Morante_orejaCarlos Crivell.– Morante toreó a cámara lenta a un toro noble y flojísimo, muy protestado por el público, pero toreo de seda cambió las tornas y la plaza entró en estado de locura colectiva. Ponce, bien, lo mismo que Manzanares con una corrida chica de Zalduendo, impropia de plaza de primera

Plaza de toros de Málaga, 6ªde Feria. No hay billetes. Cinco toros de Zalduendo y uno, primero, de Juan Pedro Domecq, toro pasado de cinco años sin clase. Los de Zalduendo, pobres de presencia, con el 4º, 5º y 6º anovillados;  muy manso el 2º, manejables el resto. Saludó en el sexto Rafael Rosa.

Enrique Ponce, de grana y oro, pinchazo y media estocada (saludos). En el cuarto, dos pinchazos y descabello (saludos tras aviso).

Morante de la Puebla, de verde botella y oro, media estocada atravesada y descabello (silencio).  En el quinto, estocada (una oreja).

José María Manzanares, de grana y oro, estocada (una oreja). En el sexto, pinchazo y media atravesada (saludos tras aviso).

Al influjo de las figuras se llenó la plaza. La Malagueta llena es una bendición. Y bendito es su público, ansioso de emociones en el ruedo. La pena es que la de Zalduendo, dentro de un fondo de nobleza general, fueron un conjunto de escasa presentación para esta plaza. Un saldo por la edad, incluido el remiendo de casi seis años de Juan Pedro, con el cinqueño quinto, un toro de pobrísima presencia con dos pitones aparentes para disimular sus carencias. Aunque para poco trapío, el sexto.

La gente fue a ver a Morante, al menos era el comentario en los pasillos de la plaza. La faena de Bilbao se comentaba y todos soñaban con ver al de La Puebla en plenitud. El primero de su lote fue un manso de carretas y sin fuerzas. No cabía ni la voluntad.

La explosión llegó en el quinto. Era un toro chico. Se debió lesionar los lances del saludo. La plaza protestó airadamente y pidió su vuelta a los corrales. Morante ya se había percatado de su tremenda nobleza. Y no hizo ni un aspaviento para estrellarlo en el albero. Esa bondad pastueña en un animal cogido con todos los alfileres posibles permitió a Morante dibujar bellísimos muletazos. Era como torear de salón. Por la derecha se explayó a gusto. El animalito iba y venía al son de su muleta. Será preciso debatir si el toreo bueno debe hacerse ante un toro o ante lo que lidió Morante. También es verdad que cada fase de su faena fue un prodigio estético, sobre todo por el lado derecho y en los adornos. La fase final fue delirante. Se durmió en pases tremendos de ritmo y cadencia, arrastrando la muleta por el albero a cámara lenta. Los mismos que antes pedían la devolución del Zalduendo ahora estaban locos con su toreo. Pidieron las dos orejas tras una estocada. La presidencia debió considerar que todo había sido muy bonito pero que allí había poco toro.

Enrique Ponce firmó una gran faena en el cuarto. El de Juan Pedro que abrió plaza solo le permitió mostrar su facilidad para alargar la embestida de un animal claudicante. El cuarto fue un toro que en manos del valenciano llegó a parecer bueno. Cabeceó mucho en el caballo y volvió a hacerlo en la muleta. La maestría del torero logró mejorar sus arrancadas con unos doblones perfectos. Las tandas sobre la derecha, templadas y asentadas con dominio absoluto de la escena. Se pasó de faena y pinchó de mala manera.

Manzanares cumplió bien con el noble tercero que aguantó dos tandas antes de frenarse. Junto a su elegancia conocida, el de Alicante logró tapar parcialmente su tendencia a echar al toro afuera. Administró bien los tiempos entre tandas y lo mató de forma contundente.

Le brindó el sexto a Morante. El de Zalduendo, avacado y justo de trapío, embistió noble a su franela. No estaba sobrado de fuerzas. Fue una labor muy desigual; junto a tandas con su estética personal, otras fases mostraron un toreo irregular con enganchones incluidos. Fueron mejores los naturales, aunque se empeñó en torear más por la diestra. No funcionó la espada en la suerte de recibir y se quedó sin premio.

La gente salió toreando de salón, exactamente como lo había hecho Morante de la Puebla, que aun con una res tan mínima bordó el toreo eterno. Solo a algunos diestros les está permitido este lujo. Solo algunos son capaces de emocionar aunque sea sin un toro serio delante. Y Morante tiene ese privilegio.

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