Magno concierto torero de Morante en la cuarta de Jerez. Con el capote, las banderillas y la muleta. bordó el mejor toreo posible en su faena al quinto, del que debieron otorgarle las orejas y el rabo. Sus compañeros, Finito y El Cid, discretos.

Seis toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados y de juego variado. Muy completo el primero por bravo y noble. Manso, el segundo, probón, el tercero; encastado, el cuarto. Nobles, quinto y sexto.

Finito de Córdoba, de grana y oro, pinchazo y estocada contraria (silencio) y estocada caída (palmas).
Morante de la Puebla, de canela y azabache, cuatro pinchazos, media y dos descabellos (silencio tras aviso). Media estocada (dos orejas).
El Cid, de blanco y oro, pinchazo y dos descabellos (silencio). Estocada (Silencio).

Plaza de Jerez, 4ª de Feria. Dos tercios de plaza. Saludó en banderillas Álvaro Oliver. Morante salió a hombros.

Carlos Crivell.- Jerez

José Ferrer (fotografía)

El mejor artífice del toreo con el capote de nuestros días, Morante de la Puebla, ofreció un recital en Jerez. El preludio fueron los lances a la verónica al segundo, echando el capote adelante y llevando prendida la embestida del animal. No fueron muchas. La parte intensa, el adagio de plenitud, el no va más del toreo con el capote, llegó con el jabonero quinto. De nuevo, la verónica enorme, limpia, de barbilla metida en el pecho, para conducir la arrancada del animal, que embestía empapado en los vuelos. No contento, regaló a la parroquia cuatro chicuelinas perfectas, airosas, de un sabor diferente, rematadas con media que duró una eternidad. Y hubo más, porque antes del cambio de tercio, otra vez la verónica floreció en la plaza, perfecta, armónica, imposible de describir para un simple mortal.

La tarde de Morante tenía aún más contenido. Pidió las banderillas y colocó tres pares en lo alto, dándole al de Cuvillo todas las ventajas, clavando con los pies hundidos en el albero, para salir con gallardía y empaque del embroque. La plaza enloqueció. A las verónicas del comienzo, esos pares de banderillas, que a muchos les traían recuerdos de Gallito o de Bienvenida.

Pero quedaba más. La faena de muleta al nobilísimo toro de Cuvillo fue un monumento al buen gusto, a la torería y a la gracia torera. Comenzó con un pase cambiado junto a las tablas, para seguir con tandas de pases por ambos pitones llenos de majestad y hondura. El torero cimbreó la cintura en cada muletazo para quedarse colocado para engarzar el siguiente, que surgía bello y largo, ya con el diestro transportado a otro mundo y plaza en estado de delirio absoluto. Los adornos volvieron a ser la quintaesencia de la belleza del toreo eterno. No cabe más perfección en cada gesto, en cada toque para salir y entrar de la cara del animal. Era la apoteosis de la sinfonía de Morante. Media estocada y la plaza solicitando el premio del rabo, que sólo una pésima aficionada le negó. Los palcos de Andalucía están en manos de gente incapacitada para el cargo.

Lo demás, casi no cuenta. El mismo Morante lo intentó con un manso al que fue difícil sujetar en la muleta. Finito se llevó un gran toro en primer lugar. El llamado Idílico fue bravo y noble. Finito estuvo discreto con tan buen astado. En algunos muletazos con la derecha llevó con empaque al animal. La faena, sin embargo, no tomó el suficiente vuelo, al menos el que parecía que tenía el de Cuvillo.

El cuarto, encastado, tampoco le permitió lucirse a gusto. De nuevo hubo pases sueltos de buen gusto y de porte distinguido, pero abusó de los zapatillazos e incluso la salida para tocar de la música fue abortada por la plaza. No fue la mejor tarde de Finito la de Jerez.

El Cid estuvo entonado toda la tarde. Trató de llevar largo al tercero por la diestra, aunque los pases no acabaron de alcanzar limpieza ni largura. El de Salteras, que andaba como con prisas, se esforzó con voluntad, aunque no remató su faena.

El sexto, bueno aunque a menos, le permitió torear más asentado. Tandas sobre la derecha y la izquierda de más templanza, por encima del animal que poco a poco se quedó más corto y protestó mucho. El Cid, con mejores ánimos que en Sevilla hizo un esfuerzo por agradar. Le queda todavía algún recorrido para volver a ser el de antes, pero se atisba una mejoría.
 

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