Antonio Lorca.– El tercer toro de la tarde lucía una arboladura de miedo, de esas que impactan desde la grada. ¡Pero si no tiene más que pitones…!, comenta un entendido, como para darle ánimos a un joven Tomás Campos que viene a San Isidro a buscar la puerta de la gloria. Un regalo para quien torea poco y se lo juega todo a una carta.
Y el toro suelta un cabezazo de miedo al primer muletazo. El que avisa no es mal amigo. Y bueno debiera considerarse el animal, pues regaló derrotes y tornillazos a diestra y siniestra sin que el torero tuviera tiempo de hacer realidad algún sueño de su particular duermevela. En vista de lo cual, solo tenía dos caminos: huir de la quema del modo más digno posible o hacer frente a la situación como un valiente. Campos, español de corta estatura y cuerpo enjuto, se plantó ante los astifinos pitones, tragó quina y explicó de tal modo que quiere ser torero; sorteó trallazos, aguantó parones y miradas, y todo ello con una aparente serenidad que sorprendió. Allí andaba, entretenido entre los cuernos, cuando uno de ellos lo enganchó por la taleguilla derecha y, así, colgado, estuvo un instante que se hizo eterno.
Pero no fue ese el único susto. Casi al final de su ardorosa labor, con la plaza acongojada ante el temor de otra voltereta, el toro le dejó el pitón derecho en el mismo pecho, y el torero, frío como un témpano, lo apartó como si le estorbara, ese pitón, por favor.Y aún se atrevió con un par de manoletinas, solo dos porque a la segunda volvió a hilvanarlo el toro por el chaleco y, otra vez, se salvó de milagro. Quedó constancia, al menos, de que el valor sereno e inteligente no le falta, que no es poco.
El sexto fue un toraco, 610 kilos, también sin atisbo de clase en sus entrañas, y Campos demostró que le adornan condiciones, y esbozó retazos de un buen concepto. Volvió a jugarse el tipo y, en esta ocasión, por fortuna, no sufrió más rasguños en el traje.
Juan del Álamo tuvo mejor suerte y se llevó el toro más potable de la corrida, el segundo, bravo en el caballo y codicioso en el tercio final, pero el torero salmantino, ventajista y mal colocado, dio muchos pases insustanciales y alargó la faena sin necesidad, sabedor de que su obra no había interesado a nadie. Le tocó después un zambombo deslucido y ello le sirvió para ocultar defectos. En ambos fue ovacionado, pero bueno sería que no se engañara a sí mismo.
Morenito de Aranda contribuyó como pudo al tostonazo de la tarde. Descastado y sin vida se comportó su primero, y el hombre se empeñó en aburrir a la concurrencia con una insistencia sin sentido. Deslucido fue el cuarto y, afortunadamente, abrevió.
Toros de Las Ramblas, bien presentados, mansotes, descastados y deslucidos; bravo y encastado el segundo.
Morenito de Aranda: media estocada tendida y cuatro descabellos (silencio); dos pinchazos, media tendida y un descabello (silencio).
Juan del Álamo: casi entera tendida y un descabello (ovación); estocada caída (ovación).
Tomás Campos: pinchazo —aviso— dos pinchazos y dos descabellos (silencio); media tendida y estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. 4 de junio. Vigésima segunda corrida de feria. Media entrada (12.434 espectadores, según la empresa).