El Zapata. Foto: Aplausos.es

Gastón Ramírez Cuevas.– Si el domingo pasado la gente tomó partido por los toros tlaxcaltecas de Piedras Negras, hoy los aficionados estuvieron siempre del lado de los coletas.

El primer toro de Uriel Moreno era eso, un toro, el cual, según la pizarra, tenía 5 años bien cumplidos; lo que no tuvo fue fuerza ni mucha raza que digamos.

El Zapata estuvo elegante, variado y vistoso con el capote. Toreó a la verónica, bregó con suavidad, con el quite por las afueras llevó al burel al caballo, y luego quitó con «el ojalá”, creación del malogrado Valente Arellano.

Uriel es un banderillero muy grande y lo volvió a demostrar una vez más. En este tercio puso un par al sesgo por dentro, otro al violín y ejecutó un quiebro en tablas que puso de pie a la afición capitalina.

Perfectamente enterado de las condiciones del de Pozohondo, El Zapata basó su faena en llevar la muleta siempre retrasada, con gran serenidad y reposo. Se arrimó mucho al natural, se adornó en los molinetes y pegó estupendos doblones rodilla en tierra. El torero tlaxcalteca mató con una suavidad pasmosa y cortó la primera oreja de la tarde.

El segundo de la función tuvo clase pero fue aún más débil que el toro anterior. Con el capote, Jerónimo pegó una media abelmontada de cartel y quitó por chicuelinas modernas.

Lo realmente memorable vendría con la muleta. El toro quería embestir, pero tenía menos fuerza que una viejecita nonagenaria. Jerónimo se inspiró con el virtuosismo que le caracteriza, y a base de consentir al astado y de aguantar con firmeza en el segundo muletazo de cada tanda, llegó a cincelar un ramillete de naturales gloriosos. Hubo también una dosantina con un soberbio cambio de manos por delante que culminó en otro natural de antología.

La faena fue cortita porque el toro -podido y agotado- se desfondó y rodó por la arena. Jerónimo cobró una estocada en el legendario rincón de Ordóñez y cortó un apéndice indiscutible.

El tercero fue un precioso cárdeno claro que tuvo más pitones, recorrido, bravura y nobleza que todos sus hermanos, lo cual realmente no es mucho decir. Antonio Mendoza estuvo voluntarioso y además le cae muy bien al público. Hubo buenos estatuarios y algunos derechazos muy festejados por el benévolo cónclave. De haber matado con autoridad a la primera, Mendoza hubiera seguramente tocado pelo, pero todo quedó en una vuelta al ruedo.

El cuarto de Pozohondo también se dejó meter mano. Uriel Moreno lo recibió con un vistoso recorte de espaldas en tablas, una media larga de rodillas y otro recorte sorprendente que nos trajo a la memoria la pirotecnia capotera de Rodolfo Rodríguez “El Pana”. El quite por vizcaínas fue impecable.

El Zapata tomó tres pares de rehiletes al mismo tiempo. Sin prisa pero sin pausa y exponiendo horrores, el mejor banderillero que el que esto escribe ha visto en su vida, puso el par monumental, uno al violín y uno al cuarteo en un palmo de terreno, convirtiendo la plaza en un manicomio. La gente le premió con una larga ovación y una vuelta al ruedo tras tan emocionante segundo tercio.

Con la sarga, Uriel suplió con arrojo, sitio e imaginación la falta de emotividad y clase del toro. Hubo buenas series de muletazos por ambos pitones con el compás abierto y una tanda de derechazos a pies juntos soberbios.

A la hora de la verdad, El Zapata se perfiló en la mera cuna y se tiró a matar como un león. El torero cobró una estocada magistral hasta la gamuza, salió rebotado del encuentro, voló por encima del toro y cuando nos dimos cuenta, el cornúpeta había rodado como una pelota. La concesión de las dos orejas fue justa y necesaria.

El quinto del encierro ya no le permitió lucir a Jerónimo. Ese toro tuvo cierta guasa y ningún pase. Digamos que el popular diestro no pudo confiarse en momento alguno, pues su enemigo jamás pasó completo y le espiaba.

El que cerró plaza fue el de menos trapío, pero embestía con cierta alegría. Antonio Mendoza trató de estar a la altura, pero su tauromaquia todavía necesita mejorar bastante.

En conclusión, si hace ocho días Piedras Negras le brindó al aficionado ducho el milagro de la bravura, en este duodécimo festejo El Zapata y Jerónimo le regalaron al respetable el milagro de la torería.

Domingo 12 de enero del 2020. Decimosegunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Pozohondo, muy bien presentados excepto el sexto. Salvo el quinto, que resultó complicado, los demás fueron débiles y nobles. Varios fueron ovacionados en el arrastre.

Toreros: Uriel Moreno “El Zapata” salió a hombros. Al que abrió plaza lo mató de excelente entera: oreja. Al cuarto le propinó un estoconazo a toma y daca con aparatosa voltereta incluida. El toro rodó sin puntilla y al torero le fueron concedidas dos orejas.

Jerónimo: al segundo de la tarde le despachó de una entera en el rincón: oreja. Al quinto le asestó un pinchazo, una entera defectuosa y un certero golpe de corta: silencio tras aviso.

Antonio Mendoza. Al tercero le pasaportó de dos pinchazos y estocada casi entera bajita y tendida: vuelta discutible. Al que cerró plaza se lo quitó de en medio mediante un pinchazo y una entera trasera y desprendida: silencio.

Entrada: cinco mil personas.

A %d blogueros les gusta esto: