas sueltas de buen gusto, labor algo deshilvanada, pero siempre con el sello morantista. La oreja pareció un ligero exceso, pero les recuerdo que Huelva es así.

A Morante le quedaba la bala del cuarto, un animal muy endeble en los primeros tercios. Perdió las manos en el capote en las primorosas verónicas del cigarrero, y las volvió a perder a la salida del caballo. Además, se orientó mucho a los terrenos de sol. Morante andaba tratando de meter al toro en la muleta, cara algo contrariada, cuando alguien le dijo algo en la solanera. Tras una mirada altiva y desafiante, Morante se sintió estimulado y comenzó a elaborar una faena que parecía inexistente. Tras una tanda con la diestra, comenzó a prolongar las arrancadas del toro en tandas de naturales de bella composición. Una faena inventada. De vez en cuando, una mirada al inoportuno que le había advertido desde el tendido. La faena acabó con otro homenaje a Litri en un desplante de rodillas de espaldas al toro. El fulminante espadazo dio paso a dos orejas de concesión alegre.

El tercer capítulo trascendente de la corrida ocurrió en la lidia del quinto. Estaba Daniel Luque saludando al toro con bellas verónicas, cuando en una de ellas por el pitón izquierdo se fue directo al cuerpo. Susto, media voltereta, todos al quite y la seguridad de que por ese lado el toro tenía problemas, posiblemente de visión, de forma que perdía el objeto en terrenos de cercanías. Como se puede presumir, Luque comenzó con dos tandas limpias por la derecha. A la tercera se la echó a la izquierda, para tocar con firmeza y lograr muletazos inverosímiles, siempre con la amenaza del animal que en ocasiones volvía a acometer a la anatomía del torero. Fue un prodigio de buena técnica, fue la demostración de dulce momento que atraviesa este torero, que encuentra toro en todas partes, con una apabullante seguridad, un valor a prueba de toros complicados y con un toreo preñado de calidad. La tarde se había embalado mucho tiempo antes y pareció natural que tras una estocada trasera y tendida paseara las dos orejas.

En tercer lugar, Pablo Aguado, poco afortunado en el sorteo, aunque con una imagen que debe intentar corregir lo antes posible.  El tercero, con las fuerzas bajo mínimos, embistió rebrincado y se agotó precozmente. Aguado había toreado con mimo a la verónica e incluso intercaló chicuelinas. No fue posible la ligazón con un toro que se fue a las tablas.

La bala del sexto tampoco le fue propicia. Tenía la presión de sus dos compañeros con la Puerta Grande abierta y Pablo me pareció un torero dominado por la ansiedad. Fuerzas mínimas y recorrido corto con Aguado en un esfuerzo sin recompensa. Antes, algunas verónicas al ralentí fueron de mucha categoría, lo mismo que el tercio de banderillas de Iván García. En clara demostración de su frustración, se puso a pinchar al toro en un final con cierta decepción.

A hombros se fueron Morante y Daniel Luque. Para el recuerdo quedará siempre la imagen de Manzanillo embistiendo con codicia, alegría y por abajo ante un Daniel Luque en estado de gracia.

Plaza de toros de Huelva, 29-7-2022. Primera de Colombinas. Tres cuartos de entrada. Seis toros de Juan Pedro Domecq, justos de presencia y juego variado. El segundo, Manzanillo, nº 177, castaño, de 475 kilos fue indultado. El resto, nobles, flojos y descastados.

Morante de la Puebla, de azul añil y oro. Una oreja y dos orejas.

Daniel Luque, de sangre de toro y oro. Dos orejas y rabo simbólicos y dos orejas.

Pablo Aguado, de verde y oro. Saludos y silencio tras aviso.

Minuto de silencio en memoria de José Luis Pereda y Litri. Saludaron en banderillas Juan Contreras, Iván García y Alberto Zayas. Morante y Luque salieron a hombros por la Puerta Grande.

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