Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo primero de noviembre del 2015. Segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Siete de Lebrija, mal presentados, anovillados. El encierro fue un compendio de mansedumbre y debilidad.
Toreros: Abrió plaza Horacio Casas, rejoneador. Necesito de dos rejones de muerte para acabar con su becerro: silencio. Los Forcados hidalguenses fueron ovacionados por una pega al primer intento muy emocionante.
Alfredo Ríos “El Conde”, a su primero lo despachó de entera caída y trasera: salió al tercio tras petición. Al quinto de la tarde lo mató de gran entera contraria: nuevamente al tercio con fuerza.
Uriel Moreno “El Zapata”, dio una merecida vuelta al ruedo por el segundo par de banderillas en el tercero del festejo. A ese bicho lo pasaportó de un pinchazo y un pinchazo hondo que bastó: silencio. Al sexto lo despenó de media en buen sitio y gran descabello: palmas.
David Fandila “El Fandi”, al primero de su lote le pegó dos pinchazos y dos descabellos: silencio. Al que cerró plaza le atizó un pinchazo y un golpe de verduguillo: silencio.
Los cerca de ocho mil espectadores que se dieron cita hoy en el embudo de Insurgentes las pagaron todas juntas. Es casi imposible ver a unos rumiantes más descastados y faltos de fuerza. De tal modo, después de casi tres horas y media de festejo (¿?) la gente salió como zombi de la plaza pues el aburrimiento fue insoportable. No vimos ni a un cuadrúpedo con ganas y/o posibilidades de embestir. Todos, salvo el último de la lidia ordinaria se cayeron con enorme alegría en todo momento.
Pasaremos por alto la labor del caballista, pues no vale la pena reseñar lo que le hizo a un pobre remedo de toro.
Hablaremos primero de lo hecho por El Conde, quien se justificó bastante dadas las condiciones de sus “enemigos”. Lució hasta donde pudo con el capotillo, tanto en los lances de recibo como en los quites. Destacaremos sus chicuelinas antiguas al segundo de la tarde, y su quite por crinolinas al quinto. Cubrió el segundo tercio en sus dos turnos con solvencia y estuvo voluntariosos con la sarga. Su estocada al segundo de su lote bien podía haber valido una oreja en otras circunstancias, es decir, con un público más avezado y menos dormido.
El Zapata sorteó un lote infumable, aun más que el de sus alternantes, algo verdaderamente difícil. Poco pudo lucir con el percal a pesar de sus medias largas de rodillas dando todas las ventajas al toro. Afortunadamente logró pegarle un buen baño con los palitroques a sus colegas. Uriel es definitivamente un portento con las banderillas. Ahí quedó como muestra el segundo par al tercero de la tarde. Nadie había visto jamás una cosa igual. Imagínese usted el par monumental pero clavando los dos rehiletes a una mano en un palmo y en tablas. La vuelta al ruedo después de esa proeza y del estupor del cónclave fue lo verdaderamente memorable de la corrida. Tampoco se nos olvidará el tercer par a su segundo: un quiebro en tablas de perfecta ejecución, templando y aguantando como sólo el diestro tlaxcalteca sabe hacerlo. Ninguno de sus toros le regaló una embestida completa, y así ni El Tato, ni Manolete, ni El Guerra.
¿Qué le puedo decir de El Fandi, querido lector? Pues muchas cosas, pero ninguna halagüeña. Ese hombre parece empeñado en demostrar que hoy se torea peor que nunca. Por razones bastante extralógicas, el respetable le coreó gran parte su trapacerías y payasadas, desde los pares de banderillas a medio lomo hasta sus esperpénticos telonazos sobre piernas. Puede ser que todo se deba a que en la pobre Plaza México ya venden no sólo cerveza, sino destilados de cactus y otros finos marrascapaches de alta graduación etílica.
Salimos del coso recordando los pares de El Zapata y agradeciendo dos cosas: que no llovió y que la corrida había llegado a su fin.