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Manzanares, con el primero de su lote

Antonio Lorca.- La corrida fue un petardo de los que hacen historia. Toros de desecho, mal presentados, feos hasta decir basta, lavados de cara la mayoría de ellos, un buey de carretas era el quinto, todos inválidos y mansos. Un desastre total. Y toreros desfondados, hundidos en su mala conciencia, ventajistas, superficiales y vulgares. Un desorden en el ruedo de los que hacen época, y un público bendito que aguanta la tortura con resignación y aplaudió con sorprendente triunfalismo la faenita entonada de Talavante al sexto de la tarde, un toro noble que daba media vida por echarse la siesta.

Toros de El Pilar, una de las ganaderías de moda, de toros artistas, exigidos por las figuras. Y tres toreros de los que mandan, de los que dicen luchar cada día por la pervivencia de la fiesta. ¡No hay vergüenza… torera!

Esos toros nunca debieron salir al ruedo de Las Ventas; es más, no habrían pasado si no están estas figuras en el cartel. Y como podía ser previsible, su juego fue lamentable e impropio del toro bravo. Distraídos todos de salida, mansearon en los caballos, de los que salieron sueltos, sin fuerza alguna que mantuviera sus esqueletos, hundidos en su falta de casta, rajados y descastados. Una corrida birriosa.

Los seis parecían los nietos de los de Baltasar Ibán que salieron el miércoles. ¿Por qué esa falta de criterio de la autoridad? ¿A quién defiende la autoridad?, gritan en los tendidos. ¿Por qué no se ponen en su sitio, de una vez, a veedores, apoderados y empresarios que cuidan de estos toreros, que no tienen empacho alguno en engañar a la afición con la vana esperanza de que salga la tonta del bote y alcanzar un triunfo de mentira?

Estos toreros —Castella, Manzanares y Talavante, ayer, pero con ellos todas las llamadas figuras— son los verdaderos enemigos de la fiesta, y quienes están acabando con su vida día tras día. ¿Cuándo se pondrá coto a gran grave desafuero? ¿Quién les parará los pies a estos señores que vienen a Madrid con esa corrida podrida y no tienen siquiera el valor de reconocerlo? ¿Por qué ese empeño en tirar piedras contra su propio tejado?

A veces, muchas veces, da la impresión de que esta fiesta se mantiene por su enorme fuerza interior y porque queda un remanente de aficionados que sueña todavía con extasiarse ante un toro bravo y un torero heroico y artista. Pero cada vez son menos y más los desesperanzados. ¿Cuántos se habrán caído ayer de la lista? ¿Se harán esta reflexión los señores Castella, Manzanares y Talavante? Así, el día que se queden solos sabrán en su fuero interno que ellos, solo ellos, son los culpables de la muerte de la fiesta.

Qué sonrojo produce ver a Sebastián Castella ponerse pesado con su primer toro inválido, que se despanzurró en la arena y lo levantaron tirándole del rabo y los pitones. ¿Habrá imagen más bochornosa? Y cómo naufragó y cuántos trapazos dio al cuarto, otro prenda.

¿Dónde creía Manzanares que estaba toreando? ¿Cómo puede insistir en su bisutería barata de dar pases despegados, siempre al hilo del pitón, como hizo ante su primero, muy protestado por el público? ¿Y cómo puede intentar ponerse bonito ante el buey quinto? ¿No tiene Manzanares sentido del ridículo?

¿Y qué pintaba Talavante en esta corrida? Se dice que va de independiente, pero no lo parece. Como todos, se sube al carro de las ventajas, y he ahí su penitencia. Ayer, fracaso absoluto a pesar de su buena disposición ante el sexto, al que veroniqueó con donosura y trazó alguna tanda estimable con la mano derecha. Mató muy mal, pero aunque no hubiera sido así, ni ese toro noble ni él se hubieran salvado del desastre.

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