604759_gCarlos Crivell.- La muerte de un torero produce una profunda conmoción en la sociedad. Es una reacción de dolor inmenso ante la tragedia, generalmente de una persona joven, que muere en el ruedo a causa de las heridas producidas por  un toro. No quiero ni mencionar las reacciones de los monstruos que, amparados en un animalismo falso, celebran la muerte del hombre ante el toro. Las personas de buenos sentimientos sienten un profundo dolor ante la cornada fatal.

El toreo es una actividad de alto riesgo. Hay otras actividades que también conllevan el peligro de la muerte, como ocurre con deportes como el motorismo, alpinismo y otros; a veces, la muerte llega simplemente por la práctica de esos deportes. Sin embargo, el impacto de la muerte del torero en la sociedad es superior a la que produce cualquier otra. ¿Cómo se entiende esta repercusión?
No me cabe ninguna duda que la esencia del toreo es distinta  a la de cualquier deporte.  El enfrentamiento con un ser irracional para generar un arte lleva en sí mismo un misterio profundo. La sociedad española ha convivido desde tiempo inmemorial con el arte de la tauromaquia. La muerte en el ruedo siempre fue considerada como la tragedia del artista que se inmola cuando está buscando su propia recreación artística. Aun siendo un drama, en España se ha aceptado siempre que el torero puede morir en el ruedo. En la esencia de la Fiesta de los toros está la muerte, ya sea la del toro, ya sea la del torero. Esta presencia de la muerte le ha dado contenido al toreo. Nadie podría entender que en el juego del toro y el torero no existiera el peligro. Si la muerte no estuviera presente, la tauromaquia dejaría de tener sentido. Sería un ballet al que podría acceder cualquiera, cuando se sabe que para ser torero hay que estar dotado de unas cualidades especiales.
La sociedad actual ha perdido la noción de la muerte en el toreo. El propio toreo, las corridas de toros, están dejando de ser el referente de esta sociedad. La lenta y contumaz propaganda animalista ha creado una situación extraña en la que a quienes somos aficionados casi nos da cierto pudor reconocerlo en público, algo que era impensable hace cincuenta años.
Pero además, en estos tiempos el poder del toro ha disminuido de forma llamativa. Al toro se le ha quitado pujanza y agresividad, de forma que hay ocasiones en las que el animal llega a producir compasión. Esta misma situación ha desvirtuado al toreo, de forma que una gran parte de la sociedad había llegado a pensar que el peligro no existía en los tiempos actuales con un toro poco agresivo en las plazas.
La muerte en el ruedo de un torero es distinta a todas porque está condicionada por la actitud libre de un ser humano que se enfrenta a un animal agresivo. En otras actividades la muerte es solitaria o se produce en el manejo de una máquina. Ambos casos pueden ser considerados como accidentes, pero ante la reacción de toro bravo no se puede ni pensar en el accidente. El toro coge, hiere y mata a los lidiadores. La historia de la Fiesta de los toros se ha alimentado de la sangre de los toreros como semilla necesaria para que nadie olvide que detrás de una embestida puede estar el final de la vida. Y se nos había olvidado que la muerte siempre acecha al torero.
A veces, la muerte de un torero, trágica siempre, desoladora y lamentable, puede tener un fruto positivo. Es el precio que ha pagado Víctor Barrio, que al morir en el ruedo de Teruel le ha brindado un servicio impagable a la profesión que tanto amó y a la que ha entregado su joven existencia. La muerte ha llegado de nuevo al ruedo del toro para que nadie olvide que cuando un hombre y un animal irracional se enfrentan, la vida está en juego. Es la razón que explica la grandeza del toreo.
Pero hay más. Esta muerte ha desenmascarado a un tipo de personas que están a nuestro alrededor y que esconden los peores instintos que uno se pueda imaginar. Se llega a comprender a quienes no les gusta la Fiesta de los toros, pero cuesta mucho aceptar que haya individuos con tan mala baba y tanta bajeza moral, gente que aprovechando la muerte de un torero han enseñado sus cartas como hijos de perra y piltrafas humanas. Una cosa es ser antitaurino y otra es ser un despojo inhumano.
Honor y gloria a Víctor Barrio, que murió para que su profesión amada alcanzara el respeto de la mayoría en momentos tan delicados para la Fiesta. El consuelo para esa familia, la madre y Raquel siempre en el pensamiento, que sobrellevan el drama con una actitud que solo merecen nuestra admiración.