El diestro de La Puebla cuaja dos importantes faenas y se gana al público luso en su actuación en la plaza de Lisboa en la noche del jueves 2 de julio. El escritor sevillano Álvaro Pastor fue testigo privilegiado de esta noche de toros en Campo Pequeño..
Ortigao / Ribeiro y Morante de la Puebla
Seis toros de Ortigao Costa, tres con sus defensas enfundadas para el toreo a caballo, voluminosos, con romana y colaboradores en diverso grado, el mejor, el primero, y tres para la lidia a pie, terciados, muy desiguales de hechuras, flojos y noblotes.
Antonio Ribeiro Telles, vuelta, vuelta y vuelta con algunas protestas.
Morante de la Puebla, ovación, vuelta y vuelta con petición de la segunda.
Plaza toros de Campo Pequeño, Lisboa. Jueves 2 de julio. Corrida mixta nocturna. Tres cuartos de entrada en noche agradable. Pegaron los forcados amadores de Santarem al primer, primer y tercer intento respectivamente. Presidió sin problemas el matador retirado Antonio dos Santos.
Álvaro Pastor.- Lisboa
En la entrada del patio –o más bien pasillo- de caballos de la plaza de Campo Pequeno hay unas letras doradas que proclaman “Porta de Artistas”, y en verdad lo fue, pues bajo ella pasó, enfundado en un terno caña y oro, Morante de la Puebla, cuya actuación, en especial con la muleta, levantó clamores entre un público que salió toreando por la avenida de la República abajo. El primer éxito del sevillano fue llenar los tendidos (hubo algunos huecos en gradas y andanadas), algo que no consiguieron otras figuras de la torería andante española.
Ni la larga espera, que en el hotel se debe hacer interminable para los toreros (Morante empezó a torear casi en la medianoche española), ni la ausencia de picadores, ni tampoco el mal ganado hicieron mella en el ánimo del matador, pues el de la Puebla está en racha, ilusionado y con mucha fe en lo que hace, y por ello le ve faena a casi todos los toros, ya sean buenos, regulares o feos hasta decir basta, porque vaya tres retales que le buscaron los veedores para cita tan importante.
El primero, un castaño avacado muy escurrido, cinqueño y tocado arriba de pitones (aunque se podía lidiar perfectamente en una de rejones) fue protestado por el público durante todo el trasteo; seguro que un chino no hubiera apostado por este cornúpeta ya que abundaron en él los cuatros (del 2004, nº 47 y 477 kilos) y este número es el de la mala suerte para los mandarines. Ante tal panorama, y vistas las nulas condiciones del también flojo, rajado y descastado animal, Morante decidió abreviar. Con la capa apenas pudo esbozar alguna verónica de suave trazo.
La cosa empezó a remontar con su segundo, un terciado y cómodo de cabeza negro listón, hecho para arriba, que respondía por Campechano y al que le instrumentó una doble ración de verónicas (saludo y quite de un inexistente tercio de varas), siempre ganando terreno y rematando en la boca de riego. Allí empezó un trasteo sin medida de tiempo alguno y con una increíble variedad de pases, desde el torero fundamental con la diestra (pies juntos y mentón clavado en la negra pañoleta) o con la zurda (algunos naturales duraron una eternidad), hasta adornos imposibles de definir que solo pueden nacer de un genio creador en estado de gracia. No había enemigo pero él se lo inventó y lo exprimió hasta límites difíciles de sospechar. Lástima que en Portugal (salvo en la fronteriza Barrancos) esté prohibida la suerte suprema, que se simula con una banderilla, un “coitus interruptus” según certera definición de mi compañero de localidad, el veterinario y crítico taurino Domingos da Costa Xavier.
Con la montera puesta, y en las tablas, inició su última faena, para después brindar al cielo, había hecho el paseíllo –que allí llaman cortesías- con un capote negro bordado en azabache y sin ceñir. Las protestas que surgieron por la pronta irrupción de la música las acalló rápido con un quehacer inspirado, profundo, cercano, de tandas largas, con mucha verdad; sin trampa ni pico. El toreo puro no pasa de moda y gusta aquí y hasta en Pekín si se dieran corridas de toros.
El cavaleiro Antonio Riberiro Telles no tuvo su noche, aunque la lectura de la ficha pueda hacer pensar lo contrario, ya que la mayoría de las vueltas al ruedo fueron al rebufo de las buenas actuaciones de los forcados. Su labor no pasó de correcta, hubo demasiadas pasadas en falso, ferros mal colocados y encuentros a la grupa, lo que en ocasiones no gustó al entendido público de Lisboa, que en cambio sí disfrutó con alguna banderilla clavada tras cite frontal.
Pegaron los forcados amadores de Santarem capitaneados por Diego Sepúlveda que levantó al respetable cuando se agarró bien al primer intento con el serio toro que rompió plaza. Rápida y también espectacular la pega al castaño tercero, y muy honrada la del quinto, pues Gonzalo Veloso, tras un intento fallido, consideró que el segundo no había sido del todo canónico y repitió con éxito ante el clamor general.
Fotos: Álvaro Pastor