Foto: Arjona

El 1 de mayo del año 2006, lunes, pero no de resaca, la Feria de Sevilla se cerró con un festejo mixto en el que anunciaron el rejoneador Hermoso de Mendoza, el matador de toros José María Manzanares y el novillero Cayetano, que esa tarde se presentaba en Sevilla. La corrida había despertado una enorme expectación y se colgó el cartel de ‘no hay billetes’.

La Feria de Abril de 2006 fue muy animada. En la semana previa, la ganadería de Palha había lidiado una gran corrida que se llevaría muchos premios. Fue el día que Uceda Leal se clavó una banderilla en el muslo. La de Victorino fue muy emocionante con Pepín Liria, Luis Miguel Encabo y El Cid. Enrique Ponce estuvo cumbre la tarde del 21 de abril con dos toros de Zalduendo, probablemente en su mejor tarde en Sevilla, aunque la espada lo dejó todo en vueltas al ruedo clamorosas. Al día siguiente salió un nuevo ‘Encendido’ de Zalduendo, al que Castella le cortó las dos orejas. El pelotazo fuerte de esa feria llegó el viernes de farolillo con el triunfo rotundo de Salvador Cortés, que cortó cuatro orejas a un gran lote de Parladé. Cortés se llevó todos los premios como triunfador del ciclo. La de Miura fue una buena corrida con tres toreros en plan heroico: El Fundo, Juan José Padilla y Javier Valverde.

Esa corrida final del lunes 1 de mayo era el colofón muy esperado. De ahí la entrada que registró la plaza. Hermoso de Mendoza estaba en sus mejores años; Manzanares había tenido muy buenas tardes en estos años de su reaparición, aunque lo cierto es que el mayor atractivo para el público era el debut de Cayetano, nieto de Antonio Ordóñez, hijo de Paquirri y hermano de Francisco Rivera. Cada uno llevó sus toros. Para rejones, de Bohórquez. El maestro Manzanares, dos de Alcurrucén. Y para el novillero, dos de Zalduendo. Manzanares lució un terno teja y oro. Cayetano se vistió de nazareno con bordados en oro.

Con don Gabriel Fernández Rey como presidente, el festejo transcurría sin demasiadas alharacas. Hermoso había estado discreto, más bien como convidado de piedra. Manzanares tropezó con un mal toro por delante. El quinto no tuvo fuerzas. En el callejón hubo palabras gruesas con los propietarios de los toros, a su vez sus apoderados, los hermanos Lozano. Por su parte, Cayetano se lució con el dulce novillo de Zalduendo que lidió en tercer lugar.

Dicho queda que Manzanares no había podido lucirse con el primero de su lote. El quinto, Clarinete, nº 191, tostao chorreao, de 521 kilos, tampoco fue un buen colaborador. Con pocas fuerzas, se frenó en la muleta del alicantino. La plaza se dividió entre los que pitaron y los que se quedaron en silencio. Cuando se retiró a las tablas se produjo lo que nadie esperaba, tal vez una decisión tomada de forma impulsiva, pero que cogió de sorpresa a todos. Llamó a su hijo José María, buscó unas tijeras y le pidió a su vástago que le cortara la coleta en señal de retirada del toreo. La plaza, al principio asombrada, reaccionó con ovaciones atronadoras y pidió al veterano espada que diera la vuelta al ruedo.

Cayetano era el atractivo mayor, pero su buena tarde con los novillos de Zalduendo se quedó algo enturbiada con el gesto de Manzanares. Cuando Cayetano dio la vuelta con la oreja que le cortó al sexto, se hizo acompañar por el maestro.

Al finalizar la vuelta se produjo una curiosa y llamativa reacción. Juan José Padilla, al que tenía muy cerca de mi localidad, fue alertando a los compañeros que presenciaban la corrida para que saltaran al ruedo para izar a hombros a Manzanares. Y se juntaron en el ruedo un montón de toreros, tales como Morante, Enrique Ponce, Litri, El Cid, Antonio Barrera, Rivera Ordóñez, El Ecijano, Antonio Muñoz y muchos más, que se llevaron a hombros al torero para sacarlo por la Puerta del Príncipe. Fue una salida simbólica. Manzanares nunca había salido a hombros por esa puerta mítica.

Hubo opiniones para todos los gustos. Escribió Santi Ortiz:

“La Puerta del Príncipe es uno de esos símbolos; un símbolo que, junto a la puerta grande de Las Ventas, se instala en el sueño y la esperanza de todos los toreros que ansían o tienen el honor de pisar la temida y anhelada arena de sus ruedos. Abrirla –se dice– es tocar el cielo con los dedos. Y la razón de ello es que conseguir el triunfo que otorgue tan codiciada llave requiere tal conjunción de circunstancias favorables que, cuando ésta se produce, bien puede hablarse de “milagro”. Todo esto saltó ayer hecho añicos, cuando, aprovechando la circunstancia de un emotivo corte de coleta, y sin que hubiera otra razón para ello, un grupo de matadores de paisano alzó en hombros al veterano José María Manzanares y tiró con él para el paseo de Colón a través de la puerta más cara del toreo. No les importó que, con un lote de toros a contraestilo, Manzanares hubiera oído antes una sonora bronca en su primero y un respetuoso silencio en el otro, en una actuación más negra que gris. No les importó que el maestro de Alicante hubiera gozado de treinta temporadas para abrirla por méritos propios –incluso con una actuación en solitario– sin que, por las circunstancias que fuesen, nunca lo consiguiera. No les importó Sevilla, ni la tradición que, ellos más que nadie, están obligados a respetar. Les pudo un corporativismo estéril que nada va a aportarle a Manzanares y, en cambio, sí hace daño al prestigio de una plaza simbólica”.

Por mi parte, publiqué en El Mundo:

“Los toreros presentes en la plaza, al grito de guerra de Juan José Padilla, se tiraron al ruedo para alzar en hombros a José María Manzanares y pasearlo por el ruedo. Sevilla era nuevamente escenario de un hito histórico del toreo. Algunas cosas sólo pueden pasar en Sevilla y en la Maestranza. Sería por ello que el alicantino le pidió a su hijo que le cortara la coleta. Imprevisto o premeditado, el maestro sabía que era el día y el momento. La Sevilla de sus triunfos, la de esa Puerta del Príncipe que nunca había llegado, esa plaza que le ha cantado con los oles más hondos que haya escuchado, era la que tenía el privilegio de verlo en la tarde del adiós.           Y los toreros, que lo tienen por suyo, lo levantaron al cielo y se lo llevaron por la Puerta del Príncipe. El presidente hizo un gesto para que no se abriera, pero hay cosas que suceden porque sí y Manzanares pudo salir por la Puerta de la gloria torera en la fecha de su última corrida vestido de luces. Se abrió la Puerta por la fuerza del corazón y del sentimiento, porque hay momentos en los que prima la grandeza del toreo, porque Manzanares no se puede marchar sin palpar el sabor de ese tránsito. Y la grandeza del toreo la dictaron los toreros y Sevilla les dio su bendición. Adiós, torero de toreros”.

 

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