GASTÓN RAMÍREZ CUEVAS.- Domingo 16 de noviembre del 2014. plaza de toros México. Cuarta corrida de la temporada. toros: Siete de Villa Carmela, Padilla regaló uno, al que indultó ante la locura generalizada. Salvo el primero –un bicho hecho y derecho, con genio-, todos carecieron de trapío y de casta buena. Hemos visto novillos más fieros y corpulentos en las novilladas de Arroyo.
Toreros: Juan José Padilla, al que abrió plaza le despachó de una casi entera caídita y dos descabellos: silencio. Al cuarto le metió un pinchazo alevoso y después un espadazo defectuoso. Acabó pegándole dos golpes de verduguillo: aviso y silencio. Regaló un séptimo al que indultó de manera vergonzosa, si se supone que ésta es la catedral del toreo en América.
Fermín Rivera, al segundo le pinchó en lo alto y luego –a toro parado- cobró una gran entera hasta la bola: oreja merecidísima. Al quinto lo pasaportó de pinchazo en lo alto y estocada traserilla: silencio.
José Mauricio, al tercero lo despenó de entera caída: oreja pitada. Al que cerró plaza le mató de gran entera: al tercio.
No puedo decir que la tarde fue aburrida, no. Tampoco estoy contento, salvo por la clase y la torería demostradas por Fermín Rivera en el primero. Para empezar, la plaza registró una entrada muy pobre, unas nueve mil personas, pese a que el cartel era el más atractivo de la temporada.
Luego, las fuerzas vivas de la afición fueron perdiendo los papeles con gran alegría, incitando al juez a regalar orejas y hasta un indulto. Cada vez da más pena/vergüenza saber que los festejos dominicales se ven en España y que todo mundo sabe que nuestra Plaza México se desploma feliz y sin remedio.
Vayamos a los apuntes.
El primero de Villa Carmela era un toro, grande y bien armado, el cual , pese a estrellarse media docena de veces en los burladeros, conservó las astas incólumes. Después de un quite de Fermín por elegantes chicuelinas y revolera, lo importante del segundo tercio fue que Padilla clavó un gran tercer par al violín, sesgando por fuera.
Con la muleta, ante un toro avisadísimo, el Panaderito de Jerez cortó por lo sano después de varios desarmes y coladas. Hubo peligro, hubo emoción y la añoranza de un trasteo más poderoso y puntual, cosa que Padilla sabía hacer y muy bien.
En su segundo, el Ciclón recibió al bicho con tres medias largas cambiadas de hinojos en tablas. Llevó al toro al caballo por chicuelinas andantes y regañó al varilarguero por picar abusivamente. José Mauricio quitó empeñoso por afarolados valientes pero embarullados: el toro no daba para mucho más.
El diestro andaluz volvió a parear con acierto, arrancando la ovación de sus incondicionales. De su faena nos quedamos con un gran natural y punto, pues el resto del trasteo estuvo plagado de pases pueblerinos con gran ajuste en las costillas del pobre animal.
Nadie sabrá a ciencia cierta si Padilla quiso regalar al séptimo o si el empresario le invitó perentoriamente a obsequiar un adefesio más al respetable. Así las cosas, Padilla se encontró con una lagartija de buen tamaño, alegre y noblota.
Juan José aprovechó todo, especialmente la buena disposición de los paganos y la bobaliconería del rumiante. Debo admitir que le aplaudí de pie dos tandas grandes al derechazo, en un palmo, templadas y con mucha verdad.
Tristemente, el viejo pirata cayó en la chabacanería de los muletazos de fantasía circense y echó la verdad en saco roto. ¡Indulto! pidieron las huestes del villamelonaje y también el coleta, y como aquí ya no estamos para educar a nadie, el impresentable del biombo le perdonó la vida al gusarapo.
Pasemos ahora a lo único realmente bueno de la tarde, a lo hecho por el nieto de don Fermín Rivera. Al primero de su lote se le protestó por chico y anovillado. Fermín los calló con el toreo eterno.
Ahí quedan los suaves doblones para ahormar y hacer que el de negro se confiara. Embraguetándose en serio, el sobrino de Curro Cumbre toreó con mano baja completando todo. La calidad y el temple de los derechazos –con la pata buena alante y una sobriedad enorme- hicieron que el aficionado cabal volviera a convencerse de que en el seco matador potosino tenemos a un grande de los ruedos.
En el toreo de Fermín no hay trucos baratos ni retorcimientos, es un gusto verle pasarse al toro por la faja y muy cerca de los muslos, con esa majestad que no se aprende ni se compra. Las manoletinas templadas, aunque mi amigo Lorca diga que eso es imposible, levantaron a la gente del asiento. Y verle matar con una entrega pasmosa, es un portento.
Si llega a trincar al toro a la primera, no sé qué hubiera hecho el juez, pues la gente hubiera pedido dos orejas con fuerza. Lo que sí sé es que de tantos trofeos de bisutería e indultos sacados de la chistera empresarial, sólo recordaré este apéndice cortado a ley.
Su segundo fue una cabra enana, algo patético para que hubiera podido lucir un torero tan grande. Ahí nos quedamos como el proverbial niño pobre frente a la vitrina de la pastelería, como el viejo Tántalo taurino, ni más ni menos.
José Mauricio Morett no tuvo su tarde, tampoco tuvo toros a modo. Le regalaron amablemente una oreja del tercero, quizá por hacer la cruz a la hora de matar o por haber echado mano del valor, pero…
En el último de la lidia ordinaria, el fino torero capitalino cobró la mejor estocada al primer viaje de la tarde, y eso fue todo. No había más que hacer, pese a las ganas de justificarse y triunfar.
Llevamos cuatro corridas de supuestos toros, muchos regalos, un indulto ridículo y seis mil orejas. Lo que no hemos visto es a un toro bravo. Pero que quede claro, también hemos visto a un torero y éste se llama Fermín y se apellida Rivera.