Antonio Lorca.- Alejandro Talavante cortó una oreja de peso, de esas que valen para el resto de la temporada y confirman que su dueño está maduro y pletórico. Fue la suya una lección de templanza, naturalidad e inteligencia. Volvió a confirmar, en una palabra, que es un torero diferente, con personalidad.
Recibió a su primero con unas vistosas y lentas verónicas, ganando terreno en cada una de ellas, que no eran más que una premonición. Galopó el toro en banderillas y permitió el lucimiento de ese artista con los garapullos que es Juan José Trujillo y del siempre eficaz Julio López.
Llamaron al tercio final. Talavante se fue al centro del ruedo, se echó la muleta a la izquierda, se plantó en la arena, y así, y desde lejos, llamó al encastado Botijito que acudió con brío a la llamada. Y brotaron cuatro naturales largos, intensos, hermosos… Brillaron la armonía y el mando del torero y la calidad del toro, que embestía humillado y con fijeza. Tres naturales -solo tres- completaron la segunda tanda, y otros tres más a continuación. La plaza degustaba con gozo aquella ración de lo que quería ser excelsa torería, y la emoción afloró por instantes intemporales. Los naturales fueron como calambres imperceptibles..
La emoción es efímera, y tal como llega se va porque es una contracción antinatural del espíritu. Pero cuando aparece hay que atarla y asentarla para sentirla, vivirla y deleitarla. Y eso fue, quizá, lo que no hizo Talavante. Muleteó como los ángeles en destellos tan cortos que no hubo ocasión de sentir la felicidad que irradia el toreo en plenitud. Su faena fue bonita, pero no excelsa; es lo que va de una oreja de peso al triunfo indiscutible y concluyente de las dos.
Quizá, es fácil decir esto desde la tranquilidad del tendido, pero quedó la impresión de que el artista se conformó con hacer una buena obra, pero no se empeñó en indagar los límites del arte. Cuando acabó de una gran estocada, los pañuelos afloraron en multitud y desaparecieron cuando el usía sacó el suyo. Esa es la medida de la emoción. Talavante se conformó con una oreja. El garbanzo negro de la corrida fue el sexto, que se estrelló de salida contra un burladero, y acusó el golpe hasta la muerte.
Andaba por allí Juan José Padilla, que lo da todo, pero no satisface. Su primero se paró, y el otro se movió, pero el torero le aplicó a ambos la misma lección: citar al hilo del pitón, despegado, hacia fuera… -el destoreo, en una palabra-, y no interesó. Al cuarto, que embistió repetidamente, le entraron unas ganas locas de perderlo de vista y comprobar si es verdad que existe un limbo para toros pacientes. Y el público reprendió a Padilla con un silencio ensordecedor.
El mismo castigo recibió El Cid, al que ha abandonado el triunfo. Intentarlo, entre protestas, debe ser duro, pero su brújula parece perdida. ¡Y le quedan nada menos que seis victorinos el 5 de junio!
Toros de El Ventorrillo, correctamente presentados, cumplieron en los caballos, a excepción del cuarto y sexto; descastados y parados, primero y segundo; nobles y con movilidad tercero, cuarto y quinto; deslucido el sexto.
Juan José Padilla: metisaca y estocada (silencio); casi entera (silencio).
El Cid: tres pinchazos y estocada atravesada (silencio); estocada (silencio).
Alejandro Talavante: estocada (oreja); pinchazo, estocada tendida y un descabello (silencio).
Plaza de las Ventas.13 de mayo. Sexta corrida de la Feria de San Isidro. Casi lleno.