Cerro_MadridAntonio Lorca.– Cuando un torero solo tiene juventud y un deseo irrefrenable por ser figura, debe venir a esta plaza a morir. Pero a morir de verdad. Cuando un torero no tiene contratos y la vida le pone por delante una corrida en la feria de San Isidro, debe tragarse el miedo, doblegarlo, vencerlo y triunfar sobre sus fantasmas. Cuando un torero no cuenta con más armas que su vocación y tiene la oportunidad de hacer el paseíllo en este ruedo, debe decir en voz alta que quiere cambiar de vida; que cuando finalice el festejo será otra persona, que deja atrás los sueños irrealizables y convierte en realidad su futuro.

Si no es así, no merece la pena venir; si no es así, no se viste uno de torero, ni hay necesidad de pasar malas noches, ni de preocupar a la familia, ni de esperar que suene una flauta que nunca va a sonar si tú no soplas.

En una palabra, en Madrid, antes los toros de Partido de Resina hay que dejar muy claro que lo de ser torero no es capricho de juventud, sino la decisión de un hombre que sabe que ha elegido una profesión que juega con la gloria y con la muerte.

Por eso, en esta bendita y dificilísima tarea, quien no está dispuesto a cambiar de vida debe pensar seriamente en cambiar de profesión.

Estas son reflexiones en el tendido compartidas con el profesor Javier López-Galiacho, mientras en el ruedo se lidia una corrida del antiguo hierro de Pablo Romero y están vestidos de luces tres jóvenes, Eduardo Gallo, que ha cumplido los 30, y Sebastián Ritter y Rafael Cerro, que hace poco pasaron de los veinte. Unos niños con cara y corazón de hombres, sin contratos en la agenda, con un incierto futuro y la posibilidad de cambiarlo esa tarde con los toros que le tocaron en suerte.

La ganadería de Partido de Resina no tiene futuro. Fue bonito mientras duró y emocionó a generaciones de toreros y aficionados, pero desde hace ya bastantes años ha perdido la bravura, la casta y el sello que la hizo célebre. Hoy, los guapos toros de la marisma sevillana son muy mansos, muy sosos, muy desclasados, con el viaje muy corto y la cara arriba al final de cada muletazo. Toros desorientados, que huyeron de los caballos o empujaron con genio, se dolieron y esperaron en banderillas, se rajaron en la muleta, y se aburrieron de embestir con sosería desbordada. No desarrollaron mala condición, pero su juego fue desesperante. En otras palabras, mantienen la etiqueta que les hizo famosos, encarnan como ninguno la belleza del toro, pero solo eso los mantendrá vivos mientras haya alguien decidido a poner dinero a fondo perdido.

Con estos mozos —escasos de presencia los dos primeros y espectacular el trapío del quinto— se las vieron los toreros ya anunciados. Y no pasó nada. Y eso fue lo más grave de la tarde. Era previsible que no resucitara la ganadería, pero quedó siempre la esperanza de que algún chaval se rebelara contra su destino y decidiera cambiarlo.

Pues, no. Y he aquí el drama.

Hubo en el ruedo una incomprensible sensación de psicosis. La lidia brilló por su ausencia, exageradas precauciones tomaron las cuadrillas en banderillas y los matadores llegaron al tercio final con la moral por los suelos, convencidos de que no había nada que hacer.

¿Dónde está la ilusión de Eduardo Gallo? ¿Cómo se puede transmitir esa sensación de tristeza y derrota? Lo veías con la muleta en las manos y sabías de antemano que no te iba a decir nada. Su primero iba y venía, repetía la sosona embestida, y el torero hizo fotocopias de pases vacíos y desesperantemente aburridos. El otro se rajó pronto y se fue a tablas. Y todos, cansados ya a esas alturas, agradecimos la mansedumbre.

Ritter parece valiente, pero dio la impresión de que la corrida le vino grande, como si quisiera ser un torero del montón, atropellado y bullanguero, sin más armas que lo que parecía una pura inconsciencia. También embistió su primero y como si nada, y muy desclasado fue el quinto, y no se cansó de aburrir con trapazos.

Tampoco cambió su vida Rafael Cerro, valeroso, pero tocado, también, por esa atonía que presidió todo el festejo. No se pueden dar pases como el que pone ladrillos… Es verdad que sus toros no sirvieron, pero tampoco él.

En fin, que la pregunta sigue en el aire: ¿quién quiere cambiar de vida? ¿Quién quiere cambiar de profesión? He ahí la clave. La de toreros es una vocación de vida, pero hay que estar dispuesto a morir. Así de duro y de grande.

Los toros de ayer no van a cambiar; los toreros, por lo que se vio, tampoco.

Toros de Partido de Resina, desigualmente presentados, muy mansos, blandos, descastado y deslucidos.

Eduardo Gallo: estocada caída —aviso— y un descabello (silencio); casi entera (silencio).
Sebastián Ritter: pinchazo, estocada que asoma, pinchazo —aviso— pinchazo y estocada baja (silencio); casi entera baja (silencio).
Rafael Cerro: bajonazo (silencio); media caída —aviso— cuatro pinchazos y dos descabellos (silencio).
Plaza de las Ventas. 1 de junio. Vigésimo quinta corrida de la feria de San Isidro. Casi tres cuartos de entrada.

A %d blogueros les gusta esto: