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Par de banderillas de Ángel Otero

Antonio Lorca.- Con permiso de los matadores, el frontispicio de esta crónica lo debe ocupar un subalterno, Ángel Otero, que fue el único torero que puso en pie a la plaza toda con un derroche de torería que todavía se está saboreando. Merece, pues, todos los honores, porque no es baladí que un señor con dos palitroques en las manos se invista de gracia y figura, llame al toro desde el centro del ruedo, se acerque a su jurisdicción sin apreturas, haga perfecta la reunión, levante los brazos, se asome al balcón, deje los garapullos en el mismo morrillo y salga andando como si tal cosa… Y así, dos veces. Y la plaza entera saltó movida por el resorte de ese misterio que se denomina emoción.

Seguidamente, Ángel Otero saludó con la parsimonia propia de quien se siente protagonista de una obra singular, recogiendo las mieles de dos momentos gloriosos, de esos que valen su peso en oro porque quedan grabados en la memoria de los sentimientos.

El suceso ocurría en el sexto toro, cuando tocaba a su fin una corrida de Fuente Ymbro cargada de interés, y que dejó la impresión de que ofreció mucho más de lo que sus matadores fueron capaces de recoger.

Uceda, Curro Díaz y Tejela componen un cartel añejo; los tres han sido y siguen siendo eternas promesas; los tres, buenos toreros que nunca han acabado de romper en la condición de figura que seguro han anhelado.

El más joven, Matías, cumple su undécima temporada como matador; Uceda, 18, y Curro, 17. Si en ese tiempo ninguno de los tres ha alcanzado la meta de sus sueños, es lógico que ayer estuvieran por debajo de la muy noble corrida de Fuente Ymbro.

El tiempo es implacable y marchita la inocencia; se desvanece el ímpetu de la juventud, se acomodan el cuerpo y el espíritu, y cuando surge una oportunidad —por ejemplo, la de ayer—, suele sorprender con la guardia baja, las fuerzas justas y la ilusión marchita.

Quién sabe si esta es la verdad, pero esa fue, al menos, la impresión que ofrecieron los tres. Uceda le cortó la oreja a un primer toro de sueño que le ofreció la dos; y la que paseó el torero fue de bisutería. ¿Estuvo mal? No. No estuvo todo lo bien que el toro requería. Tres naturales fueron de categoría, y un par de redondos, y un cambio de manos y uno de pecho largo y sentido. Pero el toro era pura y noble codicia y prontitud, y regó la arena de clase y dulzura. Uceda, por su parte, fue un hombre de poca fe, y se conformó con dejar la miel en los labios. Deslucido fue el astifino cuarto, y el torero volvió a sus cuarteles, a ser el mismo buen torero que nunca romperá.

Nadie le podrá negar a Curro Díaz su elegancia y sus buenas maneras, ni su tendencia a ser ventajista. Es torero de destellos más que de faenas. Un trincherazo en su primero, otro largo de pecho en el quinto, probaturas diversas, el aire que no acaba de cogerlo, poco fuelle de sus dos toros y otra feria que se le va con más pena que gloria.

Y Matías no cree en sí mismo. De calidad suprema fue su primero, y él lo acompañó como pudo. Tiene clase y se le nota, sobre todo, en los adornos. Torear, lo que se dice torear, no lo hizo, a excepción de un par de derechazos estimables. El sexto se desinfló después del trascendental tercio de banderillas de Otero. Normal…

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