Escribano_SantanderCarlos Crivell.- Un toro de Victorino, el quinto, salvó el honor ganadero de la familia. Ese quinto fue toreado con animosidad y algunos momentos mejores por Castaño, aunque fue su sensacional cuadrilla la que se llevó todos los honores. Discreto El Cid y sin suerte Escribano.

Plaza de toros de Málaga, 2ª de Feria. Tres cuartos de plaza. Seis toros de Victorino Martín, bien presentados, bajos de casta y fuerzas, sosos y en general mansos. El mejor fue el quinto, bravo y noble. Saludaron en banderillas David Adalid y Fernando Sánchez, que saludaron en segundo y quinto. Picó bien al quinto Tito Sandoval. Minuto de silencio por Juan Romero, contratista de caballos de la plaza.
El Cid, de grana y oro, dos pinchazos y estocada (saludos). En el cuarto, estocada que asoma y tres descabellos (vuelta tras aviso).
Javier Castaño, de blanco y oro, estocada trasera y tendida (saludos). En el quinto, estocada (una oreja).
Manuel Escribano, de azul marino y oro, media estocada y descabello (silencio). En el sexto, estocada trasera (palmas).

Desafío torista con la de Victorino y la de Miura, que se lidiará el martes. La del ganadero de Galapagar dejó mucho que desear por su juego, sobre todo por los que saltaron al ruedo en la primera parte. De Victorino se pueden esperar muchos tipos de toros, pero nunca el soso, aburrido y carente de emoción, tales como los que cubrieron los tres primeros turnos. Es verdad que la terna no se preocupó mucho de lucir a los toros. La lidia no se hizo a favor de las reses, a las que no colocaron en suerte en el sitio adecuado, aunque sí se les castigó de forma severa en el caballo. Solo la lidia del quinto se hizo de manera brillante.

La primera parte fue soporífera. Lo mejor llegó por la actuación de los banderilleros David Adalid y Fernando Sánchez, ambos en la cuadrilla de Castaño, que animaron el ambiente de La Malagueta. El tercio de banderillas del segundo fue un dechado de torería. La exhibición de ambos es una parte fundamental de la corrida. En el quinto volvieron a repetir su sensacional actuación con los palos entre el clamor de la plaza. El capote de Marcos Galán fue nuevamente modelo de sobriedad y eficacia.

El sopor fue la nota dominante en los tres primeros toros. El Cid se atascó con el primero, flojo y rápido de cuello. Castaño le echó voluntad al segundo, que nunca humilló contra la tradición de la ganadería. Los pases con la izquierda fueron una pequeña luz en su labor, aunque se apagó con prontitud.

Más oscuro lo tuvo Escribano con el tercero, muy castigado en varas, pero que llegó con un grado de absentismo a la franela que imposibilitó dos muletazos seguidos del torero de Gerena. Ni con las banderillas fue el torero de otras tardes.

La corrida cambió de signo en la segunda parte. El cuarto se hizo esperar, como su matador, pero al final se pusieron de acuerdo para que El Cid consiguiera tandas con la izquierda asentadas y mandonas. Se pareció por momentos a El Cid de sus mejores tiempos. Fue una labor larga hasta lograr el acoplamiento. La realidad es que puso al coso malagueño de su parte, pero la espada salió por el lado y el descabello estaba oxidado.
Tito Sandoval cuajó un gran tercio de varas en el quinto, un toro a punto de cumplir los seis años. El toro se fue alegre al caballo en tres entradas y el piquero echó el palo con elegancia y torería. Este fue un Victorino en toda regla, embistió con el morro por abajo y repitió muchas veces. Castaño estuvo entregado en una faena irregular. Junto a muletazos de trazo largo y limpio hubo enganchones y desarmes. Un conjunto de mucha animosidad ante un toro que probablemente pedía mejor toreo. La certera estocada desencadenó una euforia popular que le hizo llegar la oreja a sus manos.

Los lances de Escribano al sexto tuvieron prestancia. No es el de Victorino un toro fácil para el toreo de capa. Los lances se llenaron de empaque y buen gusto. Se lució con los palos en dos pares de poder a poder de verdad y se la jugó en el par al quiebro en las tablas, del que salió indemne de milagro. La plaza se le entregó porque Escribano puso toda la carne en el asador para que hubiera fiesta. El toro echó el freno en la muleta. Y después de regatear se rajó de forma clamorosa. A Escribano no le quedó más que insistir y maldecir su mala suerte. El premio había sido el quinto, al que cuajó una cuadrilla sensacional.

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