Gastón Ramírez Cuevas.Ignacio Garibay se despidió de la plaza capitalina triunfando de manera indiscutible. Después del paseíllo, la afición lo ovacionó y lo sacó a saludar en el tercio.

Salió el primero, un toro de aceptable presentación y que se dejó bastante, aunque acabó manseando y rajado. Garibay toreó primorosamente a la verónica y por chicuelinas. El torero capitalino ha sido sin duda uno de los mejores capoteros de estos últimos tiempos.

En la faena de muleta siguió por la misma senda, es decir, toreó con clase, aguante y temple. Sobresalieron tandas de derechazos muy largos y elegantes, exponiendo de verdad y gustándose. También hubo variedad en los remates, como por ejemplo una trincherilla de cartel. Nacho se tiró a matar con fe y oficio, logrando que la petición fuera unánime y consiguiendo cortar la primera oreja seria de la temporada.

En el toro de la despedida, el cuarto, Garibay estuvo aún mejor con el capote, cosa nada fácil. Primero vinieron las verónicas perfectas y la media colosal, luego llevó el toro al caballo con unos mandiles impecables. Quitó por tafalleras, ese lance al que no es nada fácil imprimirle sello o belleza. Remató con un ramillete de recortes a una mano que hubieran contado con la aprobación del mismo Lagartijo. Ya lo dijo Fernando El Gallo, el padre de Joselito: “Torero que no sabe torear a una mano, es torero de plaza de pueblo sin palcos.” El público se puso de pie para aplaudir a un verdadero artista del primer tercio.

Nacho brindó al respetable, y éste volvió a levantarse del asiento para tributarle una sentida ovación. Mientras sonaban “Las Golondrinas”, la tristísima melodía que constituye la única excepción filarmónica de La México y que acompaña al diestro que se va, Nacho toreó con mucha cabeza e inspiración. Desgraciadamente, el toro se desinfló y embestía a regañadientes. Pero ahí quedan los molinetes, un natural portentoso y derechazos largos, completos y de calidad única. Nuevamente y a pesar del pinchazo se pidió la oreja con mucha fuerza, misma que fue concedida. La postrer vuelta al ruedo de este coleta tan querido por la afición fue apoteótica, entre gritos de: ¡Torero, torero!

Lo demás fue lo de menos. Castella anduvo mal en el segundo, aunque ahí no había nada que hacer, pues el toro carecía de bravura, fuerza y clase. Ya en el quinto, el diestro de Béziers logró emocionar a la gente con estatuarios y buenos derechazos, pero el de La Estancia duró un suspiro.

El francés regaló un toro de Julián Hamdan. Ese pobre bovino se llamó “Tiempo Sabio”. Debía estar prohibido ponerle nombres tan chuflas a los toros de lidia.

El aficionado se preguntaba si aquello era una sabandija o una lagartija, pero nadie protestó, pues es de mala educación quejarse cuando se recibe un obsequio. Pero para que usted, querido lector, se dé una idea del tamaño del bicho, le diré que en ocasiones desaparecía entre los inmensos avíos del torero galo, quien cada tarde parece haberle agregado más metros de tela a sus carpas de circo.

No obstante, el torillo embistió de manera incansable y Sebastián lo entendió a las mil maravillas, toreándolo como en sus buenos tiempos. Me quedo con los naturales templados y de excelente trazo. A pesar de que Castella mató muy mal y aliviándose con ganas, el grueso del público francófilo hizo que le concedieran una oreja de muy poco peso.

¿Y Diego Silveti? Pues hay que reconocer que en su primero estuvo voluntarioso, pero el toro era un simpático gordito que rodaba por el redondel cada vez que Silveti intentaba bajarle la mano. A la hora de matar el hijo del Rey David estuvo fatal, cosa que no mejoraría en el sexto.

El que cerró plaza fue tan débil como sus hermanos, pero ofreció posibilidades de triunfo ya que embestía con cierta calidad. Silveti hizo un gran quite por cordobinas rematadas con una extraordinaria media larga cordobesa.

Con la sarga, Diego recurrió a la faena que lo caracteriza. Pegó el péndulo, muletazos de trinchera y tandas de derechazos muy toreros. En las joselillinas finales, el sobrino de Alejandro Silveti tragó una barbaridad y asustó al cónclave. Desgraciadamente, el asunto de la suerte suprema volvió a convertirse en un cúmulo de desaciertos y a Silveti se le fue una oreja que le está haciendo cada vez más falta.

En suma, Garibay tuvo la despedida soñada. Así deben irse los toreros, a tiempo, en plenitud, gloriosamente, arropados por el cariño del aficionado y con la frente muy alta.

Domingo 18 de noviembre del 2018. Segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de la Estancia, variopintos en cuanto a presentación y juego. El menos malo fue el que abrió plaza. Uno de Julián Hamdan, séptimo, regalo de Castella. Muy mal presentado, pero era una carretilla.

Toreros, Ignacio Garibay, al primero lo mató de estocada entera: oreja. Al cuarto le pinchó una vez y luego le propinó una buena entera: oreja.

Sebastián Castella: al segundo le atizó dos pinchazos a la media vuelta, una media estocada a medio lomo (sí, todo a medias) y lo descabelló al primer intento: pitos.
Al quinto se lo quitó de enfrente mediante tres pinchazos y un descabello. Silencio.
Al de regalo lo despachó con una estocada baja y trasera: oreja.

Diego Silveti: al tercero de la función le endilgó dos o tres pinchazos y cuatro o cinco golpes de corta: silencio tras aviso.
Al sexto le pasaportó de dos pinchazos y entera baja: muy leves palmas.

Entrada: unas doce mil personas.

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