Manzanares recuerda a sus ancestros en esta cita con la tradición

Por el camino que lleva a Ronda, escarpado y sinuoso, el viajero medita sobre el significado de la corrida de toros que se anuncia, que no es otra que la tradicional Goyesca. En la plaza de piedra de los toreros machos, esta corrida, en la que los participantes visten atuendos de comienzos del siglo XIX, tiene un marcado sabor que la diferencia de otras que se organizan y en la que también se viste de la misma forma.

Estas diferencias tienen una base en la propia ciudad, en su plaza y en la historia del festejo. Ronda es un lugar de encuentros y sobre su belleza natural y arquitectónica poco más se puede añadir. La ciudad se aparece al viajero para cautivarle de inmediato.

La plaza de toros es un lugar de culto para los aficionados al toreo. El día de la Goyesca no es el mejor momento para visitarla. La ciudad en fiestas congrega a multitud de visitantes que merodean por sus alrededores. La plaza, que se inauguró en 1784, es un sólido monumento que permanece en su estructura original desde entonces. Estremece pensar que sobre su ruedo, bajo sus arcos y balconadas, torearon Pedro Romero y Pepe Hillo.

La Goyesca de Ronda es un motivo de culto para la familia Ordóñez. Esta corrida que en 1954, hace por tanto 50 años, organizó por primera vez el Niño de la Palma con un cartel compuesto por Antonio Bienvenida, Cayetano Ordóñez y César Girón, volvió a celebrarse en 1957 y desde entonces es una cita obligada. Este lujoso festejo consolidó su popularidad en los años setenta gracias al impulso del maestro Antonio Ordóñez. Nació la leyenda de la Goyesca cuando el diestro rondeño se vestía de torero una vez en la temporada sólo para torearla.

La ciudad es un hervidero el día de la corrida. Este año se han sumado tres celebraciones. Se cumplen los 250 años del nacimiento de Pedro Romero; también los 100 de la venida al mundo del Niño de la Palma, y los cincuenta años desde que se celebró la primera Goyesca. Si Ronda es un centro de visita obligada por su interés turístico, la feria anual en homenaje a Pedro Romero multiplica el número de personas que se congregan en sus calles. Desde muy temprano se hace insoportable la tarea de buscar un lugar donde aparcar, es complicado caminar y a la hora de la comida un tumulto se agolpa delante de cada establecimiento.

Casi a la entrada de la ciudad el hotel Reina Victoria es una de las paradas obligadas. Allí se citan los taurinos. Desde sus terrazas se contempla la vega sobre la que se alzan las montañas en las que está clavada Ronda. Más adelante, en la vista al Tajo, se comprenderá mejor esta maravilla de la naturaleza. Entre pasos perdidos de viajeros que han llegado a la meta pero que no saben hacia donde caminar, se impone la bajada a la plaza.

Antes de llegar, junto a al sede de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, la ciudad ha levantado dos monumentos en homenaje al Niño dela Palma y a su hijo, Antonio Ordóñez. Cada día de corrida Goyesca, dos hermosos ramos de flores colocados a los pies de ambos bronces son un homenaje del pueblo a sus hijos.

Los alrededores del coso son un continuo ir y venir de curiosos y visitantes. En un cartel de la taquilla se anuncia con claridad que "no hay billetes para la corrida de hoy", aunque muchos acuden para pagar, y a unos precios nada desdeñables, las entradas que tienen reservadas. No quedan ni siquiera carteles del festejo.

El paseo sigue por las calles aledañas. El turismo es la base de sus comercios. Los motivos rondeños abundan. El viajero visita el Tajo y el Parador antes de la parada obligada reponer fuerzas. Las corridas en Ronda comienzan temprano porque en la plaza no hay luz eléctrica. Desde las tres de la tarde, la avenida principal que pasa delante del coso es un muestrario de vanidades. Se aparcan en las aceras miles de personas para ver de cerca de los que acuden al coso. Unos miran con deleite y gozan al descubrir a un personaje, mientras que los reconocidos hinchan su pecho satisfechos. Ronda en esta fecha es cita para famosos, famosillos y políticos. La vigilancia por tierra y aire es absoluta. Ese día es una ciudad cercada.

La fiesta goyesca se adivina en los carruajes que se acercan con mozas ataviadas con trajes típicos de la época. Mujeres guapas con madroñeras y vestidos multicolores sobre tiros con caballos y mulas de inusitada belleza. Esos carruajes y enganches abrirán la corrida en los preliminares.

La corrida de este año había logrado el milagro de todos los años. La Goyesca se llena independientemente del cartel. Se diría que este primer sábado de septiembre se acude a Ronda para darle un homenaje a los sentidos y, de camino, ver la corrida de toros. La tradición ha marcado que en Ronda ese día se torea muy bien. Y para ello incluso se supedita el toro, aunque hablamos de una plaza de tercera categoría. Si es para ver torear muy bien, los carteles deben estar conformados por toreros de mucha calidad. Además de Antonio Ordóñez, que ha toreado 18 veces, los toreros más asiduos a Ronda son José María Manzanares padre, Paco Ojeda, Paquirri, Rivera Ordóñez, Antonio Bienvenida, Joselito, Aparicio padre, José Tomás, Morante, entre otros.

El ceremonial de este año, a pesar de tantas efemérides, no fue nada especial. Rivera Ordóñez se vistió de turquesa; El Fandi, de verde botella, y Manzanares, hijo, de azul pavo, traje que luego cambió por uno grana al resultar destrozado el primero en una voltereta.

Los toros de Daniel Ruiz, incluido el sobrero que sustituyó al segundo, fueron muy flojos y bajos de casta. Desarrollaron nobleza en la muleta a cambio de tercios de varas de poca entidad, incluso el quinto no llegó ni siquiera a picarse en serio. Es la modernidad taurina, muy alejada de los tiempos de Goya.

Rivera Ordóñez tropezó con uno complicado de entrada. Aunque era chico, el toro embistió con la cara alta. Hizo el esfuerzo para estar bien y lo dejó todo para el cuarto, que fue más colaborador. Rivera hizo una faena variada con temple y acabó con circulares vistosos. Paseó una oreja en compañía de su hija Cayetana, algo que se ha convertido en tradición.

El Fandi puso a contribución del espectáculo su entrega sin límites y el público se lo agradeció. El granadino lo hizo todo en una puesta en escena dirigida a lograr la atención general, incluidos sus trepidantes tercios de banderillas. Buscando entre tanta cantidad como nos ofreció, dos tandas con la izquierda al quinto fueron de trazo largo y templado, como los que nos regalara hace dos años y que ya parecían olvidados.

En corrida de toreo bueno, éste llevó la firma de otro debutante: José María Dolls Samper, Manzanares hijo. Para quien firma, este festejo Goyesco conserva los mejores recuerdos de la figura de José María Dolls Abellán, Manzanares padre. El hijo recreó momentos de toreo bueno, muy sentido, con empaque y un compás exquisito, en los diez muletazos perfectos que le dio al tercero. Fueron la cumbre de la tarde goyesca. Espero que fuera un homenaje a su padre. El sexto era tan flojo que no le permitió repetirlo.

Se fueron a hombros El Fandi y Manzanares, mientras que Rivera se marchó a pie, como ya ocurrió en la corrida del año pasado. Concluida la Goyesca, el circo de las vanidades mundanas aumenta. A la salida, todos quieren ser vistos por una multitud de curiosos. Un gentío masificado confunde a los que salen con los que esperan. No quiero supeditar este espectáculo a una feria de vanidades. En mi retina permanecen grandes tardes de toros celebradas en esta fecha como para que esta simple circunstancia pueda borrar tanta belleza como aquí he contemplado.

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