Antonio Lorca.– La corrida estaba cargada de expectación y resultó un fiasco de marca mayor, y a ello contribuyeron los toros y los que se vistieron de toreros. Muy mansas, descastadas, sosas y paradas resultaron las reses de Alcurrucén, pero los de luces y los de plata no contribuyeron a la mejora del espectáculo por falta de ideas, quizá, por desánimo o por cansancio, vaya usted a saber. La lidia fue un sucedáneo de torería, tanto la de a pie como a caballo; excesivo y incomprensible desorden en casi todos los toros, no hubo lucimiento con el capote, aunque sí intentos baldíos, ni un solo de par de banderillas que se sostuviera en el recuerdo más allá del momento de su ejecución, ni un puyazo medio qué… Y las faenas de muleta, un sueño soporífero, insulso y vacío y, a veces, eterno, como la labor de Castella a su primero, que no encontró la manera de acabar porque le quiso demostrar al tendido 7 no se sabe qué… Le dieron un aviso cuando andaba por la séptima tanda y continuó después de los clarines con otra que acabó en un circular inacabado. En fin, sopor. De ese mismo tendido 7 salió una voz al unísono que tituló el festejo en dos palabras: un petardo. Pues eso.
Y todo ello sucedió a pesar de los buenos deseos del joven José Garrido, que se presentó en Las Ventas muy serio, muy digno y muy valiente. Espectacular, sin ninguna duda, fue el comienzo de faena a su primero. Se plantó de rodillas en el centro del ruedo, citó de largo al toro, que acudió con codicia y velocidad; y lo muleteó con la mano derecha de verdad, con pases profundos, templados y mandones hasta cerrar la tanda con un espectacular pase de pecho aun de hinojos.
Pero el fundado rumor de faena grande se difuminó al instante. El chaval se plantó en la arena, pero la supuesta casta de su oponente desapareció y dio paso a una sosería impropia del toro bravo. Lo intentó Garrido, y se ganó una voltereta sin consecuencias. Pero no hubo más porque el toro acabó rajado. Y continuó en el sexto con el ánimo renovado y dispuesto a demostrar que a valor no le gana nadie. En un alarde innecesario volvió a arrodillarse en un quite para dar dos largas afaroladas y dos capotazos más con el percal en la espalda que a poco le cuesta un disgusto y no aportó nada a su labor. Lo intentó de manera infructuosa porque el toro no tenía gasolina en el alma, y acabó dándose un arrimón cuando ya el animal pedía a gritos su pase al otro mundo.
Tarde espesa la de sus mayores. El Juli escuchó pitos en su primero tras dar un inexplicable mitin con el descabello y una lección de destoreo muleta en mano. No era toro de triunfo ese segundo, como no lo fue el cuarto, pero de esta figura se espera otra actitud, otro conocimiento, otra torería, que brillaron por su ausencia. Fracaso sin paliativos del reconocido Julián.
También citó al hilo del pitón, mal colocado casi siempre, Castella, pesadísimo ante su primero, y aburridísimo ante el quinto.
Toros de Alcurrucén, correctamente presentados, mansos, sosos y descastados.
El Juli: media trasera, ocho descabellos _aviso_ y un descabello (pitos); estocada (silencio).
Sebastián Castella: _aviso_ pinchazo y estocada baja (silencio); estocada caída (silencio).
José Garrido, que confirmó la alternativa: estocada _aviso_ (ovación); _aviso_ dos pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. 20 de mayo. Decimoquinta corrida de feria. Lleno.
Asistió el Rey Juan Carlos I, acompañado por la Infanta Elena y su nieta Victoria.